CAPÍTULO NOVENTA Y UNO: CASSIAN MARCONE

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—Siento que los famosos treinta me están respirando en la nuca. Ya son 27, estoy casi en la recta final. Ya no tengo la misma energía que antes. 

—¿27? 

—No hace falta que bromees con que parezco de más. 

—¿Tienes experiencia en todo?

—¿Y qué es “todo” en esa traviesa cabecita, joven? —retomó la postura, apoyándose de mi tentáculo.

—¿Con cuántos hombres has trabajado antes? 

—He perdido la cuenta. Solía dar terapia física en diversos hogares. 

—¿Qué es terapia física?

—La terapia física es una disciplina de rehabilitación que se basa en diversos métodos para aliviar tensiones, mejorar la movilidad y ayudar a que el cuerpo se recupere. Utilizo ejercicios, estiramientos, y también masajes, entre otras técnicas.

La palabra "masajes" captó mi atención de inmediato, aunque traté de ocultarlo. Melanie pareció notarlo porque, tras un instante de silencio, ladeó la cabeza, observándome con esos ojos inquisitivos.

—¿Quieres que te haga uno? —preguntó.

La sola idea de que ella me tocara hizo que mi incomodidad aumentara.

—No quiero que me toques.

Ignoró mi respuesta por completo, yéndose por detrás de mí. Tal pareciera que no conoce lo que es el espacio personal. Me tensé de inmediato al sentir sus manos en mis hombros.

—¿Qué estás haciendo? Te dije que no quería...

—Shh, relájate—me interrumpió con calma, presionando ligeramente con sus dedos en mi espalda—. Solo intenta respirar profundamente. Estás lleno de tensión.

Rodé los ojos, pero no me moví. Al principio, mi cuerpo entero se mantenía rígido bajo su toque, como si cada fibra se negara a dejarse llevar. Pero, mientras sus manos comenzaban a trabajar sobre mis hombros, aplicando presión en ciertos puntos y suavizando en otros, sentí cómo, poco a poco, mis músculos cedían, permitiéndome experimentar algo de alivio.

Podía sentir cómo sus dedos se movían con experiencia, localizando cada punto tenso y aplicando presión en el lugar exacto donde se encontraba el nudo de tensión. Al principio, la presión era dolorosa, pero en cuestión de segundos, el dolor se desvanecía, y en su lugar, una sensación de alivio y calor comenzaba a extenderse por mi espalda. Sobre todo, en mi pene. No entiendo qué conexión compartían, pero estaba duro. Mi respiración, sin darme cuenta, se volvió más lenta y profunda.

—Tu espalda... está llena de nudos—comentó, mientras sus manos se movían hacia la parte baja de mi cuello—. Y tienes varias cicatrices aquí —continuó, pasando sus dedos con suavidad por una de las áreas donde mis tentáculos solían salir—. ¿Te duele cuando te salen?

Negué con la cabeza, aunque el tema de mis tentáculos nunca había sido algo que me gustara discutir. Los odiaba, no tenían un propósito, solo me hacían ver como una especie de fenómeno que todo el mundo temía. Pero, en ese momento, con sus manos trabajando sobre cada músculo rígido, encontré la voz para responderle, aunque en un tono más suave de lo que pretendía.

—No duele... aunque... los odio. 

No respondió de inmediato, y sus manos continuaron su recorrido por mi espalda. Sentí cómo se detenían en cada cicatriz, trazando su contorno con una delicadeza que, extrañamente, no me resultó desagradable. Por el contrario, había algo reconfortante en la forma en que ella las tocaba, sin juzgarme, sin mostrar el horror o la incomodidad que había visto en otras personas, en mi madre… 

—Yo no los veo tan mal —murmuró al cabo de un rato, con una voz suave—. De hecho, creo que son bonitos. Ser único, tener algo especial que otros no tienen, no es algo malo. Eres especial, y eso es algo hermoso.

Sus palabras me dejaron desconcertado, y, antes de darme cuenta, había bajado la guardia, mi postura rígida se relajó completamente, y solté un suspiro que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. Nadie, jamás, me había dicho algo así. Nadie había encontrado algo "bonito" en estos malditos tentáculos que no hacían más que causar tragedias. 

Sentí un movimiento involuntario detrás de mí. El tentáculo comenzó a moverse, agitándose de una manera inusual, como si respondiera al alivio que sentía en ese momento. Traté de controlarlo, de detenerlo, pero ella, sin inmutarse, lo sostuvo suavemente entre sus manos.

—Debe ser agotador para ti cargar con todo esto, ¿no? —masajeaba el tentáculo con el mismo cuidado que había puesto en mi espalda, solo que lo estaba agitando entre su mano de arriba hacia abajo. 

Por alguna razón, la fricción solo de sus dedos me causaron escalofríos y un extraño sonido salió de mi garganta. Mis piernas comenzaron a debilitarse, hasta que finalmente me dejé caer en el borde de la cama. Sentí que por poco me orino encima. ¿Por qué se sintió diferente a Leah?

—¿Estás bien?

—¡No me vuelvas a tocar, bola de manteca!

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora