CAPÍTULO OCHENTA Y SIETE: JEDIK MARCONE

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Cuando la mujer se fue, me dirigí al despacho y cerré la puerta, buscando un momento de silencio, de escape. Me hundí en el sillón de cuero oscuro, dejando que el silencio de la habitación me envolviera. Era como si mi propia consciencia tratara de apartar el peso de lo que acababa de hacer. Manipular personas había sido mi talento desde siempre, pero esta vez… esta vez no lo hacía por poder, ni por control. Lo hacía por mi hijo, por intentar darle algo de estabilidad, porque quiero que sea feliz. Sin embargo, las palabras del doctor seguían ahí.

Antes de que pudiera profundizar en mis pensamientos, la puerta se abrió de golpe con un empujón tan violento que casi caí de la silla. No había nadie más que pudiera irrumpir así. Irene.

Entró al despacho con la furia en los ojos, ardiendo de enojo como tantas veces la había visto. Sabía que no habíamos hablado desde lo sucedido con Leah, y esa distancia se notaba en cada paso que daba al cruzar la sala hacia mí.

—¿En qué demonios pensabas? —escupió, sin preámbulos, como una tormenta sin aviso.

La miré, tratando de mantener la calma, pero su mirada me decía que no sería una conversación fácil. Era Irene, después de todo.

—Hago lo necesario por nuestro hijo. Lo que, por lo que veo, tú nunca entenderías.

—¿Hacer lo necesario? ¿Traerle una víctima más? ¿Esa es tu idea de “necesario”? —arremetió, con una expresión de repugnancia que me taladró el pecho. Su voz estaba llena de desprecio—. Ahora te vas a dedicar a traerle mujeres para que se divierta y las mate, ¿es eso? ¿Ese es el nivel al que has llegado?

Su ataque me hizo fruncir el ceño, y me levanté de la silla, sintiendo cómo la paciencia se me agotaba.

—Es mi hijo, y haré lo que sea necesario para que encuentre un equilibrio, para que no se pierda y no tengamos que condenarlo a vivir encerrado, aislado hasta de su propia familia—respondí, elevando un poco la voz, lo justo para que entendiera que no me dejaría pisotear.

—¿Equilibrio? ¿Y crees que eso lo va a equilibrar? Eres un iluso si piensas que traerle a una mujer para que la convierta en su juguete va a cambiar algo en él.

Apreté los puños.

—No se trata de eso. Cassian está en una etapa crítica, lo sabes. Este es un experimento. Uno con el que espero ver si algo cambia, si hay una forma de que canalice todo eso de otra manera, sin causar un daño irreparable—traté de explicarle, sabiendo que, probablemente, no iba a entender.

Me observó como si acabara de escuchar la mayor estupidez del mundo.

—¿Un experimento? ¿Así lo llamas? ¿Traerle a una mujer desesperada, manipularla y encadenarla con un contrato, solo para “ver si funciona”? No eres más que un cobarde. No eres tan distinto a ese violador que llamas hijo. 

Me dolió, realmente me dolieron sus palabras y que se refiriera de esa forma a nuestro hijo. 

—Es un sacrificio. Uno que estoy dispuesto a hacer por mi hijo, porque me importa su futuro, porque quiero que tenga uno. Y si tengo que llegar a estos extremos para ayudarlo, lo haré. Confío en que esta vez será diferente.

—¿Diferente? Eres un estúpido si crees eso. Estás cegado por el cariño que le tienes, por esa esperanza que te consume, creyendo que podrías cambiarlo, jugando a ser Dios, de que tienes el jodido control sobre todo. Es un maldito monstruo. Desde que estaba en mis entrañas y hasta ahora. Violó a Leah y la mató. Ella no era santa de mi devoción, pero ¿viste como la dejó? Era una mujer que no tenía que vivir algo así. Tu hijo la destruyó. Pero ¿qué te va a importar? Los hombres como tú están acostumbrados a eso, a usar a las mujeres y luego desecharlas como si no fuéramos nada.

—Eso no es cierto. No juzgues a todos los hombres por igual. Nunca he abusado de una mujer y jamás lo haría. Además, tú más que nadie sabes lo que es capaz de hacer el virus. Él no lo hizo aposta. Él no quería hacerle daño y llegar a ese extremo. Se equivocó, todos nos equivocamos. 

—Sí, así como yo me equivoqué contigo. Si eres capaz de justificar y patrocinar algo así, solo me demuestras que no sirves como hombre. 

—Es fácil criticar desde fuera. No tienes idea de lo que está sufriendo él también. No sabes lo difícil, la impotencia que genera perder el control sobre uno mismo. No puede manejar lo que le sucede. No podemos dejarlo solo en esto. Somos sus padres. Nuestro deber es cuidar de él, guiarlo por el camino correcto…

—Ese monstruo no es mi hijo. Me voy a largar de esta casa. 

—No, mamá—la puerta se abrió repentinamente y vimos entrar a Cassian—. Mis hermanos y mi papá te necesitan. Soy yo quien se debe ir de aquí. Desde el principio, entendí que no fui bien recibido en este mundo. Que mi existencia solo ha traído problemas, que nunca he sido más que una carga… eso ya lo sé. Ciertamente me he ganado tu desprecio y tu odio. Por mi culpa, Leah está muerta. De nada sirve decirte que nunca estuvo en mis planes eso, porque sé que no vas a creerme una sola palabra, pero puedo jurarte que esa es la verdad. No hay un solo instante en que no me odie a mí mismo, en no haber sido capaz de parar, aún cuando la veía sangrar, aún cuando ella me rogó incontables veces que me detuviera. Tienes razón… soy un monstruo, porque en mi cabeza solo podía imaginarte a ti. Perdóname, mamá...

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora