๑Capítulo 33.

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La noche en la mansión se extendía silenciosa, pero en la habitación de Oliver, la calma pronto se convertiría en un torbellino de actividad. Las sombras danzaban en las paredes, y el aire se sentía cargado con la mezcla de expectativa y ansiedad. Oliver estaba acostado, intentando descansar, pero el tiempo parecía arrastrarse, y una sensación extraña se apoderó de él.

De repente, un dolor punzante lo sacudió, y Oliver se sentó en la cama, los ojos bien abiertos. La contracción lo tomó por sorpresa, y un grito ahogado escapó de sus labios.

—¡Lucius! —llamó, sintiendo que el pánico comenzaba a aflorar.

Lucius, que dormía plácidamente a su lado, se despertó de un salto. Su expresión pasó de la confusión a la preocupación en cuestión de segundos. Se incorporó rápidamente, enfocándose en Oliver, quien aún tenía una mano en su vientre.

—¿Qué sucede? —preguntó Lucius, su voz resonando en la penumbra.

—¡El bebé ya viene! —exclamó Oliver, apretando los dientes y aferrándose a la cama como si su vida dependiera de ello. La sensación era indescriptible, y las contracciones parecían intensificarse.

Lucius, que nunca había esperado recibir una noticia así en medio de la noche, se puso de pie de un salto, sus instintos de padre despertando de inmediato.

—¡Okay, mantén la calma! —dijo, tratando de sonar seguro mientras buscaba su teléfono móvil. —Voy a llamar al personal médico.

Oliver lo miró con los ojos muy abiertos.

—¡Dios! ¿No se supone que debería pasar esto la siguiente semana?

—Por favor, Oli, respira —dijo Lucius, un poco más fuerte de lo que pretendía. Intentó recordar lo que habían aprendido en las clases de preparación para el parto, pero ahora mismo todo parecía volar de su cabeza.

Oliver estaba apretando su mano con tanta fuerza que Lucius sintió un leve hormigueo. 

—¿Sabes qué? Esto no es tan romántico como lo pintan las películas. Estoy casi seguro de que si alguien me dijera que esto es un paseo por el parque, le lanzaría un zapato.

—¡No! No lances zapatos, eso podría herir a alguien! —exclamó Lucius, mientras se dirigía a la puerta, abriéndola para que entrara el personal médico. Con un gesto rápido, hizo una señal para que lo siguieran.

—¡Vamos, vamos! —dijo, sintiéndose un poco como un director de orquesta que intenta mantener todo bajo control, aunque no tenía ni idea de lo que hacía. En cuestión de minutos, un grupo de enfermeras y médicos entró en la habitación, cada uno con su equipo.

—¿Listo para el gran espectáculo? —bromeó una de las enfermeras, al ver a Oliver retorciéndose en la cama.

—Sólo haz que esto termine —murmuró Oliver, su rostro enrojecido de dolor y frustración. La enfermera sonrió mientras se acercaba, preparándose para la evaluación.

—Vamos a verificar lo que está sucediendo —dijo, mientras Lucius se mantenía a su lado, sin soltar su mano.

A medida que las contracciones se intensificaban, Oliver sintió que la presión aumentaba. Su mente estaba llena de imágenes del futuro, de su nuevo bebé y de Kian, su hijo mayor, esperando su turno para el trasplante. Pero ahora, todo se sentía tan abrumador, como si estuviera en una montaña rusa sin frenos.

—Oli, mira, estás haciendo un gran trabajo —dijo Lucius, su voz cálida y llena de aliento—. Solo concéntrate en mi voz. ¿Lo tienes?

—¿"Gran trabajo"? —respondió Oliver entre dientes, dándole un apretón aún más fuerte a la mano de Lucius—. No estoy en una competencia de talentos, Lucius. ¡Estoy dando a luz!

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