Capítulo 34 - No lo toques

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Amelia

Nos acurrucamos los cuatro en el sofá y Gavi le dio play a la serie. Miré a mis amigos, todos al rededor mío y asegurándose de que estuviera aquí, podría haberme equivocado en muchas cosas, pero en escogerlos a ellos nunca.

Mientras nos acomodábamos en el sofá, sentí una calidez en el pecho que me hizo olvidar, aunque solo fuera por un momento, todo lo demás. Pedri, con su brazo sobre mis hombros, Irene a mi lado sujetando mi mano y Gavi, que, aunque no lo admitiera, se aseguraba de hacernos reír con sus comentarios sobre la serie.

Cada vez que algo gracioso ocurría en la pantalla, Gavi soltaba alguna broma que nos hacía reír a todos, y entre risas y chistes, notaba las miradas de apoyo de mis amigos. Sin decirlo directamente, me estaban recordando que estaba rodeada de personas que me querían y que harían lo que fuera por verme bien.

Al terminar el episodio, Irene giró hacia mí, dándome una sonrisa suave.

— A veces la vida nos da lecciones con los golpes más fuertes, pero también nos da gente para ayudarnos a levantarnos — dijo, apretando mi mano.

Asentí, sonriendo entre lágrimas. Había perdido algo importante, pero había ganado también la certeza de que mi verdadera familia, la que yo había elegido, estaba aquí, en este salón, y jamás me dejarían sola.

Cuando ya era medianoche decidimos que era momento de ponerle fin al maratón. Había decidido que esa noche dormiría en mi casa otra vez, no quería ocupar más la casa de Pedri, a pesar de que el insistiera en que no pasaba nada.

Gavi se ofreció a llevarme en su coche y acepté agradecida. Nos despedimos de Irene, que fue la primera en irse, y después de Pedri.

— Acuérdate de que me tienes aquí para lo que sea Meli — me dijo Irene abrazándome

Mi mejor amiga se fue después de que, para sorpresa de todos, besara a Pedri a modo de despedida. Madre mía, no sabía que habían avanzado tanto.

—  ¿Segura que no te quieres quedar? No me importa, de verdad — me dijo Pedri

— Estaré bien Pepi, no te preocupes — le respondí con un beso en la mejilla

— Cualquier cosa, a cualquier hora, llámame — me pidió y yo asentí

Gavi y yo salimos de casa de Pedri y nos subimos a su coche para ir hacia mi casa. 

Gavi puso música en el coche, algo tranquilo que parecía hecho a propósito para hacerme sentir en paz. Condujo en silencio durante un rato, solo echándome miradas de vez en cuando como para asegurarse de que estaba bien.

— ¿Sabes? — dijo finalmente, rompiendo el silencio —. No voy a decirte que todo estará bien como por arte de magia, pero sé que tienes a mucha gente que te quiere y que va a estar aquí mientras encuentras la forma de estar mejor.

Me giré hacia él, sorprendida de su tono sincero y sin rastros de las bromas habituales. Le sonreí, agradecida de que me acompañara y de que estuviera allí para ofrecerme ese tipo de consuelo, en el que no intentaba darme respuestas, solo su compañía.

— Gracias, Gavi. Me cuesta... y hay cosas que todavía no entiendo. Pero siento que estoy en el lugar correcto con ustedes.

Cuando llegamos a casa, él me ayudó a bajar y se quedó esperando hasta que cerré la puerta. Al girarme, me dio una sonrisa de complicidad, como si dijera: "Si necesitas algo, sabes que aquí estoy".

Y en esa sonrisa, sentí la certeza de que, aunque estuviera empezando de nuevo y el camino pareciera oscuro, no estaba sola para recorrerlo.

Entré a mi casa, la cual apenas reconocía y sin encender las luces me fui a mi cuarto y me tiré en la cama, cerrando los ojos exhausta y quedándome dormida en minutos.

Destinados - João FélixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora