15. Apodos

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Cuando los chicos finalmente decidieron irse, la casa de Julián quedó en silencio. Las risas y las bromas que llenaron el aire durante toda la tarde se desvanecieron, dejando una sensación de calma. Julián cerró la puerta detrás de Pau y Rodri, los últimos en salir, y se apoyó contra el marco, soltando un suspiro.

Al darse vuelta, vio a Enzo todavía sentado en el sillón, con una expresión tranquila en el rostro. No se había movido, como si no tuviera intenciones de irse.

—¿No te vas? —preguntó Julián, medio en broma, aunque algo en su voz delataba que no le molestaba en lo más mínimo que se quedara.

Enzo lo miró y sonrió de lado.

—Nah, me quedo un rato más. Está tranqui ahora.

No pudo evitar sonreír ante la respuesta. Caminó hasta el sillón y se dejó caer a su lado, recostándose para estar más cómodo. Pasaron unos minutos en silencio, solo escuchando sus respiraciones y el ocasional ruido de la calle que entraba por la ventana entreabierta.

Julián estaba recostado en el sillón, revisando su celular mientras Enzo se acomodaba a su lado, medio dormido. La tarde estaba tranquila, y el silencio entre ambos no era incómodo, sino lo contrario. De pronto, Julián frunció el ceño, repasando un mensaje en su teléfono.

—Che, ¿y por qué me dijiste "Bichito de luz"? —preguntó, girándose un poco hacia el tatuado, curioso. En su voz había una mezcla de confusión y diversión.

Enzo abrió un ojo, mirándolo con una sonrisa medio pícara mientras se estiraba en el sillón. Se tomó unos segundos antes de responder, como si disfrutara del suspenso.

—¿Y por qué no? —dijo al principio, con un tono despreocupado.

—Dale, no te hagas el boludo —insistió, dándole un leve empujón en el brazo—. ¿De dónde salió eso? Podrías haberme dicho cualquier cosa... pero elegiste "Bichito de luz". ¿Qué onda con eso?

Enzo se rió por lo bajo, notando el interés genuino de parte del mayor. Se sentó un poco más derecho, mirándolo a los ojos.

—Es que... sos como un bichito de luz, ¿no? —empezó a decir, su tono más serio pero todavía con una chispa de humor—. Siempre andás por ahí, iluminando todo sin darte cuenta. Te movés entre todos, con esa energía que tenés... y como que brillás. Aunque no lo quieras, se nota.

Julián lo miraba con los ojos un poco más abiertos, sorprendido por lo que estaba escuchando. No esperaba esa respuesta.

—¿Brillo? —repitió, sin saber bien qué decir. No era común que alguien le dijera algo así.

Enzo se encogió de hombros, como si no fuera la gran cosa.

—Sí, obvio. Brillás. Cuando estás en un lugar, como que hacés que todo sea un poco más... no sé, más piola. Como esos bichitos de luz que andan por ahí, chiquitos, pero no pasan desapercibidos.

Julián sintió que algo se le apretaba en el pecho. Las palabras de Enzo, aunque simples, tenían un peso que no se esperaba. Sonrió, medio nervioso, tratando de disimular cómo le había afectado el comentario.

—Sos un cursi, Enzo... —murmuró, pero no pudo evitar mirarlo con ternura.

—Sí, bueno —dijo Enzo, riéndose de nuevo—. Algo se me tenía que pegar.

El silencio que siguió no era incómodo, sino lleno de una especie de tensión suave, una conexión que ambos sentían pero que ninguno sabía bien cómo manejar. Julián se acomodó en el sillón, mirando a Enzo de reojo, mientras el brillo tenue del atardecer entraba por la ventana.

Entre Cruces y Miradas - EnzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora