Capitulo 04

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Narra Alondra

El sonido de la cerradura girando me hizo saltar. Mi cuerpo estaba tenso, cada músculo adolorido por las horas, tal vez días, de estar amarrada. Perdí la noción del tiempo en algún punto. Todo se había vuelto una rutina de miedo y resistencia, hasta que mi cuerpo ya no pudo más. La puerta se abrió lentamente, revelando la figura de Rai, siempre tan calmada, tan controlada. Su presencia llenaba la habitación de una manera que me asfixiaba.

Ella caminó hacia mí, con esa misma sonrisa que ahora no podía ver sin sentir un nudo en el estómago. Era hermosa, eso lo sabía desde el primer momento en que la vi. Pero la belleza también puede ser peligrosa, y yo lo estaba aprendiendo a la fuerza.

- Hoy va a ser un buen día, Alondra - dijo con voz suave, como si estuviera anunciando un regalo especial.

No contesté. Había dejado de intentar razonar con ella, de intentar convencerla de que todo esto estaba mal. Sabía que no tenía caso. A Rai no se la convence, se la obedece. O eso es lo que ella cree.

Se acercó a la cama y se sentó a mi lado. El roce de su piel contra la mía me heló la sangre. Sentí que mi cuerpo quería retroceder, pero las ataduras lo mantenían en su lugar. Ella estudió mi rostro por un momento, inclinando la cabeza como si estuviera examinando una obra de arte.

- Hoy voy a quitarte las cuerdas - dijo finalmente, con una dulzura inquietante
- Pero solo si prometes portarte bien.

Mi corazón se aceleró. ¿Qué significaba "portarme bien"? No había escapatoria si desobedecía. Rai siempre se salía con la suya. Aún así, la idea de sentirme libre, aunque fuera solo un poco, era tentadora.

- Por favor...- Mi voz salió más débil de lo que esperaba, pero seguí - Solo... déjame ir. No haré nada. No me escaparé.

Rai rió suavemente, como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.

- Oh, Alondra... no tienes adónde ir. Nadie te está buscando - Su voz se volvió un poco más grave, como si tratara de que sus palabras se grabaran en mi mente - Yo soy lo único que te queda. Pero no te preocupes, te cuidaré. Como siempre lo hago.

La vi moverse lentamente, sacando un pequeño cuchillo de su bolsillo. Mi respiración se detuvo. ¿Qué estaba a punto de hacerme? Mis ojos se quedaron fijos en la hoja brillante mientras ella la acercaba a mis muñecas, donde las cuerdas me habían cortado la piel. Sentí un pinchazo de dolor al rozarlas, pero pronto las sentí aflojarse. Cuando mis manos estuvieron libres, casi no podía moverlas. Las llevé lentamente a mi regazo, sintiendo la rigidez y el hormigueo que corría por ellas.

Después de liberar mis tobillos, me quedé quieta, sin atreverme a moverme demasiado rápido, observando a Rai mientras guardaba el cuchillo en su bolsillo.

- Así está mejor - dijo mientras me acariciaba el cabello, como si fuera un gesto de amor - Sabes que no quiero hacerte daño, ¿verdad?

No le respondí, pero aparté la mirada. No quería ver su rostro. No quería dejar que viera el miedo que aún me carcomía por dentro. Sabía que cualquier error, cualquier movimiento en falso, podría hacer que cambiara de opinión.

Rai se levantó, y por un segundo, pensé en moverme, en aprovechar el momento. Pero mi cuerpo estaba demasiado débil, y mi mente no podía encontrar un plan que tuviera sentido. ¿A dónde iría? Las puertas estaban cerradas con llave, las ventanas selladas. Estaba atrapada.

- Quiero que te relajes, Alondra - dijo, dando un paso atrás para observarme desde una distancia segura - Hoy es el primer día de nuestra nueva vida juntas. No más ataduras. Solo nosotras.

Quise reírme de lo absurda que era esa frase. "No más ataduras", como si liberarme físicamente de las cuerdas significara algo cuando ella me tenía presa mentalmente, emocionalmente. Las cuerdas eran lo de menos.

- Puedes caminar si quieres - añadió
- Pero, como te dije, no tienes a dónde ir. Así que tómate tu tiempo. Descansa. Este es tu hogar.

Mi hogar. Esa palabra resonaba en mi cabeza como una maldición. ¿Cómo podía llamar hogar a este lugar, a este infierno controlado por Rai?

Cuando ella salió de la habitación, dejándome sola por primera vez en días, sentí una punzada de esperanza mezclada con miedo. Mis manos estaban libres, y mis piernas, aunque temblorosas, también. Me levanté de la cama lentamente, tambaleándome al principio. Mi cuerpo aún no estaba acostumbrado a la libertad.

Caminé hacia la ventana, sabiendo que estaba cerrada, pero necesitaba ver el exterior. Necesitaba algo que me recordara que el mundo seguía allí afuera. Pero cuando corrí las cortinas, el vidrio grueso y opaco me devolvió la mirada. Nada. No había salida.

Me dejé caer al suelo, las lágrimas resbalando por mi rostro antes de que pudiera detenerlas. Me había quitado las cuerdas, sí. Pero seguía tan atrapada como antes.

YOU'RE MINEWhere stories live. Discover now