capitulo 37

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Continuamos:

Tae sentía cómo sus brazos comenzaban a adormecerse por el esfuerzo de mantener a sus bebés en alto, alejados del agua que seguía subiendo lentamente. Aunque la lluvia había cesado, el clima estaba templado, lo que al menos le daba un pequeño respiro en cuanto a frío. Aún así, cada minuto que pasaba se hacía más difícil, y con todo su corazón, rogaba a la luna que alguien viniera por ellos.

De repente, cerca del pozo, Tae escuchó voces que se acercaban. Dos alfas se movían con rapidez por la zona, claramente apuradas.

—Vamos, Yeri, apúrate. Tenemos que escondernos, es peligroso aquí —dijo Haeri, cargando varios bolsos con sus pertenencias.

—Espera... te juro que escuché llantos de bebés —respondió Yeri, deteniéndose y escudriñando a su alrededor, buscando el origen del sonido.

El corazón de Tae se aceleró. Con todo el esfuerzo que pudo reunir, alzó la voz, aunque sus palabras salieron entrecortadas y débiles:

—¡Por aquí... ayuda! —pidió Tae con un pequeño grito, sintiendo que sus fuerzas flaqueaban.

Las dos alfas se acercaron rápidamente al borde del pozo y miraron hacia abajo. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Tae en el fondo, sosteniendo a sus dos recién nacidos, un niño y una niña, luchando por mantenerlos a salvo.

—¡Oh, Luna! —exclamó Haeri, alarmada. —¡Yeri, rápido, tenemos que sacarlos de ahí!

—Si te ayudamos, prométenos que nos dejarás vivir en tu manada. No estamos con Kang, le somos fieles a Jhope —dijo Yeri, su voz firme pero cargada de urgencia.

Tae, agotado y vulnerable, asintió sin dudar. Sabía que necesitaba salir de ese pozo, y ellas eran su única esperanza en ese momento.

—Les prometo que tendrán un lugar en mi manada —dijo con voz temblorosa, pero con la certeza de que cumpliría su palabra.

Las alfas no esperaron más. Se movieron rápidamente para encontrar la manera de sacarlo de ahí. Haeri, con cuidado y un gesto de confianza, extendió las manos hacia Tae.

—Dame a tus bebés —pidió Haeri. Aunque Tae dudó un momento, el agotamiento y la urgencia lo hicieron ceder. Lentamente, entregó a sus recién nacidos a la alfa, quien los envolvió con cuidado en telas secas y los colocó junto a un árbol, asegurándose de que estuvieran a salvo.

Yeri y Haeri lanzaron el extremo de una soga hacia Tae y, con todas sus fuerzas, comenzaron a tirar del otro lado. Con cada esfuerzo, Tae iba subiendo poco a poco. Finalmente, cuando llegó a la superficie, las alfas le ofrecieron un abrigo seco y ropa limpia.

—Gracias, nunca olvidaré esto —dijo Tae, con los ojos brillando de gratitud mientras abrazaba a sus bebés, sabiendo que esas alfas le habían salvado la vida.

—Son hermosos —dijo Haeri, admirando a los pequeños cachorros envueltos en las mantas.

—Gracias —respondió Tae con una suave sonrisa, mirando con ternura a sus bebés en sus brazos. A pesar del agotamiento, sentía una profunda paz al tenerlos a su lado.

—Debemos irnos, aquí no es seguro —interrumpió Yeri, tomando el brazo de Haeri para levantarla y recordarle la urgencia de la situación.

Tae asintió, consciente del peligro que aún acechaba. Respiró hondo y, con esfuerzo, se levantó lentamente. Todavía sentía su cuerpo debilitado, pero no había tiempo que perder.

—Conozco un escondite —dijo Tae, su voz decidida—. Nadie las verá ahí. Está cerca, síganme.

Yeri y Haeri intercambiaron miradas y, confiando en las palabras del omega, comenzaron a seguirlo mientras Tae caminaba con cuidado, protegiendo a sus bebés, aunque todavía debía recuperar fuerzas.

nuestro peligroso amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora