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CASSIA
—No se presionen. Escriban las respuestas con tranquilidad. La próxima clase haremos una puesta en común y lo debatiremos entre todos —explico con paciencia—. Ya pueden comenzar.
Regreso detrás del escritorio. La clase está sumida en el silencio, realizando un trabajo práctico que preparé con la intención de averiguar la calidad de sus lecturas. Una vez que todos hayan concluído sus libros, haré que escriban sus fragmentos favoritos en papeles grandes que luego colgaremos en las paredes. El aspecto del salón me resultó demasiado recto el primer día que estuve ahí. Lo sigue siendo. Tan gris... Apagado. Aburrido. Dejará de serlo pronto. Me incomoda la falta de personalidad; de colores o detalles que visualmente suban el ánimo. Los estudiantes necesitan espacios creativos y estimulantes, estoy segura que estarán encantados en colaborar. Después de todo, este lugar les pertenece. Están aquí para formarse, quiero aportar mi granito de arena para que sean personas libres con pensamiento crítico y con un lado creativo formidable.
Sin embargo, mi fantasía trabajo ideal se hace añicos por la mujer alterada que ingresa de forma repentina al salón. Está alterada. Tiene la mirada inyectada de ira. Odio. Ella realmente está envuelta por una vibra oscura.
—¡Levántate, Frankie! Nos vamos de aquí, ahora —se acerca al pupitre del chico. Él, aferrado a su bolígrafo, lo mira de abajo con pánico.
—Mamá... Mamá, aquí no. Estamos teniendo un examen.
—¿Y eso a quien le importa?
—Señora Sawyer, le pido por favor que vuelva a mi despacho. Este no es el lugar adecuado para conversar —la directora interrumpe notablemente nerviosa. Su tono es ligeramente autoritario pero aún más amable, como si temiera ofenderla.
—No tenemos nada que hablar. Vamos, niño. Date prisa.
—No iré, mamá.
—La que pone las reglas aquí, soy yo. Y he dicho que nos vamos —espeta con severidad.
Frankie permanece inmóvil. Su espalda está pegada a la pared; lucha por hacerse diminuto o desaparecer. Una de dos. Está, literalmente, atrapado. La superficie dura detrás, su madre hecha una furia delante.
—No —repite sin titubear.
Tengo el corazón en la garganta. Sin aliento. Tan solo intento ser paciente; busco las palabras adecuadas en mi cabeza, aquellas que no enfurezcan aún más a la mujer.
—¡Muevete, niño tonto! —atrapa el cuello de la camiseta de Frankie, tira de él y lo saca del pupitre con violencia. Está decidida a llevarlo a cualquier precio—. Te vienes conmigo te guste o no —advierte, mientras tira de su cabello para arrastrarlo con ella. Frankie podría rehusarse o enfrentarla, pero no lo hace. Ella está completamente cegada por la ira y su contextura física es intimidante; causar miedo le resulta sencillo.
De todas formas, tomo coraje. Doy un paso adelante e intercedo.
—Suéltalo, le haces daño—hallo fuerzas en algún lugar recóndito de mi interior que no sabía que tenía y consigo apartarla—. Ese no es modo de tratar a una persona, mucho menos a su hijo —pronuncio con firmeza. Atónita ante mi propio coraje—. Iremos al despacho de la directora y hablaremos como adultos civilizados —trato de poner fin a la vergonzosa situación.
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Las heridas que sanamos
Любовные романыCassia y Dalton están rotos. Ninguno planeó enamorarse pero tras conocerse nada volverá a ser lo mismo. ♡♡♡ Cassia tiene el corazón herido. El único novio que tuvo en toda su vida se lo rompió. Dispuesta a sanar, decide regresar al pueblo donde n...