Capítulo 13: Luces y sombras de parís

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El coche atravesaba las afueras de París mientras el sol comenzaba a alzarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un suave color anaranjado. Los primeros rayos de luz iluminaban los edificios cercanos, que parecían elevarse imponentes sobre ellos, proyectando largas sombras sobre las calles aún adormecidas de la ciudad. El único ruido que se escuchaba era el del motor ronroneando suavemente mientras se adentraban más en las estrechas avenidas parisinas. V observaba el entorno con inquietud, sabiendo que París no les ofrecía seguridad.

Zael, al volante, mantenía una calma imperturbable. Sus manos firmes agarraban el volante mientras sus ojos experimentados analizaban cada giro, cada calle estrecha y cada vehículo que pasaba a su lado. V sentía el pulso en sus sienes, cada vez más rápido, como si algo terrible estuviera por suceder.

-Sigue ahí -dijo V en un susurro, sin apartar la vista del espejo retrovisor.

Zael asintió lentamente, su mirada permaneciendo fija en la carretera.

-Lo sé. No te preocupes -respondió con voz ronca, su tono lleno de una seguridad que V deseaba compartir.

De repente, Zael giró bruscamente hacia una calle lateral. Las ruedas derraparon levemente, pero el control sobre el vehículo era absoluto. V se aferró al asiento, sintiendo el latido acelerado en sus manos. La ciudad pasaba en flashes rápidos, luces y sombras mezclándose en un frenesí urbano.

Finalmente, tras una serie de maniobras precisas, Zael detuvo el coche en una calle estrecha y apagó las luces. Las luces del coche perseguidor pasaron de largo, sin darse cuenta de que los habían perdido.

Zael soltó un leve suspiro, pero no relajó del todo su postura.

-En esta ciudad hay que tener mucho cuidado, V. La Orden tiene ojos en todas partes. París no es lo que parece.

V miró hacia el frente, aún con el corazón agitado. La incertidumbre crecía dentro de él como una sombra que no podía sacudirse.

-Pásame la bolsa -dijo Zael, cambiando su postura a una más relajada.

V le entregó la bolsa, y Zael sacó algo de comida y un café. Mientras comía, su semblante se fue suavizando, mostrándose mucho más calmado después de unos minutos. Cuando terminó, volvió a arrancar el coche y salió de aquella calle. El sol seguía subiendo en el cielo, y el movimiento en las calles de París comenzaba a cobrar vida. V observaba a través de la ventana, maravillado. Era la primera vez que veía una ciudad con tanta gente, y miraba con atención, sintiéndose abrumado por el bullicio y la cantidad de personas que llenaban las aceras.

Finalmente, llegaron a un motel que, a primera vista, parecía bastante antiguo y mal cuidado, algo sorprendente para estar en pleno centro de la ciudad. Zael aparcó en el pequeño y descuidado estacionamiento del lugar.

-Aquí podemos descansar hasta la noche -dijo Zael, apagando el motor y bajando del coche.

Con paso firme, se dirigió a la recepción de aquel destartalado motel.

V salió a estirar las piernas, las tenía entumecidas tras tantas horas en el coche. Dio una vuelta por el aparcamiento del motel, notando lo destartalado y solitario que se veía el lugar. Al cabo de unos minutos, Zael regresó, abrió el maletero del coche y sacó una de las maletas, dejando allí la que más pesaba junto a varios libros. Al hacerlo, V se fijó en el arma que Zael guardaba bajo su chaquetón de cuero. La culata tenía unos grabados extraños, y, aunque con silenciador, parecía más grande de lo común. Zael cerró el maletero y, con calma, le dijo:

-Sígueme.

Mientras caminaban hacia la habitación que habían alquilado, V recordó que había dejado su mochila en la casa que se incendió. Al llegar a la puerta, comentó:

-No tengo nada... Aunque, en realidad, no había nada importante.

Zael sonrió de forma enigmática mientras entraba en la habitación. El lugar era casi siniestro, sucio, aunque al menos tranquilo. Zael dejó la maleta que llevaba sobre la primera cama y, sin dejar de sonreír, la abrió. Para sorpresa de V, allí dentro estaba su mochila.

-La cogí antes de irnos de la casa -dijo Zael-. Y sí, sí tenías algo importante.

Sacó la carta con la que V había salido del orfanato, la misma que Amy había dejado para él. Luego, volvió a guardarla en la mochila y se la entregó.

-Guárdala bien -dijo con un tono más serio-. Puedes descansar, asearte, lo que quieras. Tenemos tiempo hasta la noche. Vamos a necesitar la ayuda de los cataphiles para encontrar a Lysander.

V dejó su mochila en la otra cama y se dirigió directamente al aseo de la habitación. Una cucaracha yacía en medio de la ducha, y todo parecía no haber sido limpiado en años. A pesar de eso, había jabón provisto, así que apartó al insecto y se dispuso a ducharse. Al salir, vio a Zael sentado frente al televisor, observando con atención.

-Acaban de hablar de la desaparición del cura de Belcastel -dijo Zael con tono serio, aunque tranquilo.

Apagó la televisión y se levantó. Antes de salir por la puerta, añadió:

-Vuelvo en un rato. Voy a por provisiones. Descansa si puedes.

Zael salió, dejando a V solo en la habitación. V miró lo que quedaba en la bolsa que Zael había sacado de la gasolinera, comió algo y se tumbó en la cama. Tras unos minutos, el cansancio se apoderó de él, y poco a poco, empezó a quedarse dormido.

Tras un tiempo, V despertó desperezándose y se sorprendió de haber dormido tan bien en aquel lugar, sin sueños ni sobresaltos. Miró el viejo reloj que colgaba en la pared de la habitación y se dio cuenta de que había dormido unas siete horas, mucho más de lo habitual para él. Se giró y vio a Zael tumbado en la otra cama, aparentemente dormido. En la mesita de noche había unas bolsas y una nota escrita por su tío:

"Tienes comida y bebida por si la necesitas. También compré ropa por si te quieres cambiar. Intentaré dormir."

V cogió algo de ropa y una bebida, luego volvió a su cama. Al cabo de un par de horas, Zael despertó.

-Buenos días -dijo sonriendo.

No tenía mucho sentido, ya que casi estaba anocheciendo, pero V sonrió sin darle importancia al comentario. Zael se levantó y fue a la ducha. Al salir, se dirigió a V:

-Prepárate, nos vamos enseguida.

V se preparó para salir, escogiendo finalmente la gabardina que su tío le había dado hacía algún tiempo. Era vieja y mostraba signos de uso, con las costuras ligeramente desgastadas y el tejido marcado por el paso de los años. A pesar de su aspecto, a V le gustaba; había algo reconfortante en ella, como si aquella prenda le ofreciera una capa adicional de protección en medio de tanta incertidumbre. Se la puso, ajustando el cuello, y se miró en el espejo por un momento antes de salir. Finalmente, su tío le dijo:

-Vamos, sobrino, es hora de ir a ver a los cataphiles.

Cogieron el coche y salieron del aparcamiento del motel hacia las calles de París. El sol ya estaba casi oculto, y V quedó impresionado por la belleza de la ciudad bajo las luces nocturnas. La Torre Eiffel brillaba a lo lejos, atrayendo la mirada de V como un imán. Zael condujo hasta el centro de la ciudad y tomó una calle que, a pesar de estar en pleno centro, parecía vacía. Aparcó a un lado y, al apagar el motor, miró a V:

-Vamos, es aquí.

V salió del coche y siguió a su tío hacia un callejón estrecho. Bajaron unas escaleras que llevaban a un bar oculto a plena vista. Parecía un lugar clandestino, completamente al margen del bullicio exterior. Antes de entrar, Zael le advirtió:

-Mantente callado y déjame hablar a mí.

V, nervioso, echó un vistazo al lugar. Aunque todo parecía bastante clandestino, se sentía seguro estando al lado de Zael.

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