MINHO
Wonbin EL HACKER había merecido la pena, aunque solo fuera por ver la cara que puso Ace cuando salió de clase y me vio apoyado en el marco de una puerta al otro lado del pasillo.
Aquellos ojos avellanos se abrieron de par en par y todo su cuerpo se quedó inmóvil antes de sacudir la cabeza y dirigirse hacia allí.
—Sí. Acosador total —dijo.
—Te dije que te encontraría.
—¿Y cómo lo lograste?
En lugar de contestar, empujé la puerta e incliné la cabeza para que me siguiera. No íbamos muy lejos, pero no iba a arriesgarme a pasar por delante y que la decano clausurara esta pequeña cita antes de tener la oportunidad de ganármelo.
En cuanto salimos por la puerta, nos recibió el alboroto de la ciudad, el zumbido de las obras y las bocinas de los coches, algo familiar y reconfortante. Giré a la derecha hacia nuestro destino y TaeMin trotó un poco para alcanzarme.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—No muy lejos.
—Sólo tengo una hora...
—Saltarse una clase no te matará. Estás en la universidad para vivir un poco, ¿no?
Cuando se negó, solté una carcajada.
—No te preocupes, chico de oro, te llevaré a tu próxima clase a tiempo.
Al ver el restorant Jungsik en Gangnam-gu, saludé con la cabeza al portero, que no tardó en dejarnos entrar. Nos condujeron rápidamente a una mesa que daba a la calle.
TaeMin me siguió, con la servilleta en el regazo y lavándose con la toalla caliente que nos habían dado. Tragó saliva mientras miraba a su alrededor, y yo me acomodé en mi silla, siguiendo su mirada. Madera pulida que brillaba con la luz, lámparas de araña de poca altura y sillas de respaldo alto dignas de un rey.
—Aquí te conocen por tu nombre, ¿no? —dijo.
—Deberías alegrarte de que lo hagan, o nunca llegaríamos a tiempo.
La expresión incrédula de TaeMin me hizo reprimir una sonrisa, sobre todo cuando miró el menú y se atragantó con el agua.
—¿Estás bien?
—Uh... esto es bonito y todo... Quiero decir, mejor que bonito, es lujoso como el infierno, pero estaría bien en un camión de comida.
—Tienes que estar bromeando.
—Yo sólo... —Un rubor asomó a sus mejillas mientras volvía a mirar el menú y bajaba la voz—. No puedo permitirme ni un aperitivo aquí.
—No importa. Yo puedo.
—No dejaré que pagues mi comida, MinHo.
—Déjame —musité, pasándome el dedo por el labio inferior—. Qué lindo.
Uno de los mechones castaños de Ace le cayó sobre la frente y se lo apartó, cosa que no me importó en absoluto, ya que dejaba ver más de su cara. Y era una cara preciosa. No podía negarlo. Esta apuesta no era exactamente una dificultad por mi parte, no con esta vista. Debajo de sus cejas había unos cálidos ojos avellanos que reflejaban una inocencia que no estaba seguro de haber tenido nunca, y no me hagas hablar de sus labios carnosos...Dios.
—¿Así que ese es tu modo, entonces?
Había estado tan absorto mirando a mi cita para comer que había perdido completamente el hilo de la conversación. —¿Qué?
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