26. Charlas

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El humo de la leña recién encendida empezaba a mezclarse con el aire, mientras la luna avanzaba lento, pintando el cielo nocturno. En la terraza del departamento de Julián, él, Enzo y Licha andaban de acá para allá, cebando mates y preparando la picada mientras esperaban a que el fuego tomara bien.

Mientras los tres iban y venían con la picada y los mates, Enzo no podía evitar clavar la mirada en Julián cada tanto. Lo veía moverse de un lado a otro, en su salsa, organizando todo como si fuera el anfitrión perfecto. Había algo en esos gestos cotidianos que lo desarmaba por completo. Le gustaba esa sencillez de Julián, esa forma en que hacía las cosas sin esfuerzo, pero con una dedicación que no pasaba desapercibida. El tatuado sonrió para sí mismo, agarrando otro mate y pensando lo afortunado que se sentía de estar compartiendo ese momento, rodeado de amigos, pero con Julián ahí, a su lado.

—Che, ¿falta mucho para que tiremos la carne? —preguntó Julián, acomodando los platos en la mesa mientras miraba la parrilla vacía con ansiedad.

—Tranqui, falta que prenda bien —respondió Enzo, revisando las brasas con la pala—. Aunque si se te llega a pasar la carne, no te salvo, ¿eh?

Julián se le quedó mirando, entre divertido y desafiante.

A veces Julián no podía creer lo bien que se llevaban, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos. De alguna manera, Enzo siempre encontraba la manera de hacerlo reír, incluso cuando le tiraba esas chicanas que le hacían subir la temperatura en un segundo. Era como si el turro supiera exactamente qué botones apretar, pero lo hacía con una naturalidad que lo desarmaba. Cada vez que estaban juntos, aunque fuera en esos momentos tan comunes como preparar un asado, Julián sentía que algo entre ellos se acomodaba más. Le daba miedo admitirlo, pero se estaba encariñando más de lo que quería.

—Siempre te hacés el gracioso, pero bien que cuando te hago un asado, comés calladito.

—Obvio, si el hambre no espera —Enzo sonrió de costado, sin despegar la vista del fuego—. Pero cuando se te quema, no hay fernet que lo salve, te aviso.

—Callate y fijate que prenda bien —le contestó Julián, riéndose mientras le daba una palmada en la espalda.

Licha, que estaba preparando los vasos, los miró de reojo con una sonrisa.

—Che, ¿y vos qué onda con tu romance? —saltó Enzo, mirándola con una sonrisa pícara—. Todos metidos en lo mío con Julián, pero vos no largás nada de lo tuyo, ¿eh?

Licha se sonrojó ligeramente, pero rápidamente recuperó su aplomo.

—¿Romance? ¡Nah! —respondió, haciendo un gesto dramático—. Estamos en la fase de prueba, ¿no? Igual... es un buen pibe. Nos estamos conociendo de otra forma, tranqui, sin apuro.

—Sí, sí, pero decime la posta —insistió Julián, con una sonrisa traviesa—. La última vez que lo hablamos, estabas más manija que nunca.

—¡Flasheaste cualquiera! —Licha intentó desviar la conversación, pero el brillo en sus ojos lo traicionó.

—Mmm no sé, Licha —dijo Enzo, inclinándose hacia adelante—. Si te gusta, decilo. No pasa nada, che.

Licha suspiró, rindiéndose ante el asedio de sus amigos.

—Bueno, bueno, sí. La verdad es que la paso bien con él. Me gusta cómo me hace sentir, sobre todo los chapes y otras cosas —dijo Licha, una sonrisa se dibujó en su rostro—. Pero hay algo que me jode... cada vez que quiero ir un poco más allá, el Cuti me frena y me dice que no estoy listo.

—¿Cómo que no estás listo? —preguntó Enzo, frunciendo el ceño—. ¿Me estás jodiendo?

—Eso me dice. Y a veces pienso que por ahí tiene razón —respondió Licha, mirando al suelo mientras jugaba con los dedos—. Pero ¿no es normal querer avanzar un poco más en una relación?

Entre Cruces y Miradas - EnzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora