Nunca entendí qué fue lo que Cam vio en mí que me eligió para ser su única amiga. Lo único que supe después de ese día en el comedor de la escuela, es que nos volvimos inseparables. Literalmente pasábamos cada momento que podíamos juntos, que no eran muchos, la verdad.
Mis momentos favoritos siempre fueron cuando me acompañaba a mis clases de baile después de la escuela todos los martes y viernes. Nunca se lo pedí, él solo me acompañaba porque quería y a mí me gustaba tener compañía en esos veinte minutos caminando hacia la academia de danza contemporánea y ballet.
Uno de mis recuerdos favoritos fue un viernes. Era mi cumpleaños número catorce y él ya había cumplido los quince hacía unas semanas. Habíamos planeado que me acompañaría a mi clase de ballet, me esperaría la hora y media que duraba y luego iríamos juntos a mi casa para la celebración que mis padres habían planeado.
Caminábamos por unas vías de tren abandonadas. Un camino más largo para llegar a mi academia, pero nos encantaba ir en medio del bosque, siguiendo unos rieles viejos y oxidados por el paso del tiempo y la lluvia, mientras hablábamos de las cosas más extrañas que se nos podrían ocurrir, sin miedo y sin reproche.
- ¿Crees que alguien murió atropellado por un tren aquí? – pregunto mientras hago equilibrio en los rieles, algo en lo que siempre fui mejor que él por razones obvias.
-Los accidentes pasan, Halley. Puede que incluso una persona se haya suicidado frente a un tren...
- Hay mejores formas de suicidarse que lanzarse frente a un tren en movimiento – lo interrumpo, ganándome una mirada de curiosidad por su parte.
- ¿Cómo lo harías tú? – preguntó él, sin preocuparse de lo turbio y oscuro que era nuestro tema de conversación, porque siempre hemos sido así.
Me detengo un tiempo a pensar en su pregunta. Miro hacia los árboles que nos rodean y hacia Cam, quien me mira con sus ojos marrón y su cabello rojo zanahoria esperando pacientemente una respuesta por mi parte.
- No lo sé- respondo con honestidad – De alguna forma en que mi cuerpo no quede desfigurado para siempre y mis padres puedan tener un funeral a cajón abierto, donde todos se puedan despedir de mí.
Esos eran pensamientos muy oscuros para una chica de catorce años con una vida relativamente normal. He vuelto muchas veces a estos recuerdos a lo largo de los años y siempre llego a la misma conclusión... Cualquier persona cuerda me habría dejado allí, sola, y hubiera salido corriendo en dirección opuesta, pero Cam nunca lo hizo.
Se supone que era una buena chica de catorce años que jamás había tenido que sufrir nada en la vida. Ni siquiera sabía lo que era el sufrimiento en sí. De alguien como Cam podrían esperarlo, luego de todo lo que había vivido y visto cuando estaba con su madre, pero ¿de mí? Jamás.
Cam se quedó en silencio luego de haberme escuchado atentamente, pero no un silencio incómodo. Solo parecía estar pensando, analizando mi respuesta, masticándola y tragándola.
- ¿Crees que serías capaz de hacer algo así? – pregunta en un susurro, preocupado.
- Sabes que no lo tengo miedo a la muerte, Cam- respondo, perdiendo un poco el equilibrio por seguir estando sobre los rieles, pero él me sostiene de la cintura para que no caiga – Ahora mismo, tengo a mi familia, mis clases de baile y mi mejor amigo. No tengo razones para querer hacerlo.
Una pequeña sonrisa aparece en la cara de Cam e, inevitablemente, le sonrío de vuelta. Con el tiempo me di cuenta de que Campbell Grant no era una persona de sonrisas. Había dos personas en su vida que lograban hacerlo sonreír y éramos su abuela y yo, así que atesoraba cada sonrisa que Cam me diera, guardándola en mi memoria como si fuera el mejor regalo que pudiera darme.
De un momento a otro, Cam se aleja un poco de mí y saca una pequeña caja de su mochila. Me la entrega con las mejillas un poco sonrojadas y sin hacer contacto visual conmigo, lo que encontré que era lo más adorable del mundo.
- ¿Acaso Campbell Grant me está haciendo un regalo por mi cumpleaños? – lo molesto con una enorme sonrisa en la cara.
- No seas pesada y ábrelo, ¿sí?
Riendo, abro la pequeña caja. Campbell se queda frente a mí, expectante y nervioso, algo que nunca había visto en él.
Lo que hay dentro de la caja hace que mi sonrisa desaparezca de inmediato. Muy lentamente, saco un collar de lo que parece ser un cometa.
- ¿Es...? – trato de preguntar, pero no me salen las palabras.
- Es el cometa Halley, sí- responde Cam aún más nervioso que antes – Lee la tarjeta que hay dentro.
Con mucho cuidado, dejo el collar dentro de la caja nuevamente y saco una pequeña tarjeta que está al fondo de ésta. Es solo un cartón de color rojo, pero reconozco que la letra con la que está escrita es la de Campbell.
"Porque eres como el cometa Halley. Una persona maravillosa que solo aparece en nuestras vidas una vez cada 76 años. Feliz cumpleaños, cometita"
En ese momento siento las lágrimas en mis ojos. No de tristeza, claro que no, pero nadie me había dado algo con tanto significado a mis cortos catorce años. Además, siempre he sido una chica muy sensible y el muy maldito de Cam lo sabía así que lo hizo a propósito.
- ¿Te gustó? – pregunta Cam con una sonrisa en la cara, porque siempre fue la persona que mejor que conoce y sabía que me había encantado.
- Ya ponme el maldito collar, idiota – respondo, ganándome una risa sonora de sus labios.
Ese fue el mejor cumpleaños de mi vida. Tenía a mis padres a mi lado, Addie siempre estaba allí, aunque ya no fuéramos tan cercanas como antes y Cam seguía siendo Cam, el chico misterioso que vivía frente a mi casa y que se transformó en mi mejor amigo después de solo un almuerzo juntos.
Además, fue una de las últimas veces que vi a Campbell Grant antes de que su madre arruinara su vida.
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La estrella que guía mi camino
Teen FictionHailey y Campbell han compartido una amistad inquebrantable desde su primer encuentro en una fiesta, donde sus almas se conectaron al hablar sobre el vasto universo y la soledad que lo acompaña. Mientras Campbell navega por un oscuro camino de autod...