Cuando una persona ama a alguien, busca la manera de gustarle y sino... pues se fuerza el destino.
Draco odiaba a Harry, lo odio desde el primer momento en que rechazó su amistad.
Harry se había enamorado de Cedric, y quería que él se fijará en él...
—¿No tienes frío? Por Merlín, Potter... —murmuró en tono de reproche—. Yo estoy congelado, y llevo un abrigo mucho mejor que el tuyo.
Harry alzó una ceja, casi ofendido, pero antes de que pudiera responder, Draco ya se estaba quitando su abrigo. Harry no pudo evitar que su mirada se detuviera un segundo en los músculos que se marcaban bajo la fina tela de la camisa de Draco. Sintió un calor inesperado y desvió la mirada, mordiéndose el labio mientras un leve rubor coloreaba sus mejillas.
Sin pedir permiso, Draco se inclinó hacia él y lo levantó de donde estaba sentado. Harry parpadeó, confundido, mientras Draco con una expresión entre exasperada y decidida le quitaba su suéter, enviando un escalofrío a través del cuerpo de Harry. Pero, en un movimiento rápido, Draco le colocó su propio abrigo sobre los hombros, envolviéndolo con el cálido aroma que desprendía la prenda.
Draco, con una naturalidad que rozaba lo descarado, se puso el suéter de Harry, lo que hizo que Harry sintiera una mezcla de sorpresa y satisfacción al verlo con algo suyo. Sin detenerse ahí, Draco tomó su gorro y lo encajó suavemente en la cabeza de Harry, asegurándose de cubrir hasta casi ocultar su famosa cicatriz. Finalmente, le quitó su propia bufanda y la acomodó alrededor del cuello de Harry, como si estuviera protegiendo algo valioso.
Harry lo miró, notando la sonrisa engreída de Draco, quien parecía orgulloso de su acto, como si acabara de realizar una hazaña heroica.
—¿Estás loco? —bufó Harry, entre confundido y divertido—. Dijiste que tenías frío.
