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TAEMIN

ME RECOGIERON en una limusina. Una puta limusina.

Para recorrer tres kilómetros por la ciudad, lo que, incluso con tráfico, no había llevado más de veinte minutos.

Si alguna vez necesité un recordatorio de que el dinero no era problema para estos tipos, cosas como esta lo demostraban.

MinHo no me había dicho adónde íbamos, pero al contemplar la imponente estructura gótica a la que habíamos llegado, supe que no era el lugar adecuado.

—¿Me has disfrazado para llevarme a la iglesia? —bromeé, porque no había otra explicación para lo que era este lugar. Incluso las vidrieras de la ventana representaban un conjunto de alas y otro arte que sólo podía describirse como sagrado.

Tiré del cuello de la camisa de vestir negra que había tenido que sacar de una caja del fondo del armario cuando MinHo se volvió para dedicarme una sonrisa socarrona.

—¿Te sientes un poco... al límite?

—No —dije demasiado deprisa, provocando su risita. No necesitaba saber que nunca había pisado una iglesia. Mis papás habían sido moralmente rectos, pero no religiosos. ¿Se me permitía siquiera entrar? Más concretamente, ¿cómo era?

El exterior de la iglesia permanecía a oscuras, salvo por un par de focos bajos en el suelo. Suficiente para iluminar nuestro camino a la entrada principal....Que, al parecer, como el grupo se desvió hacia la izquierda, no era a donde íbamos.

Oh mierda...

—¿Estamos allanando? —le susurré a MinHo, manteniéndome cerca en la oscuridad.

—¿Crees que me pondría estos zapatos si estuviéramos haciéndolo?

No podía ver nada en el negro absoluto, pero sabía a ciencia cierta que no llevaba un par de zapatillas de deporte. No cuando el resto de él estaba ataviado con un traje de chaqueta y pantalones.

No es que me hubiera fijado en lo que llevaba puesto, solamente me fije para hacer la comparación con lo que yo llevaba.

Al frente del grupo, JongHyun rodeó una barandilla en el lateral de la iglesia, el único indicio de que había algo allí, y nos guio escaleras abajo, iluminadas únicamente por un par de faroles colgados de la pared. Cuando se detuvo frente a la puerta de madera arqueada, se puso un collar de cuentas en la cabeza y, uno a uno, vi a los demás hacer lo mismo: algunos lo sacaban de los bolsillos, otros lo llevaban en el cuerpo.

Como si viera la pregunta escrita en mi cara, MinHo levantó el brazo para mostrarme el rosario negro y plateado que llevaba en la muñeca, con la cruz colgando entre los dedos. Pero no parecía una cruz, sino una especie de llave.

Cuando volví a levantar la vista, un par de chicos ya habían entrado. Taeyong introdujo la llave en un panel de la pared y la puerta se abrió lo suficiente para que él y su acompañante entraran antes de volver a cerrarse.

—Estás conmigo —me murmuró MinHo al oído, y algo en su aliento en mi cuello y en su proximidad en la oscuridad me hizo recordar exactamente cómo se había sentido contra mí la otra noche. Reprimí un escalofrío cuando añadió—: No te importa, ¿verdad?

Negué con la cabeza, mientras me preguntaba qué significaba aquello.

¿Qué era este lugar? ¿Una especie de sociedad secreta? ¿Harían rituales de sangre y sacrificarían cabras? ¿O cosas peores?

Por fin le llegó el turno a MinHo, y entramos en una pequeña cámara poco iluminada que recordaba demasiado a una mazmorra. Incluso el olor me recordaba a algo oscuro y húmedo. No parecía en absoluto un lugar en el que un grupo como los Príncipes de Gangnam-gu encontrarían digno, pero allí estaban todos, JongHyun y los demás que entraron antes que nosotros, esperando al resto del grupo en silencio.

EL PRÍNCIPE DE GANGNAM-GUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora