CAPÍTULO SETENTA Y CINCO: IRENE MATTHEWS

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—Doctor, ¿hay alguna forma de evitar que esto escale? —preguntó Jedik—. ¿Alguna manera de controlar esas ganas de reproducirse, ya sea mediante fármacos o algún tipo de intervención médica?

Negó con la cabeza lentamente.

—Desafortunadamente, no—rrespondió—. Lo que estamos viendo aquí es un desarrollo acelerado del sistema endocrino, lo que significa que las feromonas y hormonas sexuales están produciéndose a niveles alarmantes para su corta edad. No hay medicamentos que puedan detener o retrasar completamente ese proceso sin poner en peligro otras funciones vitales. Los fármacos pueden calmar ciertos impulsos temporales, pero no pueden controlar el ciclo natural del virus. En algún momento, el niño tendrá que liberar todo lo que está reteniendo. Y si no lo libera —prosiguió—, el resultado podría ser extremadamente peligroso. Los niveles hormonales seguirán acumulándose, y eventualmente desencadenarán episodios de agresividad. Esos episodios podrían volverse insostenibles. En esencia, lo que estamos observando es similar a la pubertad, pero a una velocidad y magnitud que supera lo que cualquier adolescente humano experimentaría. El cuerpo del niño está entrando en una etapa en la que querrá descubrirse, experimentar, y su deseo de reproducción se incrementará de forma exponencial. Las hormonas volarán fuera de control, y sin una vía de escape natural... bueno, el daño podría ser irreversible.

Miré a Jedik por encima del hombro, quien permanecía en silencio, procesando lo que le habían dicho.

—¿Qué tipo de episodios de agresividad estamos hablando exactamente? —indagué. 

—Los niveles hormonales están directamente vinculados a la producción de feromonas masculinas. Estos aumentos descontrolados pueden provocar que el niño se vuelva territorial, y eso puede manifestarse como una agresividad física o sexual. El virus que está en su cuerpo y que ha formado sus órganos reproductivos también exacerba esos impulsos. En algún punto, estos instintos sobrepasarán su capacidad de racionalización, y buscará liberar esa energía acumulada, lo que en términos más simples, lo llevará a intentar reproducirse con quién le despierte ese deseo. 

Jedik frunció el ceño, al captar lo que el doctor había insinuado.

—¿Cómo que con quien le despierte ese deseo? ¿Te refieres a que podría intentar reproducirse con cualquiera? ¿Con un ser humano común y corriente, alguien infectado... o incluso con su propia sangre?

—Jedik, hay algo que debemos entender claramente. Tu hijo no es completamente humano, aunque lo parezca en muchos aspectos. Debemos visualizar la situación dentro de un contexto más animal que humano. No podemos aplicar las mismas reglas morales y biológicas que aplicamos a los seres humanos. Para él, los lazos de parentesco, los vínculos familiares, no tienen el mismo significado. En el reino animal, los instintos de reproducción no distinguen entre parentescos como lo haríamos nosotros. Los animales actúan por impulsos primarios. No tienen un concepto de familia, de moralidad o de lo que consideramos tabú. Actúan de acuerdo a las feromonas, a lo que les atrae en ese momento. Los infectados como él siguen ese mismo patrón. Las feromonas son un detonante extremadamente potente, y cuando llegue a la fase en la que busque reproducirse, la química de su cuerpo lo llevará hacia la persona que despierte esos instintos. Sea quien sea.

—¿Estás diciendo que incluso su propia familia podría ser un objetivo? —insistió.

—En términos simples, sí. La biología del virus está por encima de cualquier lazo afectivo o familiar. Para él, en esos momentos de necesidad biológica, la sangre, el parentesco, no son factores que lo frenen. No es humano, y su comportamiento estará impulsado por la necesidad de reproducirse, no por nociones de moralidad o ética. Para los infectados, las feromonas y la química cerebral guían esos instintos de reproducción. La conexión emocional o los lazos de sangre no entran en la ecuación.

Mis manos se aferraron a los costados, tratando de mantener la calma mientras todo esto se desenredaba frente a mí. Era difícil de aceptar.

—Entonces, ¿no hay ninguna manera de detenerlo? —insistí—. ¿Nada que pueda evitar que esos impulsos se descontrolen?

—Como mencioné antes, esos impulsos se están acumulando. Cuando alcance su punto máximo, será inevitable que busque liberar esa energía. Intentar reprimirlo podría tener consecuencias aún más graves. La agresividad, la frustración, todo eso se incrementaría exponencialmente si no encuentra una vía de escape. Lo que podemos hacer es monitorearlo, tratar de guiarlo, pero no podremos detenerlo por completo. Cuando llegue el momento, esos impulsos tomarán el control.

—Entonces, lo ideal es aislarlo como mencionó anteriormente—dije finalmente. 

—Mantenerlo en aislamiento no resolvería el problema de raíz. En todo caso, solo aumentaría su frustración, lo que podría llevar a episodios de agresión aún más extremos cuando finalmente esté expuesto al mundo exterior. El niño necesita aprender a controlar estos impulsos con el tiempo. No podemos protegerlo de su propia biología para siempre. Sé que esto es mucho para ustedes, pero deben entender que no podemos combatir lo que su hijo está destinado a ser. Lo único que podemos hacer es guiarlo y asegurarnos de que no cause daño en el proceso. 

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