Capítulo 19: Voluntad divina

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La oscuridad reinaba en aquel lugar. V podía escuchar claramente la respiración de Axel y Chloé, mientras los pasos cada vez más nítidos no dejaban duda de que alguien se acercaba. El pasillo por el que habían venido era largo, y al final de él comenzaban a verse las luces y sombras de quienes les perseguían

-No podemos esperar aquí -dijo Zael, convencido-. Tenéis que avanzar. Os daré tiempo. Tenéis que llevar a V hasta Lysander antes de que os atrapen. Si llegáis al laberinto, podréis perderlos, y tú lo conoces bien, Axel. Puedes llegar al otro lado... -susurró Zael con urgencia.

Las luces de sus perseguidores ya se veían al final del larguísimo pasillo, avanzando despacio, como si examinaran el camino, buscando pistas. No parecían ser pocos.

-Zael, solo tú tienes un arma, y parecen muchos. No podrás con todos... -dijo Axel, preocupado.

-He dicho que os daré tiempo. Tenéis que iros ya. Lleva a mi sobrino hasta Lysander y no miréis atrás. ¡Vamos! -respondió Zael, esta vez casi olvidándose de susurrar.

Axel hizo un gesto de negación, apretando los labios.

-Esto no pinta bien, Zael... Ten cuidado...

V estaba paralizado. Sus pensamientos oscilaban entre la idea de correr y quedarse, pero sus ojos ya empezaban a brillar, reflejando el conflicto interno. No quería que por su culpa fueran capturados, no podía permitir que todo acabara mal.

-Pe... pero Zael... -consiguió decir V, tartamudeando.

-No hay tiempo. Seguid rápido. Os encontraré después, no te preocupes, sobrino. Toma, lleva mi mochila y dale los libros a Lysander cuando lo encuentres. ¡Vete, vamos!

La oscuridad continuaba reinando, pero V comenzaba a verla con más claridad, como siempre que sus ojos empezaban a brillar. Pudo distinguir el semblante de su tío: no mostraba esperanza. Chloé tomó la mano de V con suavidad.

-Confiemos en Zael, vámonos -le susurró.

Sus perseguidores no se detenían. Cada vez estaban más cerca. Los tres caminaron con cautela hasta el final de la galería, dejando atrás a Zael, y cuando giraron en otro pasillo lleno de tumbas y calaveras, encendieron las linternas.

V caminaba a regañadientes, aún dudando de dejar atrás a su tío, pero Axel y Chloé lo instaban a seguir.

-Tenemos que ir ligeros, ¡vamos! -dijo Axel, acelerando el paso. Chloé iba detrás de V, casi empujándolo.

-No te preocupes por tu tío, sabe cuidarse bien -intentó alentarle Chloé.

Caminaban rápido por los pasillos de aquellas catacumbas, y el corazón de V latía cada vez más fuerte. Se sentía mal por dejar atrás a su tío, pero tampoco quería perder el control de la ira en ese momento. Apretó con fuerza el bote de pastillas que le había regalado Zael, sacó una y la sostuvo en su mano, dudando si tomarla si sentía que la transformación iba a ocurrir como en ocasiones anteriores.

Avanzaban rápido, ya sin preocuparse por el ruido, solo con la mente puesta en escapar.

Zael se acomodó a un lado de la entrada de la galería por donde llegaban sus perseguidores. Ahora estaba solo, y eso le daba una extraña calma. Solo debía ganar tiempo. Lo más importante era que V llegara a Lysander. No estaba nervioso; había salido de problemas de todo tipo antes. Escuchaba los pasos, intentando identificar cuántos eran y quiénes lo seguían, aunque siempre había pensado que la Orden sabría que entrarían en las catacumbas. De algún modo, se lo esperaba.

Sus perseguidores avanzaban en silencio, salvo por el sonido de sus pasos, que ya se oían considerablemente cerca. Decidido, Zael habló con voz firme y poderosa:

-¡Deteneos! -gritó-. Un paso más y os vuelo la cabeza.

Las luces se detuvieron en seco. Zael apretaba la pistola más fuerte que nunca. De entre las sombras, una voz suave pero imponente, que resonaba con una fuerza que casi le hacía daño a los oídos, respondió:

-Hijo de Azazel, ¿piensas que puedes detener la voluntad de Dios?

Zael quedó paralizado unos segundos al escuchar esas palabras, pero consiguió continuar:

-La voluntad de Dios era acabar con todos los Nephilim sobre la Tierra, y aquí estoy, hablando contigo -dijo, casi con una sonrisa vacilante-. No pasaréis de aquí.

Pero algo no iba bien. El nerviosismo lo invadía, algo fuera de lo común en él. El sudor comenzó a brotar en su frente, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Entonces, la voz habló de nuevo, con más fuerza:

-Acabad con él. Necesitamos encontrar al chico.

Zael escuchó los pasos acelerarse. Ya no había tiempo para pensar. Con rapidez, se agachó y se asomó por el borde de la entrada a la galería. Comenzó a disparar. Sus perseguidores no tenían mucho espacio, y las balas impactaron a varios de ellos. Consiguió derribar a algunos, pero otros seguían avanzando.

Paró para recargar. No sabía cuántos quedaban. Cambió de posición al otro lado de la entrada y consiguió ver que había derribado a dos, pero cuatro más seguían corriendo hacia él. Disparó de nuevo, y esta vez sus enemigos respondieron al fuego mientras corrían. Zael derribó a otro, pero los tres restantes irrumpieron en la galería. Logró disparar a uno en el pie y cogió al segundo, usándolo como escudo. El herido en el pie disparó, acabando con el hombre que protegía a Zael. Dejó caer el cuerpo y, con un impulso contra la pared, disparó al tercero en la cabeza.

Entonces se dio cuenta de que el hombre herido en el pie se había quedado sin balas y no podía recargar. Zael, ahora con su último cargador, lo golpeó, queriendo interrogarlo. Pero entonces, se percató de que quedaba uno más.

Caminaba con calma, avanzando por la galería. Zael se giró rápido y disparó a su cabeza. El impacto produjo un estallido de luz cegadora que lo desorientó. Al recuperar la visión, vio que el hombre seguía avanzando, imperturbable. Zael, sin dar crédito a lo que veía, disparó de nuevo. El mismo estallido cegador se produjo, pero el hombre siguió avanzando, hasta que lo alcanzó.

Con una velocidad sobrehumana, lo cogió por el cuello, levantándolo y aplastándolo contra la pared.

-¿Quién... eres...? -preguntó Zael, jadeando, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.

La voz suave pero imponente volvió a resonar, perforando los oídos de Zael:

-Soy Ithuriel, enviado de Dios a la Tierra para acabar lo que un día comenzó -dijo el ángel, apretando con más fuerza la garganta de Zael.

Zael sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones y su conciencia comenzaba a desvanecerse.

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