Capítulo 19

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DALTON

—Guau, alguien pasó una mala noche —Mike se burla de mis evidentes ojeras desde el otro lado del mostrador—. Deberías pedir tips de maquillaje. Creo que existe algo para cubrir eso.

—No es gracioso, Mike —arrugo el entrecejo—. Todavía no me acostumbro al horario. Dormir de día, trabajar de noche. Es complicado.

Me tomará un poco de tiempo, pero sé que podré acostumbrarme. ¿Por qué no lo haría? Me adapté a una celda durante años. Es un desafío sencillo en comparación al cambio radical que sufrió mi vida en aquel entonces. Me acostumbré a una cama pequeña e incómoda, a ver el sol durante media hora cada día, a caminar por espacios reducidos, a mantener la guardia en alto incluso cuando dormía, a las comidas desabridas y a dejar de hacer las cosas que amaba. El mayor «problema» en este caso es que, mientras intento dormir, Benji me pide a ladridos salir a pasear o jugar en el campo. Él no puede comprender por qué de pronto ya no descansamos juntos cuando cae el sol.

—Por cierto, supe que tuviste un primer día especial —menciona irónico—. Estuviste a punto de darle una paliza a Seth.

—Lo sé. No fue adecuado —admito—. Aunque no me arrepiento.

—Es un imbécil. No creas nada de lo que diga sobre ti.

—No hablaba sobre mí —respondo sin intención de dar más detalles. Quiero olvidar esa conversación porque cada vez que la recuerdo vuelvo a llenarme de furia. Aún así, Mike aguarda expectante por más información—. Se metió con alguien que no le haría daño a una mosca.

El tintineo de las campanas sobre la puerta interrumpen la conversación. Después, alguien ingresa.

—¡Mike! ¿Cómo estás? —saluda Cassia completamente animada—. ¿Crees que puedes hacerme veinticinco copias de este material para mañana a primera hora? Sé que debí decírtelo antes, pero lo olvidé por completo —expresa mientras se acerca al mostrador.

Lleva el cabello suelto. Rayos de sol que se cuelan por el escaparate la iluminan y sus hebras coloradas brillan bajo la luz. Viste una falda mostaza abotonada por delante, un sweater negro y encima, una campera amplia de mesclilla. Mis ojos se detienen en cada detalle hasta que finalmente llegan al más importante: su sonrisa.

Lo ilumina todo.

—Por supuesto. No te preocupes. Estará listo para mañana.

—Gracias. Eres un genio —sonríe con alivio—. Ah, hola Dalton —me dirige una mirada tras percatarse de mí presencia.

—Hola, Cassia. ¿Todo bien?

—Sí. Bien. ¿Tú? Luces cansado. ¿Dormiste?

—No mucho, en realidad.

—Tienes que descansar. Dormir lo suficiente es importante. Ya sabes, para estar sanos y todo eso —menciona. Asiento como si estuviera hipnotizado ante cada palabra que sale de su boca—. Leer ayuda a conciliar el sueño. Beber té de valeriana o manzanilla también —agrega con naturalidad—. Bueno, tengo que irme. Gracias otra vez, Mike. Pasaré mañana a primera hora. Adiós —se despide. En seguida, cruza la salida.

Dentro, permanece su dulce estela flotando en el aire.

Trago saliva aún con la mirada puesta en la salida. Su inesperada pero agradable aparición me ha dejado un tanto mareado.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora