VI

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—Lo siento por molestarlos, chicos, pero vine a buscarte, Yuki —dijo el neerlandés, apareciendo detrás de Gasly. Me sorprendí al verlo frente a mi escuela.

—¿Disculpa? ¿Por qué vienes tú a buscarme? —solté, sin comprender del todo qué hacía él ahí.

—Tu papá tuvo una llamada urgente de trabajo y me pidió que te llevara a casa. No te preocupes, solo te dejaré y me iré —respondió. Estuve a punto de quejarme y decir que podía caminar solo hasta casa, aunque me tomara literalmente dos horas, pero recordé que le prometí a papá Checo intentar llevarme mejor con Max, así que me quedé callado.

—Está bien, vamos —dije sin dar pelea. Miré una última vez a Pierre, pero no me despedí. Me di la vuelta y caminé, esperando que Verstappen me siguiera.

Después de unos segundos, me detuve sin saber en qué dirección ir, ya que no tenía idea de dónde había estacionado su auto. Al final, esperé a que él me indicara dónde estaba. Una vez dentro, el ambiente en el coche se sentía tenso; ninguno de los dos hablaba. Cuando nos detuvimos en un semáforo, Max rompió el silencio.

—¿Disfrutaste las carreras el fin de semana pasado? —preguntó, despegando la vista del frente para mirarme rápidamente antes de volver a enfocarse en el semáforo, que ya estaba a punto de cambiar a verde.

—No, me parecen aburridas, solo dan vueltas —respondí sin mirarlo, manteniendo la vista al frente—. No entiendo por qué algunos pilotos corren...

—Oh, bueno —el mayor buscaba una respuesta para mis palabras—. Cada uno tiene sus razones, ¿sabes? Daniel corre porque le gusta la adrenalina y esas cosas.

—Sí, ya lo sé, él me lo contó. Aun así, no lo comprendo —dije, mientras veía que poco a poco nos acercábamos a casa. Por primera vez en todo el trayecto, giré para mirarlo antes de que estacionara frente a la entrada—. Tú... ¿por qué corres, Max?

Me di cuenta de que había cometido un error al hacer esa pregunta al ver cómo la mandíbula de Verstappen se tensaba. Hice una pequeña mueca, queriendo decirle que no tenía que responder, pero su respuesta me sorprendió.

—Por obligación —respondió en tono seco. Sus manos no dejaban de apretar el volante, y vi un destello de odio hacia sí mismo en su expresión—. Por mi padre y su idea de tener un hijo campeón del mundo —soltó una breve risa, luego apoyó su frente en el volante y giró levemente la cabeza para mirarme—. Ya puedes bajarte, Yuki. Checo dijo que volvería para las cinco.

Me quedé mirándolo, atónito por lo que acababa de decirme. Sentí un sabor amargo en la boca al darme cuenta de que Max no era solo el tipo arrogante y egocéntrico que mostraba ser en las carreras; fuera de la F1, era una persona completamente diferente.

—Puedes entrar si quieres —dije, casi sin pensarlo. En ese momento aceptaba la idea de pasar tiempo con él, aunque eso no significaba que lo aceptara como la pareja de mi papá. Al menos comprendía ahora que Max no era la misma persona que aparentaba ser en la pista.

Max me miró con una mezcla de sorpresa e incertidumbre, pero asintió sin decir nada. Salí del auto y lo esperé para entrar juntos en casa. Caminamos en silencio hacia la puerta, y por primera vez, el ambiente no se sentía cargado de esa tensión habitual.

Una vez dentro, me dirigí hacia la cocina para servirnos algo de beber, sintiendo aún el peso de su confesión sobre su padre y lo que significaba para él correr. Aunque al principio había pensado en él como alguien arrogante y frío, lo que acababa de escuchar me mostró un lado que nunca había esperado.

—Aquí tienes —dije, pasándole un vaso de agua mientras me apoyaba en la encimera.

Él tomó el vaso y me dio una pequeña sonrisa de agradecimiento antes de que ambos nos quedáramos en silencio nuevamente. Después de un momento, me atreví a preguntar:

—¿Y si no quisieras seguir corriendo? —la pregunta me salió sin pensar, pero necesitaba saber más de lo que lo hacía seguir en algo que parecía atormentarlo.

Él bebió un sorbo de agua y se encogió de hombros, con la mirada baja.

—Ya estoy condenado a correr hasta que me muera —dijo, dejando el vaso a un lado—. Mi padre me escogió a mí para ser su máquina de victorias, y yo lo acepté sin queja alguna en su momento. Sería absurdo dejar de correr ahora —soltó, frustrado, mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás hasta chocar con el respaldo del sofá. Pero, unos segundos después, se enderezó de nuevo y me miró—. ¿Y tú? ¿Por qué odias las carreras y todo lo que tenga que ver con la Fórmula 1?

Me quedé callado por unos segundos. Esa pregunta no me gustaba, pero él acababa de contarme algo personal, así que acepté responderle.

—Papá Kamui me hizo odiarlas porque...

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