Cuando una persona ama a alguien, busca la manera de gustarle y sino... pues se fuerza el destino.
Draco odiaba a Harry, lo odio desde el primer momento en que rechazó su amistad.
Harry se había enamorado de Cedric, y quería que él se fijará en él...
—Los demás profesores y yo realizaremos un rastreo exhaustivo por el castillo —anunció Dumbledore con serenidad, mientras McGonagall y Flitwick se ocupaban de cerrar las puertas del Gran Comedor con meticuloso cuidado—. Por su seguridad, deberán pasar aquí la noche. Prefectos, quiero que monten guardia en las puertas, y dejo a cargo a los Premios Anuales. Avísenme de cualquier novedad por medio de algún fantasma —añadió, lanzando una breve mirada a Percy, que hinchó el pecho de orgullo.
Antes de salir, Dumbledore hizo un movimiento con su varita y las largas mesas se desplazaron hacia los muros del salón. Con otro gesto, el suelo se cubrió de cientos de sacos de dormir rojos, esponjosos y cálidos.
—Felices sueños —dijo Dumbledore, lanzando una última sonrisa amable antes de cerrar la puerta tras de sí.
El Gran Comedor explotó en un murmullo de voces y risas nerviosas. Los estudiantes de Gryffindor no tardaron en contarle al resto lo que había sucedido en la torre, lo que provocó un revuelo de exclamaciones.
—¡A los sacos de dormir! —bramó Percy, lanzando miradas severas a los que no obedecían—. ¡Se acabaron los cuchicheos! Apagaré las luces en diez minutos, ¡así que a callar todos!
—Vamos —susurró Ron a Harry y Hermione, que ya buscaban un rincón tranquilo.
Tomaron tres sacos de dormir y se acomodaron cerca de una columna. Desde otro rincón, Draco escuchaba de reojo los comentarios de un grupo de Gryffindors, pero apenas prestaba atención. Su mirada recorría disimuladamente el salón, buscando a Harry entre la multitud de rostros y sacos. ¿Estaría bien? ¿Asustado, tal vez? Se retorcía en el saco, inquieto, sin poder dejar de preguntárselo.