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Más rápido de lo esperado.

El sol se filtraba a través de las rendijas de la persiana, llenando mi habitación con un cálido resplandor. Me desperté sintiéndome relajada, pero al mirar la hora, el corazón me dio un vuelco. Era demasiado tarde.

—¡Eiden!— grité, con la voz entrecortada por la urgencia. No podía permitir que se quedara dormido, sobre todo hoy, que era un día tan importante para mí.

Lo vi abrir los ojos lentamente, aturdido, y cuando enfocó la vista, me vio con su corbata y su camisa en las manos.

—¿Qué pasó?— preguntó, su voz aún dormida.

—Son las doce, llegas demasiado tarde a la empresa.— La preocupación se apoderó de mí mientras lo observaba levantarse de la cama. No podía creer que se hubiera quedado dormido. Era un día crucial y no podía permitir que el tiempo se le escapara de las manos.

Vi cómo se vestía a toda prisa, el café que había preparado quedándose frío en la mesa. No había tiempo para nada más que apurarse.

—Toma.— Le extendí la mano, esperando que comprendiera mi intención.

—¿Para qué?— me respondió, frunciendo el ceño, mientras miraba los billetes que le ofrecía.

—Anggie te acompañará a comprar el vestido, hoy estaremos un tanto alejados, pero no por mucho.— Me acerqué y le di un beso en la frente, sintiendo el amor que nos unía. —Y por cierto, te amo.— Sentí que esas palabras eran importantes, como si le dieran fuerza en medio de su prisa.

—¡Eiden, espera!— Lo llamé antes de que pudiera salir, deteniendo su paso.

—¿Qué?— se giró hacia mí, visiblemente confundido mientras intentaba arreglarse la corbata.

—Tienes la corbata mal puesta.— No pude evitar reírme. A veces, sus distracciones eran adorables.

—Gracias por el recordatorio, amor.— Sonrió, y sentí que mi corazón se llenaba de calidez. Antes de que se fuera, le lancé un último —Te amo—, deseando que esas palabras lo acompañaran durante el día.

Con el corazón aún latiendo rápido, lo vi salir de la casa. Ahora era mi turno de concentrarme en la compra del vestido. Había estado esperando este momento, el evento que marcaría un nuevo capítulo en nuestra vida juntos.

Mientras me preparaba, la emoción crecía en mi interior. Sabía que Anggie me ayudaría a elegir algo especial. Al poco tiempo, recibí un mensaje de ella:

—Estoy en camino, ¡no puedo esperar para ayudarte!—

Cuando llegó, la energía en la habitación cambió. Anggie era como un torbellino de entusiasmo.

—¿Listas para encontrar el vestido perfecto?— me preguntó, con una sonrisa contagiosa.

—Sí, pero estoy un poco nerviosa. ¿Y si no encuentro algo que me guste?— respondí, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

—Confía en mí. Te verás increíble, sin importar qué elijas.—

Salimos y nos dirigimos a la tienda, el aire fresco de la mañana renovando mis esperanzas. La idea de verme vestida para el evento me llenaba de adrenalina. Mientras caminábamos, compartimos risas y anécdotas sobre Eiden, sobre su torpeza encantadora y lo mucho que lo amaba.

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