—¿Imaginar a tu madre? ¿En qué sentido? —exploté.
—No es lo que piensas, papá. Jamás miraría a mamá con otros ojos. Sabía que ella no estaba de acuerdo en que me acercara a Leah, aun así, lo hice. A eso me refiero. No podía sentirme tranquilo.
—Más te vale. En todo caso, nadie se va a ir. Ni tú, ni mucho menos tu madre. Lo único que te voy a pedir, es que si realmente estás tan arrepentido, lo demuestres y trates de llevarte bien con Melanie.
—Yo no necesito una niñera.
—Cállate, tú no decides eso.
—No puedo con ustedes… —Irene salió del despacho y no fui tras ella, porque sé que cuando está así de enojada, tratar de hacerla reaccionar no es tarea fácil, y no hago más que cagarla.
Esta familia se está desmoronando. ¿Era eso verdaderamente posible? Si en ningún momento hemos sido una verdadera familia, ni siquiera tenía claro qué era para Irene. Quería darle una familia estable y real a nuestros hijos, pero nada ha salido como quiero. Cada vez la siento más y más distante. Cuando siento que nos acercamos, que se abre a mí, algo pasa que la aparta. ¿Podré remediar esto de alguna forma?
Cassian Marcone
El molesto resplandor del sol me golpeó de lleno cuando la cortina se abrió, y apenas tuve tiempo de cubrirme el rostro con la almohada. Fue entonces cuando la escuché, esa irritante voz cantarina de esa manteca.
—Levántese, joven. El desayuno está servido y caliente. Está en crecimiento, necesita comer saludable, hacer sus tres comidas, ejercitarse, practicar algún deporte en las mañanas, así sea algo de cardio.
Gruñí bajo la almohada, esperando que la indirecta fuera suficiente para que se largara, pero no. Esa mujer parecía inmune a todo intento de hostilidad.
—¿Algo que evidentemente no haces tú? —bufé, levantando apenas la almohada para mirarla de reojo—. Los consejos se aplican antes de darlos, ¿no crees?
En lugar de ofenderse, se limitó a sonreír, como si se divirtiera.
—Créame, joven. Necesita energías. Ya me he alimentado para recibir las mías con un buen desayuno. Es mi primer día y estoy de buen humor. Le aconsejo que haga lo mismo… va a necesitar todas las energías posibles para lidiar conmigo hoy.
Me quité la almohada de la cara y, por primera vez, la miré fijamente, sin molestarme en disimular mi irritación. Sus ojos me sostenían con una determinación inusual, nada parecida a la mirada sumisa que esperaba ver en alguien como ella. No apartó la vista ni siquiera un segundo.
—Tiene unos ojos muy bonitos. Bastante peculiares. Solo que su cara arrugada los arruina.
Mi mandíbula se tensó al instante, sintiendo cómo el calor del enojo me subía al rostro.
—¿Perdón? —dije, incrédulo.
—Oh, ¿no me escuchó? —replicó con una sonrisa desafiante—. Dije que tiene unos ojos muy bonitos. Lastima que su actitud de niñato mimado y la cara arrugada no ayudan mucho.
—Y tú deberías preocuparte menos por mi cara y más por encontrar dónde está tu cuello, bola mantecosa.
Ella se rio, tan tranquila que fue casi inquietante. Entre tanta manteca, al parecer tenía una actitud más dura de lo que cualquiera imaginaría.
La paciencia se me agotó. Si esa mujer creía que podía irrumpir en mi habitación todas las mañanas con esa actitud impertinente, claramente no conocía con quién estaba lidiando.
Dejé que mi irritación tomara forma y un tentáculo brotó de mi espalda, alargándose con la intención clara de darle un buen susto. Seguramente, en cuanto lo viera, saldría corriendo de mi habitación con el rabo entre los dos pavos que tenía por muslos.
Pero, para mi sorpresa, apenas el tentáculo se acercó a su rostro, ella extendió la mano y lo atrapó. Lo sujetó con firmeza, como si estuviera agarrando el cuello de un ganso a punto de ser decapitado para el caldo.
—Ya veo—dijo con una calma que bordeaba lo insolente—. Esta era su particularidad. Ahora entiendo tanta información y documentos de confidencialidad.
Parpadeé, sorprendido. En lugar de la expresión de horror que esperaba, su rostro mostraba cierto grado de interés y curiosidad. Sus ojos grandes y expresivos recorrían el tentáculo, analizando cada detalle como si fuera un espécimen raro. Ni un rastro de temor, ni siquiera un pestañeo de duda.
—Es increíble —murmuró, casi para sí misma, acariciando la superficie del tentáculo con una mano, evaluando la textura y dándome escalofríos—. Es como tocar piel.
Abrí la boca para decir algo, pero me quedé mudo al verla acercarse más, como si realmente estuviera fascinada. Soltó una risa suave, y me miró directamente a los ojos.
—¿Debía ser esto intimidante?
Nadie, absolutamente nadie, había reaccionado así antes. Tensé el tentáculo con la intención de que se apartara, que al menos sintiera algo de respeto, pero ella ni se inmutó. Si acaso, su sonrisa se amplió aún más.
—¿Qué? ¿No está acostumbrado a que le toquen estas cosas? —dijo, enarcando una ceja—. Tal vez, con un poco de práctica, logre realmente asustarme.
—¿Tienes idea de con quién te estás metiendo? —le dije, manteniendo la voz en un tono bajo y amenazante—. Podría aplastarte en un segundo. Esto no es un juego.
—¿No debería ser esa mi línea? Digo, porque bastante que le fastidia mi manteca. Estos kilos podrían aplastarlo con más facilidad que lo que podría hacerlo este pequeño y tierno tentáculo.
Fruncí el ceño.
—He lidiado con jóvenes de tu edad por un poco más de cinco años. Algunos con condiciones de salud verdaderamente difíciles de tratar. ¿Y no me cree capaz de aplacar esa rebeldía e insolencia en usted?
¿Aplacarme? ¿A mí? Su confianza rayaba en la insolencia.
—¿De verdad crees que voy a tolerar que alguien como tú me dé órdenes? —repliqué, manteniendo mi mirada fija en la suya—. Si piensas que puedes durar más de un día aquí sin arrepentirte, estás muy equivocada.
—Me temo que deberá cambiar de estrategia para poder echarme de aquí, joven. Espero ansiosa su próxima jugada.
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Hate Me
RomanceTras años de buscar venganza, Irene Matthews descubre que hay misterios más oscuros que su propio pasado. Jedik Marcone, un hombre ligado a secretos prohibidos, la arrastra a una realidad donde fuerzas invisibles mueven los hilos del destino. Mientr...