Las cenizas del dragón

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Aquel cofre oculto en la habitación de sus hijos contenía tres huevos de dragón que Tyla suponía que el príncipe guardaba para su prole. Ahora, esos huevos eran de sus propios hijos, tan Targaryen como el mismo Aerys. El cofre, lleno de humo y vapor, mantenía los huevos tibios para una posible eclosión.

Esa noche, Tyla se había escapado de los brazos crueles del rey y se dirigió a la habitación de sus pequeños. Sus bebés Aegon y Rhaenyra dormían plácidamente en sus cunas, mientras su Jahaerys ocupaba una gran cama solo para él. Tyla recordaba vívidamente el día en que su hijo pronunció su primera palabra, y su primera petición fue tener la cama más grande. Tanto ella como el rey complacieron a su pequeño.

El Rey Aerys estaba ciego ante su hijo, atrapado en la turbia fantasía de que, cuando Jahaerys creciera, pelearía las guerras por él y rendiría honores a su padre.

El silencio en la fortaleza últimamente la ponía nerviosa. El ruido de la ciudad y el caos en el reino se sentían lejanos, como un eco irreal. Pero ese silencio se rompió de repente con el llanto de su pequeño Jahaerys, resonando en la habitación. Tyla se apresuró a tomarlo en brazos, temiendo que sus otros hijos se despertaran.

Cuando lo sostuvo, el llanto cesó, pero las lágrimas seguían brotando de sus hermosos ojos lila.

—¿Qué sucede, mi príncipe? —preguntó Tyla, acariciando el dulce rostro de su hijo.

Jahaerys, en brazos de su madre, señaló los humeantes huevos del cofre, enfocándose en uno de color amarillo.

—¿Quieres verlos más de cerca? Uno de esos es tuyo, mi amor.

—Malo —dijo Jahaerys, con una seriedad que desconcertó a Tyla.

—No es malo, mi amor. Ese un día será un dragón y será tuyo —le explicó, acariciando la espalda de su hijo.

—Malo —insistió el pequeño, señalando nuevamente el huevo—. Muerte Rhae, muere por él.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tyla ante tales palabras.

—Tu hermana no morirá, amor —trató de tranquilizarse a sí misma y a su hijo

— Ellos pelearán y Aegon  la matará.

Los ojos de Jahaerys se llenaron de lágrimas.

La rubia asimiló lentamente lo que su hijo había dicho y recordó el peso de sus nombres.

—Tu hermana no morirá, mi amor. Lo que dices ocurrió hace mucho tiempo —susurró con voz suave—. Esa historia es sobre la antigua reina Rhaenyra Targaryen y su hermano Aegon.

—¿Por qué pelearon? —preguntó con inocencia, una voz que Tyla adoraba.

—Porque ambos querían el puesto que ahora ocupa tu padre —respondió, mientras el pequeño príncipe parecía reflexionar.

—¿O sea que mi hermana será reina?

—Puede que sí, y tú, el rey.

Aquellas palabras pesaban como una losa. Las tradiciones de la Casa Targaryen no eran del agrado de Tyla, pero si quería asegurar su linaje y posición, tendría que aceptar la propuesta del rey de casar a sus hijos y restaurar la dinastía Targaryen.

Mientras tanto, el pequeño de cabello tan blanco como la nieve meditaba sobre las confusas palabras de su madre. No quería que sus hermanos pelearan, así que él se encargaría de que eso no sucediera.

Esa noche, Tyla no durmió, observando a sus hijos dormir plácidamente mientras ella se debatía con sus pensamientos.

A la mañana siguiente, abandonó la habitación de sus hijos y decidió caminar por la fortaleza para despejar su mente. Sin embargo, su paz se vio interrumpida al encontrar al príncipe Rhaegar Targaryen junto a su hermano en la sala del trono.

—Después de todo lo que has hecho, ¿aún te dignas a aparecer cuando estamos perdiendo la guerra? —Tyla no podía ocultar su rencor hacia el príncipe; la guerra y el caos en el reino eran su culpa.

—¿Podrían dejarnos a solas? —ordenó Rhaegar firmemente a los guardias. Todos obedecieron, excepto Jaime, que aguardaba la aprobación de su hermana.

—Puedes retirarte —dijo Rhaegar, y cuando Jaime salió, Tyla se acercó al príncipe, manteniendo una distancia prudente—. Tu maldita obsesión va a matar el reino.

—No es una obsesión, Tyla. Es el futuro de nuestra casa, del reino, del mundo —respondió él, desesperado.

—Han pasado tantos años desde el sueño del conquistador. ¿De verdad sigues creyendo que eso es cierto? —Rhaegar guardó silencio, recordando la promesa que le hizo años atrás en la biblioteca. Ahora no podía creer que ella estuviera diciendo esto.

—Hicimos una promesa.

—Hice esa promesa cuando era una niña —rebatió Tyla—. Cuando no era madre, cuando no era reina. No voy a permitir que tu necedad me mate a mí y a mis hijos.

—Solo tienes que confiar en mí. La tercera cabeza del dragón es el príncipe que nos fue prometido, y después de que gane la batalla en el Tridente, muchas cosas cambiarán en el reino. Y tú me apoyarás —intentó acercarse, pero ella se apartó.

—Tú no harás nada. Asegúrate de sobrevivir en esa batalla y serás testigo de mi reinado —le dio la espalda para salir de la sala.

—Así que eso era lo que querías —estalló Rhaegar—. Siempre quisiste el trono y manipulaste a mi padre para que se casara contigo.

—¿Eres tan idiota como para creer que manipulé a tu padre? —Tyla se volvió y encaró al príncipe—. Fui secuestrada por tu padre con solo diecisiete años. Fui abusada, golpeada, y aún así, te atreves a decir que lo hice todo por el trono. Créeme, si me hubieran dado una opción, no estaría aquí. Lo que me une a ti y a tu familia son mis hijos. Así que sigue creyendo en tu fantasía del príncipe que fue prometido, peleando una guerra por un supuesto amor. Ten la tercera cabeza del dragón, pero estoy segura de que tú pagarás las consecuencias de tus actos.

—Tyla...

—Dudo mucho que el fruto de una guerra y un secuestro sea nuestro salvador.

Dicho esto, Tyla abandonó la sala, furiosa. Aquél que fue su mejor amigo y algo más se había convertido en un extraño, luchando en una guerra basada en una fantasía y un amor ilusorio. Sabía que su caída estaba cerca.

Y ciertamente, la rubia no se equivocó. Aquella tarde recibió la noticia de la muerte del príncipe, de cómo su pecho había sido atravesado por el gran martillo de Robert Baratheon, de cómo las personas se lanzaban a las aguas tratando de arrancarle los rubíes de su preciosa armadura.

Esa tarde, el rey gritó ordenando que quemaran todo. Tyla lloró; ya sabía el destino del príncipe, pero aún así se permitió llorar y sufrir por la muerte de quien alguna vez fue su amigo. No quería imaginar lo que vendría después.

The Lion's Promise||Juego de Tronos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora