Capítulo 8: Ecos del pasado

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Aquella habitación... la misma en la que se desvaneció todo. La misma en la que el Ayudante tenía un aspecto diferente. Otra vez estaba allí.

Las paredes eran oscuras, adornadas con símbolos extraños que parecían parte de un ritual demoníaco. Fuera, a través de las ventanas, se veía una neblina azul acompañada por un leve fuego del mismo color, proporcionando la única iluminación. Los símbolos se alzaban como guardianes del misterio, y uno en particular, en la pared, comenzó a iluminarse en un tono rojo: una especie de "V". Su brillo se intensificaba con cada segundo, hasta que iluminó por completo la estancia.

Un pequeño estallido salió del símbolo, dando paso a un círculo de fuego rojo intenso que giraba sobre sí mismo. De aquel círculo surgió una figura: Amy. Llevaba en brazos a un bebé envuelto en telas, cubierto de sangre. Caminó hasta el fondo de la habitación, donde un altar aguardaba en la penumbra. Con sumo cuidado, depositó al bebé sobre él. Se arrodilló frente al altar, llorando desesperadamente, mientras una figura observaba la escena desde las sombras. Aunque permanecía en la penumbra, su largo pelo blanco y su silueta inconfundible revelaron su identidad: era el Ayudante.

Amy, sin dejar de llorar, se levantó. Miró una vez más al bebé antes de marcharse por el mismo portal del que había surgido. El símbolo en la pared, la "V" roja, volvió a brillar intensamente.

-¡Madre! -gritó V, incorporándose súbitamente en la cama. Su respiración era entrecortada, y su cuerpo estaba cubierto de sudor frío. Al darse cuenta de la realidad, rompió en llanto. A pesar de haberse considerado siempre fuerte, todo aquello lo superaba.

Alertado por el ruido, Zael apareció en la habitación donde V descansaba.

-¿Estás bien? -preguntó Zael, preocupado al ver a V llorando.

-Sí... solo tengo sueños muy intensos, nada más. No te preocupes -respondió V, aún con lágrimas en los ojos. Se tumbó de nuevo, dándole la espalda a Zael, avergonzado por haber sido visto llorando. La verdad era que no recordaba haberlo hecho nunca.

Zael se sentó en el borde de la cama y, con tono sereno, preguntó:

-¿Te pasa mucho?

-¿El qué? ¿Llorar? -preguntó V, aún dándole la espalda a Zael.

Zael esbozó una sonrisa que casi terminó en carcajada.

-No, me refiero a los sueños tan intensos como dices -respondió Zael, con un tono entre divertido y comprensivo.

-Sí, me pasa mucho... desde que apareció Amy en el orfanato, casi todas las noches... -contestó V, con la voz algo más calmada ahora.

Zael quedó pensativo por un momento, como si estuviera reflexionando sobre algo importante.

-Ahora el que tiene preguntas soy yo -dijo Zael, esbozando una sonrisa antes de continuar-. Pero ya habrá tiempo para eso. ¿Crees que podrás descansar? Aún queda noche por delante.

-Sí, de verdad, no te preocupes -respondió V, convencido de que el sueño le alcanzaría pronto.

-Bien, pues hazlo -dijo Zael, levantándose de la cama y saliendo del cuarto, todavía con la sonrisa en su rostro mientras cerraba la puerta suavemente.

Los primeros rayos de luz entraban por la ventana de la habitación. V despertó con ellos, y por primera vez en mucho tiempo, pudo descansar sin sobresaltos. Mientras estiraba su cuerpo, notó una voz que venía del piso inferior. Era el sonido de una radio vieja o quizás un televisor encendido, acompañado por un fuerte aroma a café que llenaba el aire.

V cogió sus cosas y bajó las escaleras. Al llegar al salón, vio a Zael sentado frente a una radio vieja, con una taza de café en la mano. Al verlo, Zael se giró y lo observó por un momento antes de ofrecerle una taza.

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