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Una flor marchita.

La tarde se había deslizado como un susurro, y la tranquilidad en casa era engañosa. Andy estaba en su habitación, sumergido en la música, mientras yo trataba de concentrarme en las tareas diarias, pero el aire se sentía denso, como si el tiempo mismo estuviera detenido, esperando un desenlace.

De repente, el televisor cobró vida, un presentador con una expresión seria aparecía en la pantalla. Una oleada de inquietud me recorrió el cuerpo al escuchar su voz.

—“Noticia de última hora: un avión se ha estrellado cerca de Nueva York…”— las palabras resonaban en mis oídos como un eco lejano, pero lo que vino después hizo que mi corazón se detuviera.

—“Se confirma que a bordo se encontraba el empresario Eiden Willem junto a 15 personas más…”— y en ese momento, todo se volvió negro.

La sensación de vacío me envolvió, como si el suelo se abriera bajo mis pies. Mis manos temblaban y me costó procesar lo que había escuchado. Eiden, mi amor, mi apoyo, el padre de Andy, estaba en ese avión. Una angustia indescriptible comenzó a apoderarse de mí, mientras recordaba su risa, sus abrazos, su manera de mirarme. No podía ser verdad.

—¡Andy!— grité, sintiendo que el pánico se apoderaba de mí.

Mi voz atravesó la casa, resonando en cada rincón. En un instante, vi a mi hijo aparecer en la puerta, con una expresión de sorpresa y preocupación.

—¿Qué pasa, mamá?— preguntó, sus ojos reflejando la inquietud que sentía en mi pecho.

Las palabras se atragantaron en mi garganta. Quería protegerlo, pero no podía ocultar la realidad.

En ese momento, el grito desgarrador de Andy resonó en la casa, atravesando mi corazón como un cuchillo afilado.

—¡¡NO!!— gritó, cayendo de rodillas, y me rompí al verlo así, tan vulnerable. En un instante, sentí que toda la vida que habíamos construido juntos se desmoronaba.

Corro hacia él, lo abrazo con fuerza, sintiendo su pequeño cuerpo temblar contra el mío. No había palabras que pudieran consolarlo, y me sentía impotente.

—Cariño, estoy aquí… estoy aquí.— intenté susurrarle, pero mi voz se rompió entre sollozos.

La realidad era devastadora. Andy lloraba, su cuerpo sacudido por el dolor. En ese momento, supe que nada volvería a ser igual. La ausencia de Eiden se hizo palpable, como un agujero negro en nuestras vidas. Era un dolor tan profundo que casi no podía soportarlo.

Recordé todas las promesas que habíamos hecho juntos, los sueños que habíamos compartido, y el futuro que habíamos planeado. Pero ahora, todo se sentía irreal, como un mal sueño del que no podía despertar.

—¿Por qué, mamá?— Andy preguntó entre lágrimas, su voz un susurro desgarrador.

—No lo sé, amor.— Respondí, sintiendo que mi corazón se partía en mil pedazos. —No hay respuestas.

La casa, una vez llena de risas y juegos, ahora estaba impregnada de un silencio ensordecedor. Todo parecía estar congelado en el tiempo, y el eco de la pérdida resonaba en cada rincón. Sentada en el sofá, aún con las manos temblorosas, miraba la televisión apagada, tratando de entender lo que había pasado. Las lágrimas caían por mis mejillas mientras intentaba asimilar la noticia que había arrasado con mi mundo.

La noticia era abrumadora: Eiden, mi amor, el padre de Andy, había perdido la vida. Eiden Willem, un nombre que resonaba como un eco en mi mente. No podía dejar de repetirlo, como si al hacerlo pudiera traerlo de vuelta. El periódico y la televisión hablaban de él en pasado, y yo luchaba por recordar cada detalle de su presente. La imagen del avión estrellándose, la vida de nuestro pequeño partido en un instante; la brutalidad de la vida me había golpeado con toda su fuerza.

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