Capitulo 07

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Narra Alondra

El aire en la mansión era sofocante, cargado de esa tensión que parecía seguirme a todas partes. Desde que Rai me permitió moverme con más libertad, el lujo de esta cárcel solo servía para recordarme lo atrapada que estaba. Pero había algo en Marcos, uno de los guardias, que me hacía pensar que tal vez no todo estaba perdido. Había algo en su mirada que me decía que él podía ayudarme, o al menos entender el infierno en el que vivía.

Era arriesgado, pero no tenía opción. No podía soportar más la sensación de ser vigilada constantemente, cada paso monitoreado, cada palabra supervisada. Cuando lo vi solo, en un rincón cerca del jardín, supe que esta era mi oportunidad.

- Marcos - susurré, mi voz apenas audible mientras me acercaba - Necesito hablar contigo.

Él se tensó de inmediato, sus ojos recorriendo el área como si buscara a alguien. Sabía que me estaba arriesgando, pero no me detuve. La desesperación era más fuerte que el miedo.

- No debería estar hablando conmigo - murmuró, pero sus ojos reflejaban una preocupación que ninguno de los otros guardias había mostrado jamás.

- Por favor, necesito tu ayuda. Tengo que salir de aquí - le rogué, acercándome más. Mis manos temblaban, y mi voz apenas salía de mi garganta. Lo miré con la esperanza de que fuera mi salvación.

Por un momento, el guardia pareció dudar, y vi una chispa de humanidad en su mirada. Pero antes de que pudiera responder, el aire se volvió helado. Un escalofrío recorrió mi espalda, y mi corazón se detuvo por un segundo.

Rai estaba allí.

Me giré despacio, mis músculos tensos, cada fibra de mi cuerpo preparándose para el caos que sabía que estaba por desatarse. Su silueta estaba enmarcada en la puerta, y su mirada era pura rabia contenida. Sus ojos, normalmente calculadores, ahora eran como dos brasas ardientes.

- ¿Qué estás haciendo, Alondra? - preguntó con una calma aterradora, la voz baja y controlada, pero cada palabra era un veneno que se deslizaba entre nosotros.

Marcos dio un paso atrás, sus ojos abiertos de par en par. Sabía que había cometido un error, y yo también. Hablar con él era un riesgo que no debería haber tomado, y ahora íbamos a pagar el precio.

- Rai, no fue su culpa. Solo... solo estaba preguntándole algo de trabajo - intenté explicar, pero mi voz sonaba débil, vacía. Sabía que ella no creería ni una sola palabra.

- ¿Trabajo? - Rai repitió la palabra lentamente, como si la saboreara, mientras daba un paso hacia adelante. Cada paso era una sentencia - ¿De verdad crees que puedes hablar con alguien más que no sea yo? ¿Que puedes buscar ayuda? - Su voz bajó, casi en un susurro - Eres mía, Alondra. Solo mía.

Antes de que pudiera moverme, Rai cruzó la distancia que nos separaba con una rapidez aterradora. Agarró a Marcos por el cuello de la camisa y lo empujó contra la pared con tal fuerza que el golpe resonó en toda la habitación. El aire se me escapó de los pulmones al ver su brutalidad.

- ¿Te pidió que la ayudaras? - le siseó a Marcos, sus ojos brillando con una locura que nunca antes había visto. Sus dedos se apretaron más alrededor de su cuello, y el guardia, aunque mucho más grande que ella, no podía moverse. Estaba completamente bajo su control.

- ¡Rai, por favor! ¡Déjalo! - grité, corriendo hacia ellos, pero ella no se detuvo. Giró ligeramente su cabeza hacia mí, su mirada oscura clavándose en la mía.

- ¿Vas a defenderlo? - preguntó con una frialdad que me heló hasta los huesos - Tú lo provocaste. Esto es por tu culpa. ¿Qué estabas pensando, Alondra?

Con un empujón, soltó a Marcos, que cayó al suelo tosiendo, sus manos agarrándose la garganta mientras trataba de recuperar el aliento. No había terminado con él, pero ahora su atención estaba completamente sobre mí.

- Ven aquí - ordenó Rai, su voz baja y mortal.

Me quedé inmóvil, paralizada por el miedo, pero ella no esperó. Caminó hacia mí con pasos firmes, y antes de que pudiera reaccionar, su mano se estrelló contra mi rostro con una fuerza que me hizo tambalear. El dolor fue inmediato, un calor punzante que me recorrió la mejilla.

- Esto es por hablar con él - dijo, su tono lleno de una ira controlada - Nadie te toca, Alondra. Nadie te escucha. Solo yo.

Me caí de rodillas, el impacto resonando en mi cuerpo, pero lo peor no era el dolor físico. Era la sensación de que había roto algo más profundo, algo que nunca podría reparar. Ella me miraba desde arriba, su expresión mezclando una furia helada con un toque de satisfacción. Era como si el castigo la hubiera calmado, como si necesitara imponer su control sobre mí para sentir que todo estaba en su lugar.

- Levántate - me ordenó, y aunque mi cuerpo me gritaba que me quedara en el suelo, supe que si no lo hacía, las cosas solo empeorarían.

Me levanté lentamente, mi cuerpo temblando. El dolor en mi mejilla ardía, pero no me atreví a tocarla. Sentía su mirada fija en mí, devorando cada movimiento, cada respiración.

- Esto es un recordatorio - continuó Rai, acercándose más, sus manos agarrando mi rostro con una suavidad aterradora - No te atrevas a volver a intentar escapar de mí. No habrá más advertencias.

Su mano se deslizó lentamente por mi mejilla, acariciando el lugar donde me había golpeado, como si quisiera borrar el dolor que ella misma había causado. Era una contradicción viviente, una mezcla de violencia y cariño distorsionado que me dejaba completamente indefensa.

- Te amo, Alondra - susurró, su voz suave, casi dulce - Pero tienes que entender que lo que es mío, es solo mío. Y lo que pasó hoy no puede volver a suceder.

No respondí. No podía. Las lágrimas se agolpaban en mis ojos, pero me las tragué. Sabía que mostrar debilidad solo la alimentaría más.

Me soltó finalmente y se giró hacia Marcos, que seguía en el suelo, jadeando.

- Lárgate - le dijo con un desprecio gélido
- Si vuelves a dirigirle la palabra, no vivirás para contarlo.

El guardia no dijo una palabra. Se levantó como pudo y salió corriendo, dejando solo el eco de sus pasos en el aire pesado de la mansión. Yo me quedé allí, de pie, sintiendo cómo el mundo se estrechaba alrededor de mí, más atrapada que nunca.

Rai me miró por última vez, su expresión cambiando de nuevo a esa suavidad inquietante.

- Ahora ven, Alondra - dijo mientras me tomaba del brazo con una ternura retorcida - Vamos a seguir con nuestro día, como siempre.

Me guió fuera del salón, pero algo dentro de mí sabía que nada volvería a ser como antes. Ahora era solo una sombra de lo que alguna vez fui.

YOU'RE MINEWhere stories live. Discover now