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Una pesadilla.

Me parecía que el día estaba muy tranquilo como para ser perfecto; aquella llamada había partido en mil mi corazón. La desesperación de querer estar allí, pero estar a cientos de kilómetros, me abrumaba.

Al oír todo aquello, acompañado de la voz triste y desesperada de Angie, dejé caer el teléfono al suelo. Mi cara en ese momento me delató. Todos en la sala donde estábamos en la junta dejaron de hablar; se hizo un completo silencio. Vi cómo todos me miraban con preocupación, y seguramente no entendían nada de lo que estaba ocurriendo.

—Eiden, ¿se encuentra bien? —preguntó uno de los presentes con cierta inquietud.

—No, no —balbuceé, levantándome de inmediato sin dar una explicación. Me retiré lo más rápido posible, dejando a todos atrás, confundidos por mi reacción. Avisé a una secretaria que una persona muy importante para mí había tenido un accidente, sin decir una palabra más, y corrí hacia la calle, esperando que algún taxi pasara y se detuviera al ver mi señal.

La adrenalina recorría mi cuerpo mientras miraba hacia ambos lados, sin tener en cuenta el tráfico. Finalmente, un taxi se detuvo a mi lado, y sin pensarlo dos veces, subí al vehículo.

—¡Al aeropuerto más cercano! —le grité al conductor, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho. La ansiedad me consumía, y no podía permitir que el tiempo se interpusiera entre mí e Ivonne. Sabía que cada segundo contaba.

El taxi avanzaba rápidamente, atravesando el tráfico de la ciudad, pero cada luz roja que encontrábamos parecía burlarse de mi desesperación. Miré por la ventana, observando cómo el mundo pasaba volando a mi alrededor, pero todo lo que podía pensar era en Ivonne y en el accidente que había cambiado nuestra realidad en un instante.

Al llegar al aeropuerto, salí del taxi antes de que el conductor pudiera estacionar completamente. Corrí hacia la entrada, mi corazón retumbando en mis oídos. La multitud se movía a mi alrededor, pero yo solo tenía ojos para el mostrador de la aerolínea. Me acerqué a la boletería, sintiendo el sudor en mi frente.

—¡Necesito el vuelo más rápido a París! —dije, casi sin aliento, a la mujer detrás del mostrador.

Ella levantó una ceja, claramente sorprendida por mi urgencia.

—Déjame ver... —respondió, tecleando en su computadora—. Hay un vuelo a las 3:30, pero está casi completo.

—Por favor, necesito un lugar en ese vuelo. Es una emergencia —expliqué, tratando de mantener la calma, pero mi voz temblaba.

La mujer me miró, y pude ver la compasión en sus ojos, pero también la frustración de estar atada a las reglas de la aerolínea.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada. El vuelo está lleno —dijo con un tono firme.

—¡No! ¡No puedo esperar! —exclamé, sintiendo que la desesperación me ganaba. Mi mente estaba un torbellino de pensamientos. Necesitaba llegar allí, a su lado. La idea de que algo pudiera pasarle me aterraba—. ¡Por favor! Tengo una urgencia que me espera en París. No puedo quedarme aquí.

La mujer me miró fijamente, y por un momento, pensé que iba a ceder. Pero luego su expresión se endureció.

—Entiendo, pero no puedo simplemente agregarlo a la lista. Hay protocolos que seguir —dijo, y su tono dejaba claro que no había lugar para más discusión.

Desesperado, miré a mi alrededor, buscando a alguien que pudiera ayudarme. La terminal estaba llena de personas, pero en ese momento, todos me parecían ajenos. En un impulso, saqué mi teléfono y marqué el número de la secretaria de mi oficina.

Atrévete a quererme® ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora