Capitulo 10

619 43 1
                                        

Narra Alondra

El eco de nuestros pasos resonaba por los amplios pasillos de la mansión mientras Rai me llevaba de la mano, como si nada hubiera pasado. Como si no me hubiera tenido esposada minutos antes, como si su furia posesiva no se hubiera desbordado. La normalidad que trataba de proyectar me enfermaba, pero no tenía fuerzas para resistirme. Ya no.

Las paredes de la mansión, decoradas con pinturas exquisitas y muebles antiguos, me resultaban asfixiantes. Cada pieza de arte, cada rincón lujoso, era una burla cruel a mi situación. Todo esto, todo lo que me rodeaba, era parte de la prisión que Rai había construido para mí. Una jaula dorada, perfecta en apariencia, pero impenetrable.

- Hoy vamos a hacer algo especial - dijo Rai con una voz cargada de entusiasmo mientras caminábamos por un corredor que no había visto antes.

No respondí. Me concentré en mantener mi respiración estable, en evitar que mis manos temblaran demasiado. Sabía que cualquier cosa que saliera de mi boca podía desencadenar otra reacción violenta.

- Te he mostrado casi toda la casa, pero hay un lugar que siempre he guardado solo para nosotras - añadió, apretando ligeramente mi mano.

Mi mente comenzó a trabajar rápido, tratando de adivinar lo que estaba planeando. "Solo para nosotras." Esa frase me llenó de un pavor que no pude disimular. ¿Qué podría significar en la mente de alguien como Rai?

Finalmente, llegamos a una puerta doble, imponente y de madera oscura, en la parte más apartada de la mansión. Rai soltó mi mano, pero no se molestó en mirar mi reacción; en cambio, abrió las puertas con una sonrisa que me heló la sangre. Lo que vi al otro lado me dejó sin palabras.

Era una habitación inmensa, un santuario dedicado a nosotras. O, mejor dicho, a la obsesión de Rai conmigo. Las paredes estaban cubiertas con fotos, cuadros y pinturas de mí. Imágenes que no recordaba haber visto ni permitido que tomaran. Desde pequeños retratos hasta fotos de cuerpo entero, algunas en momentos íntimos que no sabía que habían sido capturados. Era perturbador.

En el centro de la habitación había una cama enorme, adornada con sábanas de seda roja, que destacaba como un altar entre el caos visual de mi imagen en cada rincón. La cama en la que Rai imaginaba que compartiríamos su versión distorsionada de amor.

- Bienvenida al lugar donde comenzaremos nuestra verdadera vida juntas - dijo Rai con un tono cargado de emoción.

Me quedé de pie, paralizada, incapaz de apartar la vista de las fotos. Era como si estuviera viendo mi vida desde afuera, como si ya no fuera yo, sino una versión idealizada y controlada por ella.

- ¿Te gusta? - preguntó, esperando una respuesta, pero no me atreví a contestar.

- Es... demasiado, Rai - logré decir finalmente, mi voz apenas un susurro.

Ella se acercó, colocando su mano en mi espalda y guiándome más adentro de la habitación. Sentí su aliento cálido en mi cuello cuando murmuró:

- No es demasiado cuando amas a alguien de verdad. No puedes esconderte de lo que sientes, Alondra. Yo no puedo, y tampoco quiero.

Su amor era como una soga apretándose cada vez más alrededor de mi cuello. El miedo y la confusión me envolvían. Cada vez que intentaba distanciarme emocionalmente de ella, me arrastraba de nuevo con esa mezcla de dulzura y terror que me dejaba sin salida.

Me giré para mirarla, y sus ojos brillaban con esa intensidad que me aterrorizaba. No había espacio para la razón en su mente, solo para su propia versión del amor y la posesión.

- Rai, no necesito esto... no necesito que me demuestres tu amor de esta manera - intenté razonar con ella, pero su sonrisa se ensanchó, como si no entendiera lo que trataba de decirle, o como si no quisiera entenderlo.

- No lo entiendes aún, Alondra - dijo, su tono suavizándose peligrosamente - Todo esto es porque te amo. Cada fotografía, cada rincón de esta casa está dedicado a ti, a nosotras. Solo quiero que te des cuenta de lo afortunada que eres.

Me sentía enferma. Afortunada no era una palabra que se aplicara a mi situación. Estaba atrapada en una pesadilla de la que no sabía cómo escapar.

Rai me empujó suavemente hacia la cama, y su mano permaneció en mi espalda mientras se sentaba a mi lado. Me sentí diminuta, rodeada por su presencia, su control absoluto. El aire entre nosotras era denso, cargado de una tensión que sabía que podía explotar en cualquier momento.

- Te lo he dado todo, Alondra. Todo lo que puedes desear - dijo, con un tono casi de súplica, aunque su expresión seguía siendo fría ¿Qué más necesitas para ser feliz?

Mis labios temblaban. Quería decirle que lo único que necesitaba era salir de allí, recuperar mi libertad, escapar de esta cárcel mental y física que había construido para mí. Pero sabía que esas palabras solo la harían explotar.

- No sé... no sé qué decirte - fue lo único que pude articular, con la esperanza de que fuera suficiente para calmarla.

Rai asintió lentamente, su mirada se suavizó por un instante. Luego, se inclinó hacia mí, sus labios rozando los míos en un beso suave que no quise devolver. Su toque me daba asco, pero no me atrevía a rechazarla. No después de todo lo que había visto en sus ojos.

- Solo quiero que me ames como yo te
amo - susurró, su aliento cálido contra mi piel.

Ese era su problema. Rai no entendía que lo que sentía no era amor, sino una obsesión peligrosa, una necesidad de control que me estaba destruyendo.

- ¿Lo harás, Alondra? ¿Me amarás como yo te amo? - insistió, su mano recorriendo mi rostro con una suavidad inquietante.

Tragué saliva, mi corazón martillando en mi pecho.

- Lo intentaré - mentí, porque era lo único que podía decir para mantenerme viva un día más.

Rai sonrió, satisfecha con mi respuesta, aunque sabía que ella podía ver más allá de las palabras. Podía sentir mi miedo y mi resistencia, pero por ahora, parecía dispuesta a dejarlo pasar.

Me levanté de la cama lentamente, y ella no me detuvo. Me quedé frente a la ventana, mirando hacia los jardines, el único vestigio de libertad que aún podía vislumbrar. Pero incluso allí, entre las flores y los árboles, sabía que no había escape.

La casa, los guardias, Rai misma. Todo estaba diseñado para mantenerme prisionera, y cada día que pasaba, sentía que el cerco se cerraba más y más.

La jaula dorada se hacía cada vez más pequeña, y mi alma, más quebrada.

YOU'RE MINEWhere stories live. Discover now