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Su primer día.

Papá.

Esas dos sílabas, tan simples pero tan poderosas, resonaban en mi corazón como una melodía que nunca querría olvidar. Habían pasado tres años desde que Andy llegó a nuestras vidas, y cada día me enseñaba un nuevo significado de la palabra "padre". Para él, yo era un superhéroe, un amigo incondicional, un maestro en los juegos y un compañero en las aventuras. Su voz tierna me llenaba de alegría y amor, y cada vez que me llamaba, sentía que todo lo que había pasado valía la pena.

—Mira, llegó mamá.

La expresión de Andy cambió instantáneamente cuando vio a Ivonne entrar por la puerta. Su sonrisa iluminó la habitación, y con un pequeño salto, se lanzó hacia ella.

—¡Mamá! —gritó con entusiasmo, sus ojos brillando de felicidad.

Ivonne acababa de regresar de la oficina, y su rostro mostraba un leve cansancio, pero la alegría de ver a su hijo compensaba cualquier fatiga. Habíamos establecido un equilibrio en nuestra vida familiar; ahora turnábamos los días para cuidar de Andy. Hoy, como era habitual, me había tocado a mí. Había sido una jornada intensa: cambios de pañales, juegos interminables con juguetes y una pequeña batalla en la cocina, donde había intentado preparar un almuerzo digno de un príncipe.

—Hoy mi pequeño comienza la guardería. —Ivonne levantó a Andy en sus brazos, y la emoción en su voz era palpable.

—¿Te portaras bien, campeón? —le pregunté, acariciando su cabecita con ternura.

—Sí, papá. —contestó él, su voz llena de determinación.

Tomé a Andy entre mis brazos, sintiendo la calidez de su pequeño cuerpo mientras nos dirigíamos hacia la guardería. En el camino, mi mente se llenó de recuerdos de mi propia infancia y de los momentos en que también había dejado atrás la comodidad de casa para explorar el mundo exterior. No podía evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo al pensar en lo que le esperaba a mi hijo.

Al llegar, bajé a Andy al suelo y lo observé mientras se erguía, pequeño y adorable en su guardapolvo verde, casi tan grande como su mochila. Era un poco difícil dejarlo en un lugar nuevo, tan chiquito y vulnerable, pero sabía que esto era lo mejor para él. Allí haría amigos, aprendería cosas nuevas y, con el tiempo, ese lugar se convertiría en su segundo hogar.

—¿Entramos? —preguntó la maestra, con una sonrisa amable que le transmitía seguridad.

Andy me miró fijamente, y por un momento, vi lágrimas asomarse en sus ojitos.

—No quiero, papá… Yo quiero estar contigo. —su voz tembló, y mi corazón se apretó ante su súplica.

—Mira, campeón, te prometo que estas serán las únicas veces que nos separaremos. Papá vendrá por ti, y luego estaremos juntos de nuevo. —me arrodillé para estar a su altura y le di un fuerte abrazo. —Ese es mi muchacho.

Lo vi dirigirse hacia la maestra, aún un poco dudoso, pero con la confianza que le había transmitido. Justo antes de cruzar la puerta, se dio la vuelta para saludarme a través del vidrio. Su pequeño brazo se alzó en un gesto de despedida, y mi pecho se llenó de orgullo. Era el primer paso hacia un mundo nuevo, y aunque su ausencia dejaría un vacío, sabía que esto era lo correcto.

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