CAPÍTULO NOVENTA Y TRES: CASSIAN MARCONE

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-Tú no sabes nada de mí.

-No es difícil notar todo eso en los pocos días que llevo. A tu edad, es para que conozcas del tema y te sientas en la libertad de hablar con total naturalidad. La sexualidad es importante, explorar tu cuerpo, lo que te excita, lo que te gusta. No hay ningún pecado en eso. ¿Tus padres nunca han hablado de estos temas contigo?

-No.

-¿No lo hicieron en la escuela?

-Yo... no he ido a la escuela.

-¿No has tenido tutores que te enseñen desde casa?

Negué.

-¿Y en internet? Todo el mundo tiene acceso a mucha información.

-¿Qué es internet?

-¿Dónde te han tenido todo este tiempo?

-He visto revistas.

-¿Revistas? ¿En qué año vives? Eso está obsoleto y la mayoría de los actores fingen para la foto.

-¿Actores?

-Los actores son modelos. Son personas a quienes les pagan por mostrarse teniendo sexo. Detrás de esas fotos, hay un equipo grandísimo de gente que está grabando. Además, en la mayoría de las ocasiones, buscan mostrar un estereotipo de mujer y de hombre que no es real. No todas las mujeres son iguales, delgadas, sin imperfecciones o perfectas, cada cuerpo es diferente, lo mismo pasa con ustedes los hombres. No todos cargan una metralleta así de larga entre las patas. La pornografía vende. Pero eso no viene al caso ahora. ¿En serio solo consumes revistas? De verdad que necesitas actualizarte. Ver algo a color, en movimiento.

-¿Cómo?

-Me prohibieron usar cualquier tipo de dispositivo en la casa. No tengo celular, ni una computadora siquiera. No entiendo por qué tanto protocolo de seguridad. Es como si estuviera cuidando del hijo del Chapo Guzmán.

-No entiendo nada de lo que hablas. Y suelta eso, me pones nervioso.

-Te dejaré las instrucciones. Están en la caja. Antes de ponerlo a funcionar, procura estimularte primero y lubricarlo o puede ser un poco doloroso.

-¿Te vas? ¿Llegas, sueltas todo como una bomba, me dejas esa extraña aspiradora de aire sobre la cama y te vas como si nada?

-¿Y qué pretendes? ¿Que te ayude a ponértelo?

-¿Qué te hace pensar que tengo algún interés en usar esa... cosa?

-Deberías. Créeme, no te vas a arrepentir. Ponlo a cargar-me la extendió, y agité las manos en negación-. ¿No sabes ponerla a cargar? De acuerdo-se fue a una esquina de la habitación, conectando ese aparato y haciendo que una luz roja parpadeara-. Puedes usarlo en la noche. Es silenciosa-levantó el pulgar como aprobación.

Esa mujer era tan desvergonzada que me daba pena ajena. Lo jodido de todo el asunto, es que sí me generaba curiosidad esa basura, pero seguramente no me atrevería a poner mi cosa ahí.

-Te traje también otros juguetes, pero estos requieren más experiencia, así que cuando la adquieras, podré mostrartelos. Te llevarán a la máxima potencia; al infinito y más allá. Te haré la cena-dejó sobre la cama un pote grande con un líquido transparente y salió del cuarto como un ladrón que había terminado su trabajo.

Durante la cena, todo fluyó de manera tranquila. Solo que mi cabeza no podía dejar de pensar en eso que me esperaba en la habitación. ¿Debería intentarlo? ¿Qué podría salir mal? ¡Todo! Por supuesto que todo. No puedo dejarme convencer de algo que venga de esa mujer.

Y sí, quería convencerme a mí mismo, pero fallé ridículamente. Cuando cayó la noche, y el silencio reinó en la casa, busqué la caja y leí las instrucciones. Para ser honesto, no entendía nada. Ese aparato tenía más botones que un control remoto.

La luz parpadeaba en verde, como que estaba completamente cargado, según las instrucciones. Pero estaba tan nervioso, que los primeros pasos no funcionaron en lo más mínimo. ¿Y si le pido ayuda? No, me moriría de vergüenza. A esta hora debe estar dormida.

Me detuve frente a la puerta de su habitación, en silencio, midiendo cada sonido de la casa. Todo estaba oscuro y en calma, como si el universo conspirara en contra de mi razón y me empujara hacia ella. Había pasado un tiempo observando la madera frente a mí, con las dudas retumbando en mi mente. ¿Qué estaba haciendo? ¿De verdad iba a despertarla?

La puerta parecía más grande, más intimidante de lo habitual. Estaba a punto de retroceder, de regresar a mi cuarto y evitar la vergüenza de ser descubierto merodeando, cuando mi mano, casi sin pensarlo, se levantó y golpeó suavemente. Un toque suave, insistente. Esperé unos segundos que se hicieron eternos, sin respuesta. Mi corazón latía con fuerza, convencido de que no abriría, que debía darme la vuelta y dejarlo así. Pero justo cuando estaba por retirarme, la puerta se abrió.

Ella apareció, bostezando y con el rostro aún somnoliento, envuelta en una lencería que parecía más delgada, casi transparente. Se veían sus pezones a través de ella. La tela le llegaba a mitad de muslos, ceñida a cada una de sus curvas. No podía apartar la vista; aquellas piernas, sus caderas amplias, sus gigantescas lonjas, los hombros relajados y esa postura despreocupada me dejaron sin palabras. Eran las dos sandías más grandes que había visto.

Ella se frotó los ojos, y su cabello oscuro, despeinado, cayó en mechones sobre sus hombros, uno en particular descansando en su clavícula. Traté de recordar por qué estaba ahí, la necesidad que había sentido de buscarla. Pero, en el momento en que bajé la mirada de nuevo, sin poder creerlo, me quedé tieso, atrapado en esa imagen del escote y sus senos enormes, en los que me visualicé chupándolos.

-¿Todo bien? ¿Te funcionó? -me preguntó en un tono bajo.

-Joder, son enormes-mi voz sonó robótica, como que había dejado escapar mis pensamientos en voz alta.

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora