CAPÍTULO NOVENTA Y CINCO: CASSIAN MARCONE

33 6 4
                                    

¿Qué estoy pensando? Claro que no. Si hago algo así, podría hacerle daño. El doctor me había advertido que no podía intimar con ninguna mujer. Esta maldición podría acabar con ella, así como no pude controlar mi impulso aquella trágica noche con Leah. 

Si aún tenía algún pequeño sentido de lucidez, debía parar las cosas antes de que estas escalaran a una tragedia mayor.

—No puedo. Por más que quiera y desee explorar esa posibilidad contigo, no puedo hacerlo. Tú misma viste con lo que cargo. Puede hacerte mucho daño, incluso llegar a matarte. 

—Me estoy quemando… 

Toqué su frente y estaba ardiendo tanto como yo. Mi primer pensamiento fue la mordida. Me entregué tanto en ese momento que olvidé las advertencias del doctor. ¿Y si la contagié? ¿Podría morir? 

Me solté de su firme agarre, desapareciendo de la vista el aparato y cubriéndola con la sábana. 

—Vengo enseguida. 

Salí corriendo de la habitación, golpeando la puerta del doctor. Él tardó en abrir, casi tiro la puerta abajo. 

—Melanie está ardiendo de fiebre. Creo que la he contagiado.

Él no lucía sorprendido con esa posibilidad. Todo lo contrario, más bien, frustrado. 

—Se veía venir… Iré al despacho por el equipo. Le haré algunas muestras.

Observaba la puerta de la habitación en medio de la madrugada, el peso de la culpa sobre mis hombros aplastándome, sosteniéndome en el umbral, sin atreverme a entrar. Todo esto había comenzado como un experimento, pero no me había podido resistir cuando esa oportunidad se presentó y la mordí. 

Papá la había traído aquí con segundas intenciones, como si traer a alguien a quien pudiera descargarme fuera una forma de "ayudarme" a controlar mi propia naturaleza. Lo supe desde el principio, cuando oí la discusión de ellos en el despacho hace varias noches. 

Por mucho que quisiera culpar a mi papá, sabía que en el fondo, el impulso había sido mío. Cuando la fiebre apareció, y el doctor confirmó mis temores, sentí como si la jaula que me rodeaba se volviera más pequeña.

Mientras el doctor le tomaba muestras, observé de reojo a mi madre, que me lanzaba miradas cargadas de reproche. Ella había estado en contra desde el inicio, había rechazado la decisión de mi padre de traer a alguien con mentiras, poniéndola en bandeja de plata al monstruo de su hijo. Pero ya no había vuelta atrás.

Mi papá, en cambio, parecía casi satisfecho. Permanecía en silencio, pero no podía ocultar esa chispa de interés mientras el doctor trabajaba. Sabía que él estaba esperando ansioso el veredicto, saber si la infección en Melanie desarrollaría una variante similar a la mía, si realmente era "compatible". 

Cada palabra que el doctor decía, con cada síntoma confirmaba que la infección estaba avanzando como lo había hecho en mí, sentía cómo ese hilo de esperanza crecía en sus ojos.

—La progresión es bastante acelerada. Sus síntomas son sorprendentemente similares a los de Cassian en sus primeras etapas, lo cual sugiere que hay una probabilidad alta de compatibilidad en su desarrollo. Sin embargo, necesitaremos unos días más para estar seguros.

—¿Puede morir por mi culpa? —eso era lo más importante para mí. 

—No lo creo. Ya habría tenido alguna reacción adversa desde la mordida. Por lo pronto, dejémosla descansar. Estaré al pendiente de su progreso y de cualquier cambio. 

La única persona que no me teme, quien se ha ofrecido a ayudarme y ha estado haciéndome compañía durante estos días ahora estaba contagiada por mi culpa. ¿Cuál será su reacción cuando lo sepa? ¿Me odiará igual que mamá?

Pasé la madrugada entera a su lado, observando su respiración, cada leve movimiento. Quería estar ahí cuando despertara, comprobar que no se veía más enferma o débil. Cuando finalmente el agotamiento me venció y cerré los ojos. Me despertó su voz, suave y familiar, aunque sin la misma energía de siempre.

—¿Melanie…? —murmuré, abriendo los ojos y viendo la luz del sol inundar la habitación.

Ella estaba junto a la ventana, los primeros rayos del día revelando su rostro cansado y ojeroso. Me incorporé rápidamente, notando que llevaba una bandeja con el desayuno. ¿Qué estaba haciendo levantada, cuando debía estar descansando?

—¿Qué haces despierta? Tienes que estar en la cama —le dije, frotándome los ojos.

—No podía quedarme sin hacer nada, me iba a volver loca—respondió, sonriendo levemente—. Además, tú te quedaste cuidándome, ¿no es así? Merecías comer como un rey.

Me puse de pie de inmediato, cruzando la distancia entre nosotros con una mirada de alerta. 

—Estaba preocupado. Ayer tuviste una fiebre muy fuerte. ¿De verdad te sientes mejor?

—Claro que sí—me aseguró, con una confianza que no correspondía con su semblante cansado.

La miré fijamente, preguntándome si recordaba lo de la mordida. Me pregunté si aún tenía la marca o si esa zona le dolía, pero ella no había mencionado nada y actuaba como si no fuera consciente de lo que había pasado. ¿Era posible que realmente no lo recordara, o solo era mi propia paranoia jugándome una mala pasada?

—¿Quieres comer aquí o prefieres que lo lleve a la mesa?

—¿Tú ya comiste?

—No, estaba esperando por ti. Tus padres están en la sala y no quise interrumpirlos. 

Giró para pasar a mi lado, pero, en ese mismo instante, perdió el equilibrio, tambaleándose hacia mí. Extendí los brazos de inmediato, atrapándola antes de que pudiera caer, y ella se apoyó en mí, intentando recuperar la compostura. La sostuve firmemente, sintiendo su respiración temblorosa contra mi pecho.

—Te ves cansada. ¿Por qué no te tomas un descanso? Lo necesitas —le dije con suavidad, mirando su rostro, preocupado—. Ayer tenías mucha fiebre. Debes cuidar de tu salud.

Alzó la vista hacia mí, y por un segundo vi cierta duda en sus ojos.

—Me estás ocultando algo, ¿verdad?

Sus palabras me tomaron por sorpresa, y sentí que el aire se volvía pesado. Tragué saliva, sin saber qué responder.

—¿De qué hablas?

Suspiró, apartando un mechón de cabello de su rostro.

—Escucha, sé que una oportunidad como esta, de trabajar en un lugar como este, de recibir un sueldo tan alto, por tareas tan sencillas y con tantos privilegios me pareció raro desde el principio. Aun así, quise arriesgarme, porque amo lo que hago. ¿Podrías ser sincero conmigo y decirme por qué me eligieron a mí?

Ella era muy inteligente, tanto como observadora y honesta, no tenía tapujos para nada, y algo no le cuadraba, lo preguntaba directamente, sin pelos en la lengua, eso me quedaba completamente claro. Pero eso no jugaba a mi favor ahora. 

Esperaba una respuesta sincera de mi parte, pero estaba atrapado entre la verdad y la mentira, no podía hacer otra cosa que sostener su mirada, con una culpa que se sentía como una soga atada a mi garganta. 

Si le digo la verdad, ¿se irá? ¿Va a sentirse engañada, usada y decepcionada conmigo? ¿Qué hago?

Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora