Capitulo 05

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Narra Alondra

Cuando Rai abrió la puerta, la luz del pasillo inundó la pequeña habitación en la que había estado atrapada durante... ya no sé cuántos días. El brillo fue abrumador al principio, cegándome momentáneamente. Mis piernas, aún débiles, tambalearon un poco, pero me forcé a mantenerme en pie. Tenía que mantenerme firme, aunque todo dentro de mí estuviera derrumbándose.

Rai, por supuesto, lo notó. Ella siempre lo nota. Se acercó con esa sonrisa que me hacía sentir pequeña, como si cada intento de rebelión fuera inútil. Su mano se posó suavemente en mi espalda, guiándome hacia el pasillo.

- Ven, Alondra - dijo con su habitual tono calmado, como si todo esto fuera normal, como si no fuera una locura que me estuviera llevando de un cuarto en el que me había tenido prisionera - Quiero mostrarte tu nuevo hogar.

"Hogar." Esa palabra de nuevo, golpeando con la misma fuerza que antes. No le contesté, simplemente dejé que me condujera. Las paredes del pasillo eran amplias, con cuadros de paisajes colgados cada pocos metros. Cada uno parecía cuidadosamente elegido, pero a mí me parecían imágenes distantes, parte de un mundo al que ya no pertenecía.

Cuando giramos la esquina y entramos a la sala principal, el aire se me cortó. La casa era enorme, mucho más de lo que había imaginado desde el pequeño cuarto donde me había mantenido. Techos altos, decoraciones lujosas, ventanas amplias que permitían que la luz del sol inundara el espacio. Podía ver sofás de cuero, mesas de mármol y una chimenea tan grande que parecía sacada de una mansión antigua.

- Es hermoso, ¿no? - murmuró Rai a mi lado, su voz suave y orgullosa - Todo esto es tuyo, Alondra. Nuestro hogar.

Hermoso, sí, pero también opresivo. Era como si cada objeto en esta casa fuera un recordatorio de lo pequeña y atrapada que me sentía. No podía negar la belleza del lugar, pero eso solo hacía todo más aterrador. ¿Cómo algo tan magnífico podía ser también mi prisión?

- ¿Dónde estamos? - pregunté finalmente, mi voz apenas un susurro.

- Lejos de todo - respondió ella sin dar detalles, con esa sonrisa enigmática
- Nadie puede encontrarnos aquí. Nadie puede interrumpir lo que tenemos.

Lo que "tenemos". Me estremecí al escuchar esas palabras. No había "nosotras". Solo estaba yo, atrapada, y ella, mi captora, la sombra que me seguía a todas partes. Pero si había aprendido algo en los días o semanas, era que luchar abiertamente no me llevaría a ninguna parte. Así que respiré hondo y asentí ligeramente, aunque todo en mi interior gritaba en contra.

- Quiero que veas todo, Alondra - continuó Rai, como si me estuviera mostrando un regalo - Cada rincón de esta casa está hecho para nosotras. Te sentirás segura aquí, protegida.

Protegida. Sabía lo que realmente significaba esa palabra para ella. No era protección lo que me ofrecía, sino control. Era su manera de asegurarse de que no pudiera escapar, de que no tuviera a dónde correr.

Caminamos por la sala principal, y Rai me mostró cada detalle con entusiasmo. La cocina era amplia, con electrodomésticos de última generación y una mesa lo suficientemente grande para albergar a un grupo entero. Pero no había nadie más, solo nosotras. ¿Para qué tanto espacio si nunca tendría la oportunidad de ver a otra persona? La idea de la soledad eterna me hizo temblar.

Seguimos explorando. Pasamos por habitaciones que parecían sacadas de una revista de lujo: un estudio lleno de libros, una sala de música con un piano de cola y varias guitarras colgadas en la pared, una biblioteca con estanterías tan altas que se necesitaba una escalera para alcanzar los libros de la parte superior.

- Puedes usar cualquier cosa que quieras - dijo Rai mientras abría las puertas a nuevas habitaciones - Todo esto es para ti, Alondra. Quiero que seas feliz aquí.

Feliz. La palabra parecía un chiste cruel. ¿Cómo podría ser feliz en un lugar donde cada esquina me recordaba que no era libre? Pero asentí de nuevo, porque sabía que no tenía opción. Sabía que cualquier señal de resistencia solo la haría más cuidadosa, más posesiva.

Finalmente, llegamos a un gran salón con una escalera de caracol que ascendía hacia los pisos superiores. La casa era aún más grande de lo que imaginaba. Sentí una mezcla de desesperación y asombro al pensar en lo fácil que sería perderse aquí. Quizá podría encontrar alguna forma de esconderme, de ganar algo de tiempo para... ¿para qué? ¿Escapar? No, no podría. Rai siempre sabría dónde estaba.

- Te mostraré el jardín después - me dijo, como si fuera la anfitriona de una fiesta, mientras me tomaba de la mano para llevarme al siguiente lugar - Pero por ahora, quiero que veas nuestra habitación.

Nuestra habitación. Esas palabras enviaron una oleada de frío por mi cuerpo. El cuarto en el que había estado antes no era más que una celda, pero ahora quería llevarme a un espacio compartido. Un lugar más íntimo. Tragué saliva, incapaz de protestar.

Subimos la escalera, y cada paso hacía que mis piernas temblaran más. Cuando llegamos al final, abrió una puerta doble de madera tallada. La habitación que me recibió era aún más impresionante que cualquier otra. Una cama enorme con sábanas de seda, un balcón con puertas de cristal, y alfombras que cubrían el suelo de madera.

Rai me miró con ojos expectantes, como si estuviera esperando mi reacción.

- ¿No es perfecto? - preguntó, acercándose y acariciando mi brazo - Aquí, Alondra, es donde todo será mejor. Ya no habrá miedo. Ya no habrá dudas.

Pero las dudas seguían ahí, más fuertes que nunca. Porque, aunque esta casa fuera enorme, aunque fuera lujosa, seguía siendo una jaula. Una jaula dorada, sí, pero una jaula al fin y al cabo.

Y yo, seguía atrapada.

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