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Despierta.

•Narra Ivonne

Estaba en un lugar extraño, sumergida en un silencio profundo que contrastaba con el caos de mis pensamientos. Sentía como si estuviera flotando en una neblina espesa, una bruma que me mantenía alejada de la realidad. Aunque no podía ver ni sentir mi cuerpo, había algo dentro de mí que sabía que algo andaba mal.

De repente, una luz brillante se coló en mi mente, desdibujando los contornos oscuros de mi inconsciencia. Las voces llegaron como ecos distantes, un murmullo incesante que apenas lograba descifrar. Cada palabra se sentía como un empujón, un llamado que no podía responder.

¿Estás ahí, Ivonne? La voz era familiar, suave, como un susurro acariciando mi ser. Era la voz de un médico, pero no podía recordar su nombre. Sentía que intentaba conectar conmigo, pero había un velo entre nosotros que me mantenía cautiva en este estado de semi conciencia.

A lo lejos, podía escuchar el zumbido de máquinas, los pitidos regulares que marcaban el compás de un mundo que seguía girando. Sabía que estaba rodeada de personas, pero no podía verlos, ni siquiera sentir su presencia. Era como estar en una burbuja, aislada de la vida que continuaba sin mí.

Vamos... 1, 2, 3. Las palabras resonaban en mi mente, cada repetición sacudía mi cuerpo en un intento de traerme de vuelta. Una sacudida, una corriente de electricidad, y luego un segundo de calma antes de que el ciclo comenzara de nuevo. Sentía la desesperación de quienes intentaban ayudarme, la urgencia en sus voces, pero era como si estuviera en una estación de trenes, escuchando anuncios que nunca podrían alcanzarme.

¡Hay pulso! ¡Hay pulso! La alegría en la voz de la enfermera me atravesó, una ráfaga de luz que iluminó mi oscuridad momentáneamente. Sentí cómo me desconectaban de los cables que me mantenían anclada a este lugar frío y estéril, y en ese instante, comprendí que quizás había un camino de regreso.

Mis pensamientos se agolpaban, y aunque la luz seguía siendo difusa, podía sentir que algo en mí empezaba a despertar. El peso del miedo se deslizaba de mis hombros, y aunque no podía abrir los ojos ni moverme, sentía que poco a poco, la vida comenzaba a infiltrarse en mi ser.

Recuerdos vagos y confusos pasaban por mi mente: risas, conversaciones, el aroma del café recién hecho. Pero había un hilo más fuerte que los ataba a todos, un anhelo que crecía en mi interior. Ese hilo me llevaba a él, a Eiden. Su imagen aparecía en mi mente como un faro, iluminando mi camino. Sabía que él estaría allí, esperando que despertara, que regresara a la vida.

Pero por ahora, todo lo que podía hacer era flotar en esta bruma, mientras mi corazón comenzaba a latir con más fuerza, reclamando su lugar en este mundo que no estaba dispuesto a dejarme ir. La conexión con Eiden me mantenía en un estado de esperanza, un anhelo por regresar a la realidad, a donde él me esperaba.

Despertar era la única palabra que resonaba en mi mente, pero por el momento, solo podía dejar que el tiempo siguiera su curso, esperando el momento en que finalmente cruzaría la frontera entre la inconsciencia y la vida.

•Narra Eiden

Al entrar a la sala, el aire se sentía pesado, casi palpable. La luz tenue del pasillo se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente sombrío que contrastaba con la vida que había imaginado para Ivonne. Era difícil de soportar ver a la mujer que amaba en esa cama, rodeada de máquinas que emitían pitidos regulares, conectada a cables que parecían atarla a un destino incierto. Cada vez que me acercaba, el dolor en mi pecho se hacía más fuerte, pero al mismo tiempo, un rayo de esperanza iluminaba mis pensamientos: si estaba aquí, era porque había logrado salir de lo peor.

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