Capítulo 15.

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Me alejé de la multitud, tratando de tomar un respiro. Todo estaba siendo... raro. No podía explicar exactamente qué, pero había una sensación en el aire que me mantenía inquieta. Me acerqué a la hoguera, sintiendo el calor de las llamas mientras las chispas bailaban. Me senté frente al fuego, apoyando la espalda en un tronco que solíamos usar como banco.

El silencio alrededor de la hoguera era cómodo, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Cada día aquí era igual, cada tarea, cada rutina, todo tan repetitivo. Era como si estuviera atrapada en un ciclo que nunca cambiaría. Ese pensamiento me hizo sentir agobiada, como si el peso del Claro cayera sobre mis hombros.

Estaba a punto de dejarme llevar por esa sensación de frustración cuando sentí unas patitas suaves sobre mis piernas. Bajé la mirada y allí estaba Sia.

—Hola... —murmuré, esbozando una pequeña sonrisa mientras estiraba la mano para acariciarla.

Mientras mis dedos recorrían su suave pelaje, me di cuenta de lo mucho que necesitaba ese momento de paz. Pero justo cuando empezaba a perderme en ese momento de calma, escuché pasos detrás de mí. Giré la mirada y vi como Thomas se acercaba, dudoso. No le hice caso y volví a centrarme en el fuego de la hoguera. Pero de pronto sentí como se había sentado a mi lado, sin mirarme, sin decir ni una sola palabra.

El silencio entre nosotros se estiraba, incómodo pero familiar. Thomas no dijo nada, y yo tampoco tenía ganas de romper esa quietud. Mis dedos seguían acariciando el pelaje de Sia, quien, ajena a la tensión, se acurrucaba más en mis pies, dándome ese pequeño consuelo que necesitaba.

—No quería molestarte —dijo Thomas finalmente, con un tono bajo, como si temiera interrumpir algo importante.

No aparté la vista del fuego. La luz parpadeante de las llamas reflejaba mis pensamientos desordenados. No era que Thomas me molestara, pero su presencia añadía otra capa a todo lo que ya estaba sintiendo. El día había sido largo, y mi mente estaba agotada de tanto darle vueltas a las mismas preguntas sin respuesta.

—No pasa nada —respondí, pero mi voz sonó más seca de lo que pretendía. Quería que fuera casual, pero incluso yo podía sentir el leve resentimiento que se colaba en mis palabras. ¿Por qué se había sentado justo a mi lado? Podría haberse quedado al otro lado de la hoguera, pero no, aquí estaba.

Thomas suspiró, y de reojo pude ver cómo se frotaba la nuca, una señal clara de que tampoco estaba cómodo. Su incomodidad casi me hizo sentir culpable, pero no del todo.

—Es solo que... parece que estás distante —continuó, su voz más suave ahora—. No quiero que te sientas sola. Ninguno debería estarlo.

No pude evitar que mis ojos se desviaran hacia él, aunque solo por un segundo. Había algo en sus palabras que me tocaba, algo sincero, pero no estaba preparada para bajar la guardia.

—No estoy sola —contesté, encogiéndome de hombros, aunque sabía que era una mentira a medias.

La verdad era que, aunque Gally y yo estábamos juntos, a veces sentía que me faltaba algo. Tal vez era la incertidumbre, la falta de respuestas, o tal vez simplemente la rutina. Pero decirlo en voz alta me parecía admitir una debilidad que no quería mostrar.

Thomas pareció percibirlo, pero en lugar de insistir, dejó que el silencio volviera a caer sobre nosotros. Era raro cómo, con todo lo que sucedía en el Claro, podía haber tanto espacio para sentirnos aislados.

—¿Qué pasa por tu cabeza? —preguntó después de un rato, rompiendo el silencio de nuevo.

Suspiré y miré a Sia, que ya estaba completamente dormida sobre mis pies. No podía decirle lo que realmente estaba sintiendo. No a él. No a nadie. Gally se enfadaría si supiera que estaba compartiendo mis pensamientos más profundos con Thomas.

—No lo sé —mentí, levantándome de golpe, haciendo que Sia se despertara sobresaltada—. Creo que solo estoy cansada.

Thomas me miró, claramente sabiendo que había algo más, pero no insistió. Me dio espacio para que me alejara.

Justo cuando me disponía a marcharme, lo vi. Gally. Estaba de pie, en la oscuridad, observando. No hacía falta que dijera nada; su mirada lo decía todo. Había visto cómo Thomas y yo estábamos sentados juntos, y no iba a dejarlo pasar.

Sentí un nudo en el estómago. Sabía lo que significaba esa mirada.

Sentí cómo la sangre me subía a la cara. ¿Qué cojones estaba haciendo? No había hecho nada malo, pero la mirada de Gally, clavada en mí, me hacía sentir como si lo hubiera traicionado. Mi corazón latía con fuerza mientras sus ojos no se despegaban de mí ni un segundo, como si estuviera esperando una explicación que no sabía cómo darle.

Thomas se levantó lentamente a mi lado, probablemente sintiendo la misma tensión que yo.

—Nos vemos luego —dijo en voz baja, dándome una última mirada antes de desaparecer hacia las sombras. Parecía haber entendido que su presencia no era bienvenida.

El silencio que dejó detrás fue tan denso que parecía envolverme por completo. Solo quedábamos Gally y yo. Me quedé quieta, con la garganta seca, mientras él se acercaba, sus pasos eran lentos y calculados, como si estuviera midiendo cada movimiento.

—¿Qué hacías con él? —preguntó finalmente, su tono era bajo, pero cargado de algo que no era solo celos. Era desconfianza.

Rodé los ojos, aunque el nudo en mi estómago se apretaba más.

—Gally, por favor... No empieces —respondí, mi voz salió más firme de lo que esperaba. Sabía que tenía que mantenerme tranquila, pero su actitud siempre lograba sacar lo peor de mí.

—¿No empiece? —repitió, arqueando una ceja mientras cruzaba los brazos—. Te veo sentada con él, hablando como si nada, y esperas que no diga nada.

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Ignorarlo? —respondí, ahora sintiendo cómo mi propia frustración crecía—. Es nuevo, Gally. No es el fin del mundo.

Él se acercó aún más, el fuego se reflejaba en sus ojos. Podía sentir el calor de su cuerpo mezclado con el de las llamas, y aunque estaba molesta, parte de mí seguía odiando esa sensación de estar tan conectada a él, incluso cuando discutíamos.

—No me importa que sea nuevo —gruñó, su mandíbula estaba apretada—. Lo que me importa es que cada vez que está cerca de ti, te veo sonreír. ¿Por qué sonríes tanto con él?

Eso me desarmó por completo. ¿Era eso lo que le preocupaba? ¿Que le sonriera a Thomas? Sentí una mezcla de incredulidad y rabia.

—¿En serio? —dije, mi voz estaba casi temblando—. ¿Crees que lo hago a propósito? ¿Que sonrío solo para molestar? No puedo creer que estés tan inseguro.

Gally me miró en silencio, su respiración era agitada, y por un momento, pensé que iba a explotar. Pero en lugar de gritar, simplemente desvió la mirada, como si estuviera tratando de contener algo dentro de él.

—No es eso... —murmuró, casi inaudible—. No quiero que alguien más... te haga sentir mejor de lo que yo puedo.

Y ahí estaba. El verdadero problema.

El nudo en mi estómago se aflojó un poco, pero la confusión y la tristeza seguían ahí. Me acerqué a él, suavizando mi tono.

—No tienes por qué sentir eso —susurré, levantando una mano para tocar su brazo—. Thomas no significa nada, es nuevo, y solo está confundido con todo. Eres tú el que me importa. Siempre lo has sido.

Por un momento, pensé que esas palabras lo calmarían. Pero, aunque sus ojos brillaban con algo más que rabia, aún no parecía convencido. Gally tomó un respiro profundo y, sin decir nada más, me dio la espalda, alejándose de la hoguera con pasos pesados.

Lo vi marcharse, sintiendo un vacío en mi pecho. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Lo nuestro había sido complicado, lleno de altibajos, pero ahora parecía que las cosas se estaban volviendo más difíciles de lo que podían soportar.

El nuevo verducho (Gally) (The maze runner)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora