18. Entre Cuerdas y Confesiones

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El grupo volvió a reunirse después del incidente, aunque la energía vibrante del boliche contrastaba con el ambiente más tenso entre ellos. Julián caminaba detrás de Enzo, todavía algo afectado por lo que había pasado. Enzo, con la mandíbula apretada, les explicó rápidamente lo sucedido, sin entrar en detalles gráficos, pero dejando claro que Nicolás se había pasado de la raya y que él simplemente había reaccionado. Sus amigos lo miraron, algunos con sorpresa, otros con preocupación, pero no dijeron nada, solo asentían, entendiendo la situación.

Julián, en cambio, estaba más distante. El nudo en su pecho no desaparecía, y la necesidad de irse se hacía cada vez más fuerte. Licha, que lo conocía bien, lo notó enseguida y se acercó.

—Che, Juli, ¿qué onda? ¿Estás bien? —preguntó, viendo la tensión en los hombros de su amigo.

Julián intentó disimular, pero su voz sonó más apagada de lo que hubiera querido. —Sí, sí, todo bien... —respondió, aunque nadie le creyó.

Pau, que había escuchado la conversación, lo observó con el ceño fruncido. —No te veo bien, boludo. Si te querés ir, decilo, no pasa nada —le sugirió, genuinamente preocupado.

Julián se pasó una mano por el pelo, incómodo. —Sí, la verdad que me quiero ir, pero quédense ustedes, no da que se corten por mí. Me pido un Uber y listo —dijo, ya sacando el teléfono del bolsillo.

En ese momento, Lautaro le quitó el celular de la mano con un gesto rápido, y los demás se le unieron en negación. —Ni en pedo te dejamos irte solo, boludo —dijo Licha, cruzándose de brazos. —Si te vas, nos vamos todos.

—Pero en serio, chicos, quédense... —insistió Julián, queriendo no ser el que arruinara la noche.

—Dejate de joder, Juli —interrumpió Enzo, acercándose un poco más—. No pasa nada si nos vamos, está todo bien.

Julián los miró, agradecido, pero un poco resignado, sabiendo que sus amigos no lo dejarían ir solo.

La música seguía sonando, y las voces se mezclaban con risas en el aire, pero Julián ya no escuchaba nada. Aunque se resistió a que lo llevaran, Enzo lo escoltó junto a los que habían venido con él. Subieron al auto, y el silencio incómodo flotaba entre ellos mientras el motor rugía al encenderse. Julián miraba por la ventana, evitando el contacto visual, y Enzo, sin despegar la vista del camino, no podía evitar preocuparse.

—¿Cómo estás? —le preguntó Enzo en voz baja, mirando de reojo.

—Bien —respondió Julián de manera automática, sin siquiera voltear. Sabía que Enzo seguía inquieto, pero no tenía ganas de hablar del tema.

A cada rato, Enzo repetía la misma pregunta, insistiendo en asegurarse de que estuviera bien. La primera vez, Julián lo había dejado pasar, la segunda vez intentó ser más convincente con un "todo tranqui," pero para la tercera vez, ya estaba empezando a perder la paciencia.

Cuando llegaron a lo de Licha, Cuti y él bajaron del auto, despidiéndose con una palmada en la espalda y alguna broma ligera, como si no hubiera pasado nada. El auto quedó en silencio otra vez cuando se fueron. Enzo siguió manejando, pero Julián no aguantaba más esa sensación en el pecho. Miró al tatuado de reojo y, por más que quisiera cambiar de tema, lo que sentía lo estaba carcomiendo.

—¿Vas a seguir preguntándome cómo estoy? —soltó de golpe, cruzándose de brazos. Enzo lo miró un segundo, sorprendido.

—Es que quiero saber... —respondió, manteniendo su mirada fija en la ruta.

—No, lo que pasa es que me estás hinchando las bolas —dijo Julián, su tono subiendo ligeramente. Había una incomodidad en su voz que iba más allá de la situación. Enzo frunció el ceño, confundido.

Entre Cruces y Miradas - EnzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora