MINHO
LLOVÍA A CÁNTAROS CUANDO la camioneta salió de la calle y entró por la puerta principal de las torres del Josun palace esa misma noche. El resto de los chicos ya habían vuelto antes, pero yo había quedado con mi abuela para cenar. Sin esperar a que Shindong saliera de la camioneta, abrí la puerta de un tirón y salté fuera.
—Gracias, Shindong. Que te vaya bien.
Un suspiro exasperado salió de sus labios. —Sr. Choi, se supone que yo se la abriría.
—Si alguien pregunta, fingiremos que lo hiciste. —Cerré la puerta y sonreí al aparcacoches que estaba junto a la entrada—. No lo has visto.
—¿Ver qué, señor?
—Buen hombre. —Me chocó el puño y pasé junto a él. Las brillantes paredes a rayas blancas y negras de la entrada me parecieron inmediatamente mi hogar, por extraño que a algunos les pareciera. Me acordé de la cara de TaeMin cuando le dije dónde vivía y del asombro que le causó que alguien viviera en un sitio así. Quizá era un poco extravagante, pero nunca había conocido otra cosa.
¿Qué tal ha sonado eso como un idiota fuera de onda?
Al cruzar los relucientes suelos negros y dorados que conducían al vestíbulo, la brillante sonrisa de Sana me saludó desde detrás del mostrador de recepción.
—Buenas noches, Sr. Choi. ¿Qué tal su primer día de vuelta a clases en la Universidad?
La chasquilla de TaeMin cayendo sobre su frente revoloteo por mi mente y sonreí. —Totalmente inesperado. ¿Y cómo fue el tuyo?
—Ha sido un día tranquilo, pero no me puedo quejar.
—¿Mmm que silencio? ¿No pasaron los cavernícolas más conocidos como mis amigos?
Sacudió la cabeza. —No estaba lloviendo.
Lo que significa que habían entrado por la otra entrada y le habían dado un respiro a la pobre Sana.
—Qué suerte tienes. Y por cierto... —Levanté una botella de Cristal Rosé atada con una cinta rosa brillante—. Feliz semana de cumpleaños.
Sana abrió mucho los ojos. —No puede ser. ¿Para mí?
—Por supuesto para ti. Nos aguantas todo.
—No puedo aceptarlo.
—Y no me lo beberé. —Me encogí de hombros—. Supongo que tendrás que quedártelo.
—Esto es demasiado —dijo, tomando con cuidado la botella como si fuera una joya preciosa—. Muchas gracias. Y por acordarte. Sabes que eres mi favorito.
Le guiñé un ojo mientras otro residente se acercaba al mostrador para competir por su atención. —Eso es lo que esperaba que dijeras. Que lo disfrutes.
—Lo haré. —Abrazó la botella contra su pecho antes de guardarla y saludar al otro residente con algo menos de entusiasmo.
Eché un vistazo superficial a las imponentes columnas del vestíbulo de mármol, que en ese momento estaba vacío, y me dirigí a los ascensores. Una de las cosas que más me gustaban del lugar era su estilo, una mezcla de modernidad con un guiño al Art Déco europeo que gritaba opulencia, pero con un aire vintage. ¿Era inusual que un puñado de universitarios ocuparan un lugar en un edificio como éste? Al mil por ciento. Pero con los vínculos de mis padres con el hotel adyacente y la insistencia de varios padres muy ruidosos del Balg-eun, el club social al que pertenecían y que prácticamente dirigía la ciudad, estaba casi asegurado que sus hijos vivirían en el mejor edificio que Seúl podía ofrecer.