MINHO
CHUPITOS! ¡CHUPITOS! CHUPITOS! —gritaba la multitud mientras los camareros servían licor en pequeños vasos para repartirlo por la sala. Cuando los últimos asistentes a la fiesta recibieron el suyo, me subí a la barra junto con Key.
—Muy bien, hijos de puta... —empezó Key, pero le tapé la boca con la mano y miré hacia abajo, donde TaeMin estaba de pie, con sus ojos avellanos bailando y una amplia sonrisa en la cara. Se sentía bien y feliz, y parecía estar pasándoselo en grande hasta el momento. Tenía la misión de que siguiera así. El DJ bajó la música lo suficiente para que mi voz se oyera en toda la sala.
—Gracias por venir a nuestra fiesta anual de bienvenida a Yonsei...
—¿Venir? No veo a nadie viniéndose todavía —refunfuñó Key, dejando caer su chupito sobre el borde de la barra mientras observaba la habitación, con un mohín en los labios—. Esperaba más desenfreno, maldición.
Me reí junto con los asistentes a la fiesta, agarrando el hombro de mi amigo para ayudarlo a mantenerse firme. No podía dejar que se cayera de la maldita barra en su propia fiesta.
—La noche es joven —le aseguré, guiñando un ojo a la multitud antes de volver a mirar a TaeMin. Su cabello estaba pegado al sudor de su frente y cara, y maldición, estaba bellísimo. Sobre todo, con aquella camisa azul marino, abotonada que quería desabrochar y unos jeans rotos con roturas prácticamente indecentes.
Con apuesta o sin ella, quería ponerle las manos encima, pero ¿más que eso? Quería que lo disfrutara. Levanté mi chupito hacia él y luego conseguí forzar la vista.
—En mi nombre y en el de Key, esperamos que aprovechen hasta la última gota de alcohol de este lugar. —Se levantó un rugido de aprobación y sonreí—. ¿Ven? No somos nada si no somos generosos. Y si alguien te dice lo contrario, son unos putos mentirosos.
—Menos hablar y más beber —dijo Key, pasándome el brazo por los hombros—. Por ti, por mí, por los moretones de tus rodillas.
El público gritó y se tomaron sus chupitos, Key y yo con ellos, y entonces bajé de la barra de un salto junto a TaeMin y su omnipresente sombra Jinki. Por suerte, el tipo no era tan malo una vez que le echabas unas cuantas copas encima, pero seguía estorbándome.
—Bien hecho —comentó Jinki, pidiendo otra cerveza al camarero.
Esa sonrisita alegre y achispada en la cara de TaeMin me decía que se sentía justo en el lado correcto de lo bueno sin cruzar la línea de lo exagerado. Sin embargo, no pude evitarlo. Tuve que estirar la mano y empujar uno de los mechones pegados a su piel detrás de la oreja. Los mechones estaban suaves y húmedos, y quise pasar los dedos por su cabello, acercar su boca a la mía y comprobar si sabía tan dulce como pensaba.
—Lo sé, estoy todo sudado —dijo.
Como si eso no fuera algo que me estaba sacando de mis casillas, con o sin el alcohol corriendo por mis venas.
—No eres el único —dije, sintiendo un hilillo en la nuca—. Todo ese calor corporal. No te sorprendas si la ropa empieza a caerse...
—¿La tuya? —me preguntó, y aunque probablemente lo había dicho inocentemente, esa palabra se disparó directamente a mi polla. Se agitó impaciente tras el confinamiento de mis calzoncillos y no pude hacer otra cosa que ignorarla.
O morir en el intento.
—No me estarás desafiando, ¿verdad, TaeMin? —Me burlé—. Nunca puedo resistirme a esos retos.
—Nadie quiere ver eso —dijo Jinki, pero no me molesté en mirar hacia él. No había estado hablando con él.
TaeMin me sostuvo la mirada.