Renacer
El tiempo avanzaba, y aunque el dolor de la pérdida de Eiden seguía presente, la vida de Andy y la mía se fue transformando lentamente en una rutina llena de pequeños momentos de felicidad y recuerdos. La tristeza seguía siendo una sombra constante, pero comenzamos a construir una nueva vida, un nuevo tipo de normalidad en nuestra casa.
Un día, mientras organizaba algunas cosas en el ático, encontré una caja llena de recuerdos de Eiden. Al abrirla, el olor a madera vieja y papel me envolvió, y el corazón me dio un vuelco. Dentro había fotografías, cartas y objetos que contaban nuestra historia. La primera foto que vi fue de nosotros tres, en un picnic en el parque, sonriendo a la cámara, la felicidad brillando en nuestros rostros.
Cerré los ojos, recordando esa tarde. Eiden había traído su famosa tortilla, y Andy había pasado el día corriendo y riendo. Me perdí en el recuerdo de su risa y la forma en que su mirada se iluminaba cuando jugaba con nuestro hijo. Esa imagen se convirtió en una fuente de consuelo, recordándome que el amor que habíamos compartido aún existía en nosotros.
Llamé a Andy para que viniera.
—Andrés, ven aquí. —le grité.
Al instante, apareció en la puerta del ático, con curiosidad en sus ojos.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó, acercándose a la caja.
—Mira lo que encontré. —dije, sonriendo mientras sacaba una foto. —Esta es de nuestro picnic en el parque. Recuerdas lo divertido que fue, ¿verdad?
Andy tomó la foto y una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro.
—Sí, papá hizo la mejor tortilla del mundo. —dijo, riendo suavemente. —Siempre decía que era un chef excepcional.
Las risas se mezclaron con la tristeza, creando una atmósfera nostálgica. Cada recuerdo compartido nos acercaba más y más, y aunque el dolor no desaparecía, comenzamos a aprender a vivir con él.
Decidimos que necesitábamos un ritual para honrar a Eiden, algo que pudiéramos hacer juntos. Así que, cada domingo, creamos una tradición: cocinar una de sus recetas favoritas y compartir historias sobre él. Esa mañana, mientras preparábamos su famosa pasta, la cocina se llenaba del aroma de albahaca y ajo, y con cada ingrediente que añadíamos, sentía que Eiden estaba allí con nosotros, sonriendo.
—¿Te acuerdas de cómo decía que el secreto de la pasta perfecta era el amor? —pregunté a Andy mientras cortaba los tomates.
—Sí, y que nunca debíamos apresurarnos. —respondió él, riendo. —¡Siempre decía que tenía que hervirse lentamente!
Esa noche, sentados a la mesa, compartimos más que una cena; compartimos nuestra historia. Hablamos sobre sus sueños, sobre cómo había trabajado arduamente para construir su empresa, y sobre las veces que nos había hecho reír con sus ocurrencias. Cada palabra, cada risa, era un tributo a su memoria.
A medida que pasaban los días, Andy se iba convirtiendo en un joven más seguro. Con el tiempo, comenzó a salir con amigos y a participar en actividades extracurriculares. Me sentía orgullosa de su valentía y determinación. Era como si Eiden le hubiera transmitido su fuerza a través de la sangre.
Un fin de semana, decidí que era momento de salir de casa y disfrutar del aire libre. Organizamos una visita al parque donde tantas veces habíamos ido con Eiden. La idea era hacer un picnic, reviviendo esas memorias felices. Preparé una cesta con sandwiches, frutas y, por supuesto, una botella de vino tinto que Eiden solía llevar para celebrar nuestros momentos juntos.
El parque estaba lleno de vida. Los niños corrían, los padres reían, y el sonido de las risas llenaba el aire. En el fondo, la ausencia de Eiden se sentía, pero decidí que era un día para celebrar su vida, no para llorar su pérdida.
Al llegar a nuestra manta, extendimos todo lo que habíamos traído y nos sentamos juntos.
—Mamá, mira, el árbol donde papá siempre decía que debíamos hacer un picnic. —dijo Andy, señalando un gran roble.
—Sí, siempre decía que era el mejor lugar para disfrutar del sol. —respondí, recordando cómo se había sentado allí con nosotros, compartiendo risas.
Mientras comíamos, comenzamos a contar anécdotas de Eiden. Cada historia que compartíamos llenaba el aire de risas y amor. Había un alivio en nuestras almas, como si el dolor se dispersara con cada risa compartida.
—Mamá, ¿crees que papá está mirando? —preguntó Andy de repente, su expresión se tornó seria.
—Creo que sí, cariño. —respondí, sintiendo que en el aire había una especie de conexión. —Él siempre estará con nosotros, en nuestros corazones y en nuestros recuerdos.
Con la puesta de sol como telón de fondo, tomé la mano de Andy y lo abracé. En ese momento, comprendí que aunque Eiden ya no estaba físicamente, su amor y sus enseñanzas vivían en nosotros. Estábamos aprendiendo a vivir con su ausencia, honrando su memoria en cada paso que dábamos.
Esa noche, al regresar a casa, una sensación de paz se instaló en mi corazón. Eiden siempre sería parte de nosotros, y aunque el futuro seguía siendo incierto, sabíamos que juntos podríamos enfrentarlo. Andy y yo nos convertiríamos en un equipo, apoyándonos mutuamente y recordando a Eiden con amor y gratitud.
La vida continuaba, y aunque el camino sería difícil, había una chispa de esperanza en nuestros corazones. Eiden nos había enseñado que la vida estaba llena de altibajos, pero siempre había un camino hacia adelante. Así que, con cada nuevo día, decidimos vivir, honrar su memoria y crear nuevas historias juntos.
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Atrévete a quererme® ✔️
RomanceTus imperfecciones te convierten en la mujer perfecta. -Obra iniciada 24/6/2016. #48 en perdida (16/6/18) #2 En Economía. #16 En pobreza. #48 Novela Romántica.