Capítulo 4

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CASSIA

Estar de vuelta en mi hogar se siente como un sueño. Aún no puedo creer que esta sea mi realidad. También es extraño. La última vez que pasé mucho tiempo en esta casa, tenía nueve años. Poco después, a los diez, papá me envió al internado. Ni siquiera existen rastros de un cuarto propio. Una cama antigua, algún viejo sofá, prendas que quedaron en el armario, juguetes a los que les tuve un gran cariño o rastros de posters que una adolescente pegó en la pared. Nada. La habitación, sin embargo, es preciosa. Debra pidió que la preparen especialmente para mí. Dormí en una cama de dos plazas, entre sábanas limpias y aroma a lavanda. Tengo una ventana por donde ingresan los brillantes rayos de sol con una increíble vista hacia las colinas. Debajo, hay un escritorio de madera junto a una cómoda silla. El armario, aún está vacío. La maleta yace abierta en el piso, explotó en cuanto la abrí y no creo ser capaz de cerrarla otra vez con tanto contenido dentro. Ni siquiera sé cómo logré arrastrarla por las escaleras mientras huía de Jared.

Jared.

Me pregunto si estará bien. Durante la madrugada, me perturbé un par de veces, pensando en todo lo que dijo papá. Él volvió a repetirlo en la cena aunque, esta vez, denotó enfado. Lo que pasó fue que él mencionó «solo se quedará unos pocos días, tiene una vida prometedora esperándola en la ciudad» y entonces, Debra intercedió ante mi evidente tristeza «¿por qué no podría tenerla aquí?». Patrick la fulminó con la mirada. Intenté cambiar de tema, me dolía la cabeza después de un día ajetreado. Más tarde, oí murmullos que provenían de su habitación. Estaban discutiendo. Opté por hacer oídos sordos y fingí que nada pasaba. Necesitaba descansar con urgencia. Sé que a papá le preocupa Jared, siempre lo estimó como a un hijo, compartían intereses y conversaciones. Nunca le molestó que él hiciera uso de su dinero. Decía que era uno más de la familia. Entiendo que le cueste superarlo pero, ¿por qué no puede apoyarme a mí? Es todo lo que le pido. Me hubiera gustado que simplemente me diera un abrazo mientras lloraba contándole acerca de mi corazón roto. Pero no lo hizo. Él me cuestionó.

Sé que no puedo hundirme en la tristeza esperando un consuelo. No puedo hacer que las personas actúen del modo en que quiero. Solo tengo control sobre mis acciones. Si planeo seguir adelante en este lugar, tengo que conseguir un trabajo. Si puedo salir pronto de esta casa y volverme independiente, papá no podrá cuestionar mis decisiones.

Hurgo entre mis cosas, en alguna parte tiene que estar la carpeta con las copias de mi prontuario educativo y laboral que imprimí hace un par de semanas. Sin resultados, apoyo la maleta sobre la cama y la giro, sacando todo el contenido. Nada. La carpeta no está.

«Tranquila».

Aún tengo la copia digital en el teléfono. Solo debo encontrar un sitio donde imprimir.

Tras quitarme el pijama, me coloco rápido un vaquero y encima, un sweater en tonos púrpuras. Me agrada la manera en que resalta mi cabello rojizo sobre aquellas tonalidades. Me cruzo una pequeña cartera marrón y bajo las escaleras, en dirección a la cocina.

No hay nadie.

Busco una taza, enciendo la cafetera y hurgo la estantería en busca de algo para comer.

—Pudiste haber pedido que te hicieran el desayuno —aquella voz me sobresalta.

Giro con un paquete de galletas entre las manos.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora