CAPÍTULO SETENTA Y SEIS: LEAH ROSWELL

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Leah

Durante esos tres días, fui testigo del crecimiento y desarrollo de Cassian a una velocidad que resultaba casi surrealista. En su cabello negro, lacio y largo, se formaron algunos mechones blancos como los de su madre, lo que le daba un aire aún más irritante cuando se lo recogía en una coleta.

No tenía facciones propiamente masculinas, pero tampoco femeninas; esa ambigüedad en su rostro me inquietaba. Lo único delicado en él eran sus pestañas, largas y espesas, en contraste con su nueva voz, profunda y grave. Había superado en altura a Jedik, algo que encontraba aún más molesto, como si necesitara una ventaja extra sobre todos, igualito a su perra madre. 

Cassian se había vuelto insoportablemente travieso. Se deleitaba haciéndonos bromas pesadas a Jedik, Irene y a mí, aunque yo parecía ser su blanco favorito. Siempre estaba con una sonrisa maliciosa, esa misma expresión que tanto detestaba en Irene. Era como tener que lidiar con dos de esa maldita víbora, y no había día en el que no me planteara seriamente renunciar. Pero no podía. No después de todo lo que había sucedido. No cuando Beatrice —o lo que quedaba de ella— seguía vagando por ahí, por mi culpa.

Cassian sabía cómo llevarme al límite. Se burlaba de todo lo que hacía, encontrando maneras de hacerme ver como una inútil. No sé cómo lo soportaba, pero cada vez que abría la boca con uno de sus insultos, podía sentir mi sangre hervir y unas severas ganas de acabarlo. 

Justo cuando estaba a punto de bajarme del auto para hacer esas malditas compras y encargos, algo captó mi atención en el retrovisor. Mis ojos se abrieron de golpe al ver el rostro de Cassian reflejado en él, una sonrisa torcida asomando por sus labios, mostrando esos dientes afilados. ¿Cómo demonios había logrado salir de la casa sin que nadie lo notara? Se suponía que sus padres e incluso el doctor estarían vigilándolo. Pero lo más importante, ¿cómo se había subido al maldito auto sin que me diera cuenta?

Mi cuerpo se tensó instintivamente y traté de voltearme para enfrentarle, pero era demasiado tarde. Uno de sus tentáculos negros y espeso se enrolló con fuerza alrededor de mi cuello, cortándome el aire, mientras otro cubría mi boca, silenciándome.

—Hola, sirvienta—dijo con una sonrisa ladina, dejando entrever esos dientes puntiagudos, tan fuera de lugar en su rostro juvenil. 

Mis manos se aferraron con fuerza a los tentáculos que me sujetaban, intentando liberarme de su agarre. Joder, era fuerte, mucho más fuerte de lo que parecía. Al ver que no cedía, y que no me soltaba, comencé a retorcerme, extendiendo las piernas hasta que pude alcanzar la cuchilla que tenía escondida debajo del asiento. Estaba dispuesta a cortarle esos malditos tentáculos y enseñarle que conmigo no se juega.

Pero Cassian fue más rápido. Otro tentáculo emergió de la nada, arrebatándome la cuchilla de las manos antes de que pudiera hacerle daño. Mierda. No solo me la quitó, sino que llevó la hoja a mi propia mejilla, rozándola con lentitud, como si estuviera jugando conmigo, como si nada de esto le importara.

Lo miré a través del retrovisor, y él volvió a sonreír. Esa sonrisa arrogante y diabólica que me hacía querer arrancarle la cabeza.

—Mi madre no se equivocó—dijo, con sus ojos rojos entrecerrados—, eres tan inútil.

Ese comentario me quemó por dentro, y sin pensarlo dos veces, mordí el tentáculo que me cubría la boca con toda la fuerza que pude reunir. Cassian siseó, soltándome momentáneamente, y aproveché ese instante para inhalar una bocanada de aire y gritarle, aprovechando la poca libertad que había ganado.

—No se supone que estés fuera de la casa, ¡imbécil! —le solté, notando que mis palabras salían entrecortadas por la rabia y la falta de aire—. Aquí fuera hay muchos peligros, pedazo de mierda. ¡Se lo diré a tus padres, mocoso!

Él soltó una carcajada, uno de esos malditos tentáculos moviéndose frente a mí, como si me desafiara a intentar algo más. Sus ojos relampagueaban con un brillo travieso, lleno de ese maldito desafío que tanto me recordaba a su madre.

—¿De verdad crees que me importa lo que mis padres digan o sienta alguna curiosidad de lo que haya fuera de este auto? —espetó, con una sonrisa más amplia—. Todo lo que quiero está justo aquí dentro. 

Lo miré fijamente, intentando descifrar su verdadero significado. No estaba segura si estaba hablando de matarme... o de algo más.

—¿Qué demonios estás diciendo?

—¿Te haces la tonta? Sabes exactamente a lo que me refiero.

Uno de sus tentáculos se movió lentamente por mi cuello, acariciándolo como una serpiente antes de apretar un poco más. Tragué saliva, sin saber si estaba jugando o si realmente tenía intenciones de hacerme daño. Aunque era obvio que su poder físico era superior al mío, no iba a dejar que me viera acobardada. Estaba acostumbrada a situaciones extremas, pero esto... esto era diferente.

—¿Vas a matarme? 

—¿Matarte? —repitió, como si la idea fuera ridícula—. Hay cosas mucho más interesantes que puedo hacer contigo que simplemente matarte.

—¿Qué? ¿Crees que voy a dejar que me pongas una sola mano encima?

—Sabes que no necesitas dejarme. A veces, lo que uno quiere... simplemente lo toma.

—¿Quieres tomarme? No eres más que un niño jugando a ser adulto.

—Un niño... Un niño que podría romperte en dos si quisiera.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, pero me negué a retroceder. Mantuve la mirada fija en él, tratando de ocultar mi miedo detrás de una capa de indiferencia.

—Te has equivocado de persona, mocoso—le espeté—. No me gustan los hombres.

Su respuesta fue inmediata, y antes de que pudiera reaccionar, uno de sus tentáculos se deslizó hasta mi boca. Sentí la fría textura de esa cosa presionando contra mis labios y luego adentrándose, suave y directo a mi garganta. El maldito comenzó a agitarse lentamente, obligándome a abrir más la boca, ahogando cualquier respuesta. El calor subió a mi rostro, y mi piel se volvió roja de la indignación, de la vergüenza y la rabia…

Cassian se inclinó hacia mí, susurrando en mi oído con un tono lleno de burla.

—¿No es esto lo que hacen entre ustedes las mujeres? —su tono era cruel, juguetón—. Lo vi en esa revista que guardas en el armario. Esto es lo que querías hacer con la boca de Beatrice, ¿no es cierto?

Mi corazón se detuvo un segundo. El impacto de sus palabras me golpeó como un puño en el estómago. ¿Cómo demonios sabía lo de Beatrice? ¡¿Cómo?! 

Mis pensamientos se arremolinaron, buscando respuestas, pero la maldita cosa en mi boca no me dejaba pensar con claridad. Mi respiración era superficial, casi entrecortada, y mis ojos ardían.

—Ni siquiera tienes esto... —susurró, mientras retiraba el tentáculo lentamente, dejándome respirar, pero no el suficiente alivio como para adentrarlo de nuevo—. Tal vez por eso nunca te eligió. 

Él solo sonreía, disfrutando de cada segundo de mi humillación.

Maldito bastardo.

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora