24. La Carga del Alma

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El sol apenas asomaba en el horizonte cuando el celular de Enzo vibró sobre la mesa de luz. El eco de la conversación de la noche anterior con Julián aún flotaba en su mente, pero al mirar la pantalla y ver el nombre de su mamá, una ola de preocupación lo invadió.

—Hola, má... ¿todo bien? —dijo, con la voz aún adormilada.

—Enzo, necesito que vayas al taller —dijo su madre, en tono urgente—. Me dijeron que tu papá está mal y no sé qué hacer porque estoy trabajando.

El peso en el pecho de Enzo aumentó. Hacía semanas que su padre, quien llevaba tiempo enfermo, había tenido altibajos. Pero ese día, la situación sonaba peor de lo normal.

—Voy para allá, vos quedate tranquila yo me hago cargo.

Colgó el teléfono, se frotó el rostro y se levantó rápido. Tenía que ir al taller, y lo único en lo que podía pensar era en cómo lidiar con los problemas que se venían acumulando, tanto en casa como en su relación con Julián. A pesar de lo bien que había ido la noche anterior, había algo que lo inquietaba: la presión que comenzaba a sentir por cómo avanzaban las cosas entre ellos.

♤♡♧◇

El ruido de las herramientas y el olor a aceite eran parte del mundo de Enzo, pero ese día, todo se sentía más pesado. Su madre estaba preocupada, y su padre apenas podía moverse. Al llegar, lo encontró sentado en una silla de trabajo, con la cabeza gacha y la mirada perdida.

—Hola, viejo —dijo Enzo, acercándose con cautela.

Su padre levantó la vista, una sonrisa débil iluminó su rostro, pero sus ojos estaban llenos de fatiga.

—Hola, pibe. No quise asustarte...

Enzo se agachó a su altura, sosteniendo sus manos en un gesto de apoyo.

—No me asustaste, pero tenés que decirme si te sentís mal. ¿Qué te pasa?

—Es solo un mal día. La tos no me deja en paz —respondió su padre, intentando sonar más fuerte de lo que realmente estaba.

—Dale, no te hagas el héroe. Te veo mal. ¿Te traigo algo? ¿Agua?

—No, no... Solo necesito descansar un poco. Por ahí un café me ayude.

Enzo se movió por el taller, preparándole un café con las manos temblorosas. Mientras lo hacía, su mente divagaba entre el cuidado de su padre y sus sentimientos por Julián. Cuando regresó con la taza, Raúl lo observó con una mezcla de orgullo y preocupación.

—Te estoy preocupando, ¿no?

—Es lo que hacen los padres —dijo Enzo, tratando de restarle importancia—. Pero eso no significa que no me importe. Quiero que estés bien.

Su padre tomó un sorbo de café y dejó escapar un suspiro.

—Ya sé, hijo. A veces me siento un poco perdido, pero sé que tengo al lado mío a un buen pibe.

Enzo se enderezó, con la determinación brotando en su pecho.

—Escuchame, viejo. Ya sé que no te gusta la idea, pero deberías considerar tratarte. Te diagnosticaron EPOC y eso no se va solo. No quiero que te descuides.

El rostro de su padre se endureció, y su mirada se desvió hacia el suelo.

—Otra vez con eso, no, Enzo. No necesito ir al médico. 

—Pero no podés seguir así. La tos no es normal, y... no quiero perderte —insistió Enzo, apretando un poco más sus manos sobre las de su padre.

—No quiero que te preocupes por mí. Te tengo a vos, eso me basta y sobra —respondió, pero su tono era más defensivo que resignado.

Entre Cruces y Miradas - EnzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora