TAEMIN
Miro la hora en la pantalla de mi teléfono. Sólo habían pasado cinco minutos desde la última vez que lo comprobé. Lo arrojé sobre el colchón y me puse de pie para recorrer la habitación.
Necesitaba relajarme. MinHo estaría aquí. Me había enviado un mensaje de texto hacía unos diez minutos y tenía que cruzar la ciudad para colarse en mi residencia. El tipo era bueno, pero ni siquiera él podía evitar el tráfico de la hora punta de una noche entre semana en la ciudad.
Me detuve ante la ventana que daba a la entrada del edificio y me mordí la uña del pulgar, con el estómago hecho un revoltijo de nervios y excitación.
Hacía poco más de una semana que no pasaba un rato a solas con MinHo, sin contar la ayuda que me había prestado en clase la semana pasada y en el fondo esperaba que encontrara la forma de burlar la seguridad y subir a mi habitación, porque maldita sea si no lo echaba de menos.
Lo había visto por el campus, por supuesto. MinHo aprovechaba cada oportunidad que tenía para recordarme que mi cerebro y mi cuerpo estaban sintiendo cosas que nunca antes habían sentido: me robaba besos entre el café y las clases, y encontraba rincones privados en la biblioteca para llevar esos besos más lejos. Hacía tiempo que había dejado de creer que mi atracción por él tenía algo que ver con las bebidas y el ambiente de fiesta, y era muy consciente de que todo tenía que ver con el propio MinHo. Me embriagaba de una forma mucho más peligrosa que cualquier tipo de alcohol, y por eso había tomado la decisión que había tomado. Le había dicho a MinHo que necesitaba concentrarme un poco en mis estudios.
No estaba acostumbrado a las noches locas como él y sus amigos, y sabía que si no tenía cuidado me dejaría llevar no sólo por él, sino por el mundo de locos que parecía habitar. Era fácil olvidarse de todo menos de dónde iba a salir esa noche y cómo me sentiría al final, y hasta ahora me había sentido muy bien.
El mundo de MinHo era nuevo y emocionante.
MinHo era nuevo y emocionante, y esta necesidad de estar alrededor o cerca de él era más fuerte que cualquier cosa que hubiera sentido antes. Habría sido vergonzoso que él no me buscara siempre. Pero parecía que el sentimiento era mutuo, así que al menos no me sentía como una especie de novio pegajoso y obsesivo.
¿Novio? ¿De verdad?
¿De dónde demonios había salido ese pensamiento? Me pasé una mano por el cabello mientras seguía mirando por la ventana, con la palabra novio en un molesto bucle en mi cabeza. Estaba claro que yo no me veía así en relación con MinHo, ¿verdad?
No. Éramos amigos. Amigos con beneficios, lo que fue totalmente inesperado. Pero no éramos novios. Ni siquiera habíamos tenido una cita de verdad.
Toc. Toc. Toc.
Giré tan rápido que la habitación empezó a dar vueltas, pero un vistazo rápido al reloj digital de mi escritorio me dijo que habían pasado quince minutos desde el mensaje de MinHo.
De acuerdo, quizás estaba rozando lo obsesivo. Pero lo que MinHo no sabía no podía ser usado en mi contra, ¿verdad?
El corazón me latía con fuerza mientras cruzaba la habitación hasta la puerta y, al tocar el picaporte, recé para que no fuera un chico de mi piso que necesitaba que le prestara algo, o peor aún... mi mamá.
Por favor, sé MinHo. Por favor, sé MinHo.
Abrí la puerta de un tirón y, cuando vi la sonrisa de MinHo, el corazón no fue lo único que me latió con fuerza.
Estaba aquí. En la puerta de mi habitación. ¿Cómo no lo había visto entrar en el edificio?
—Hola, chico de oro. ¿Vas a dejarme entrar?