Narra Alondra
Los días en la mansión pasaban de forma extraña, como si el tiempo se deslizara entre mis dedos sin que pudiera detenerlo. Después de lo que ocurrió con Marcos, todo parecía haber cambiado. Rai era aún más posesiva, más vigilante, más peligrosa. Casi no me dejaba sola. Cuando no estaba a mi lado, podía sentir sus ojos en mí a través de las cámaras, de los guardias que ahora se mantenían aún más atentos. Estaba atrapada. Cada rincón de esta maldita casa era una celda, cada paso que daba, una trampa.
La cicatriz emocional de lo sucedido aún latía dentro de mí, y aunque mi mejilla ya no dolía físicamente, el recuerdo del golpe seguía ardiendo en mi mente. Ella nunca me había golpeado tan fuerte antes. Sabía que su paciencia se agotaba, que cada error que cometiera de ahora en adelante se pagaría más caro que el anterior.
Esa mañana, Rai me despertó con un desayuno que ella misma había preparado. Era irónico cómo podía pasar de ser una bestia implacable a alguien que se esforzaba por mostrarme un afecto enfermizo, una falsa ternura que me revolvía el estómago.
- Te he preparado tu comida favorita - dijo mientras colocaba la bandeja sobre la cama, sus ojos fijos en los míos, expectantes, como si esperara algún tipo de agradecimiento o sumisión.
Miré el plato, el aroma flotaba en el aire, pero no tenía hambre. El miedo y la tensión habían matado mi apetito desde hace días.
- Gracias - dije en voz baja, sin apartar la vista del desayuno. Sabía que cualquier rechazo solo la enfurecería más.
Rai se sentó junto a mí en la cama, sus dedos jugueteando con un mechón de mi cabello. Su toque, aunque suave, me ponía los nervios de punta. Cada caricia era una advertencia disfrazada de amor.
- Estás muy callada últimamente - murmuró, su voz goteando dulzura envenenada - Aún estás pensando en lo que pasó con ese guardia?
Mi cuerpo se tensó automáticamente. No quería hablar de eso. No quería revivir ese momento ni darle más razones para enfurecerse. Me forcé a sacudir la cabeza lentamente.
- No, Rai. No pienso en eso - mentí. Pero ambas sabíamos que era una mentira.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa feliz. Era esa expresión que ocultaba tormentas. Esa sonrisa que presagiaba violencia.
- Me alegra escuchar eso, porque ya no hay nada que pensar. Lo resolvimos, ¿no? - dijo, bajando la voz en un susurro que me recorrió la piel como un cuchillo afilado
- Solo tú y yo, Alondra. Nadie más puede interponerse entre nosotras.Intenté asentir de nuevo, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. No importaba lo que dijera o hiciera, siempre caminaba sobre una cuerda floja, temiendo caer en cualquier momento.
Rai se inclinó hacia mí, sus labios rozando mi mejilla herida, y sentí cómo el pánico se apoderaba de mí. Quería apartarme, quería gritar, pero sabía que cualquier resistencia solo empeoraría las cosas.
- Sabes que todo lo que hago es por ti, ¿verdad? - me susurró al oído, su aliento cálido contrarrestando el frío que sentía en mi interior - Para protegerte. Nadie puede hacerte daño mientras estés conmigo. Solo tienes que comportarte, y nunca más te lastimaré.
Esa promesa vacía me resonaba en la cabeza. Sabía que, en cualquier momento, esa misma mano que ahora me acariciaba podría volver a golpearme. El ciclo nunca terminaba, su amor y su furia estaban entrelazados, y yo era el juguete que oscilaba entre ambos extremos.
Me obligué a asentir de nuevo, sabiendo que no tenía otra opción.
- Lo sé - susurré, apenas capaz de escuchar mi propia voz.
- Eso es lo que quería escuchar - murmuró Rai antes de levantarse de la cama y mirarme con esa expresión que mezclaba posesión y control absoluto - Te quiero feliz, Alondra. Quiero que seamos felices juntas. Pero si vuelves a traicionarme...
No terminó la frase, no hacía falta. Sabía exactamente lo que implicaba. Había aprendido la lección. Pero dentro de mí, una chispa de resistencia seguía viva, aunque cada vez más débil. Cada día que pasaba en esta mansión, sentía que me desvanecía un poco más, que perdía un pedazo de mí misma.
Rai me dejó sola en la habitación después de eso, pero no fue un alivio. La soledad en esta casa solo era una forma más de tortura. No tenía nadie con quien hablar, nadie en quien confiar. Todos los guardias, las sirvientas, todos estaban bajo su control, y lo sabían. Nadie osaba cruzarla, porque conocían su lado más oscuro. Yo lo conocía mejor que nadie.
Caminé hacia la ventana y miré los jardines que se extendían más allá de la mansión. Era hermoso, pero también era una cárcel. Todo lo que podía ver desde aquí me recordaba lo lejos que estaba de la libertad.
La puerta de mi habitación se abrió de repente, y di un respingo. Era Rai otra vez. Llevaba algo en la mano, algo que no pude distinguir al principio.
- Ven conmigo - dijo con esa voz que no admitía discusión.
La seguí en silencio, con el estómago revuelto por la ansiedad. No sabía qué iba a pasar ahora, pero tenía ese mal presentimiento que se había vuelto parte de mi vida diaria.
Me llevó por los pasillos hasta una sala que no había visto antes. Era pequeña, con paredes oscuras y sin ventanas. En el centro había una silla de madera, simple pero imponente, y en sus manos, ahora lo veía claro, **llevaba un par de esposas**.
- Si vamos a estar juntas, Alondra, necesitas aprender algo - dijo mientras me miraba fijamente - La obediencia es clave. Y voy a asegurarme de que lo entiendas.
Mi corazón se aceleró, el pánico empezó a apoderarse de mí de nuevo. Intenté retroceder, pero Rai ya había cerrado la puerta detrás de nosotras.
- Siéntate - ordenó, su tono suave, pero su mirada no dejaba lugar para la desobediencia.
Sabía que no tenía opción. Me senté lentamente en la silla, y sentí el frío metal de las esposas cerrar sobre mis muñecas.
Este era mi castigo, uno más, por intentar ser libre, por intentar resistir.
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YOU'RE MINE
FanfictionCada paso, cada mirada, cada respiración es mía. No hay rincones donde puedas esconderte, no hay libertad fuera de mi control. Te amo, te poseo, y jamás dejaré que escapes. Eres mía, Alondra, ahora y siempre. Siempre le suplicaba que me dejara ir. Q...