CAPÍTULO OCHENTA Y TRES: JEDIK MARCONE (+18)

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Mi lengua recorrió lentamente la línea de su barbilla, probando el sabor del licor en su piel. El calor de su cuerpo se sentía bajo mis labios mientras iba bajando con paciencia, saboreando cada centímetro de su piel. Deslicé mis manos suavemente, retirando el cuello de su traje, y mis labios encontraron el valle de sus pechos, donde el licor se había derramado y creado un rastro ardiente que me invitaba a seguir.

Ella se recostó un poco hacia atrás, dándome el espacio y la provocación que buscaba. Me incliné más, siguiendo la línea invisible que llevaba el licor desde su pecho hacia su ombligo, y me aseguré de que mi lengua no dejara ni una sola gota sin recoger, explorando cada zona que ella había dejado al descubierto. Deslicé el traje con lentitud, sintiendo la suavidad de su piel, hasta que la tela se deslizó por completo por sus piernas.

Fue entonces cuando me detuve un instante, sorprendido. En lugar de su habitual ropa interior masculina, usaba algo femenino y delicado, del mismo tono azul que su traje.

—¿Te gusta? 

—Todo lo que te pongas te queda perfecto—le respondí, mi voz sonaba más grave de lo que esperaba.

Mis manos se deslizaron hasta sus caderas, y bajé la mirada, observando cómo el licor había caído justo en la cena servida, caliente, esperando a ser devorada. Sonreí, inclinándome una vez más mientras mis labios seguían el camino que me guiaba a su prenda inferior. Ella cerró sus piernas, dejándome atrapado entre ellas. 

—Siempre eres tú quien me hace sentir bien con su boca. Es injusto. 

¿Qué dice? No es como que vaya a quejarme por eso. Al contrario, ella no tiene ni puta idea de lo que disfruto devorando su coño. 

—Hoy te voy a recompensar por cada orgasmo que me has regalado.

Me dejó ir, poniéndose de pie y despojándose de su ropa interior. 

—Pero primero quiero oírte—me quitó la chaqueta, arrancando mi camisa de botones y rozando su mejilla en mis pectorales.

Maldita sea, olvidé que conoce mis debilidades. 

—Tienes obsesiones muy extrañas, fierecilla. 

—¿No es esto lo mismo que me haces? —me mordió la piel de mi pectoral izquierdo, y luego pasó su lengua en dirección hacia mi pezón y se me apretó el pantalón—. ¿Te harás el hombre de piedra? Ya tienes suficiente con este que tienes abajo— lo agarró con rudeza por encima del pantalón, logrando su maldito objetivo de hacerme gemir, era imposible hacerse el fuerte con esta mujer—. ¿Estás inquieto por meterlo en mi boca? —bajó el cierre, dejando expuesta mi erección y me masturbó con esa presión que solo ella conocía tan bien que me encantaba—. Maldito perro, pervertido y masoquista—mordió mi pezón y le apreté la nalga con la misma fuerza. 

—Los dos lo somos. Solo que tú te esfuerzas en esconderlo, yo no.

—Tal vez… —se alejó hacia el escritorio, recostándose completamente, solo dejando colgando la cabeza en el borde—. Solo tal vez, por hoy te mostraré la mitad de lo perra que puedo llegar a ser. 

Pasé saliva, entendiendo su postura. ¿Realmente mis fantasias se harían realidad? La había imaginado incontables veces en posiciones deshonestas, castigando esa boca venenosa que muchas veces bajo orgullo me dieron golpes directamente al ego. 

Me acerqué, como si estuviera bajo un hechizo. No pude evitar comparar y medir el largo de mi pene con su rostro, mi glande sobrepasando la línea de su barbilla. 

Su mano salivada lo tomó, masturbándolo esta vez más lento, mientras su lengua caliente dibujaba una línea imaginaria desde el frenillo, luego la mitad de la base hasta mis testículos y me mordí los labios instintivamente por la sensación resbaladiza de su saliva, mezclada con el calor de su lengua y los chupones que dejaba al alternarse entre ambos. 

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora