XI

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Estaba de vuelta en casa, pero sentía que algo no andaba bien. Habían pasado ya dos semanas desde que volvimos de Miami. Max nos había visitado un par de veces, pero sus visitas habían disminuido bastante, y por alguna razón comenzaba a extrañarlo.

Me encontraba estudiando para un examen importante de matemáticas cuando escuché el timbre de la puerta. Por un momento pensé que podía ser el neerlandés, así que dejé las hojas sobre mi escritorio y bajé rápidamente hasta la puerta principal. Sin embargo, la persona que estaba frente a mí no era Max, sino su padre, Kamui. Al verlo, se formó una pequeña mueca en mi rostro; había pasado un mes y medio desde la última vez que lo había visto.

—Papá... —susurré, haciéndome a un lado para que pudiera pasar—. ¿Qué haces aquí?

—¿Acaso no puedo venir a ver a mi hijo? —respondió de manera seca, observando la sala con una mueca de desagrado—. Se nota que Sergio decoró esto —añadió, volviendo la mirada hacia mí—. ¿Te dejó solo en casa? Seguro se fue con ese estúpido piloto de carreritas.

—Papá está trabajando... —respondí, un poco molesto por la forma en que hablaba de papá Checo—. ¿Por qué viniste aquí? —volví a preguntar, intentando entender el motivo de su visita.

—¿Nunca dejas de preguntar cosas tan estúpidas? —soltó, claramente irritado por mi insistencia—. Vine a hablar con Sergio, ahora cállate y tráeme algo para tomar —dijo, dirigiéndose a uno de los sofás individuales, esperando que fuera a la cocina, pero no me moví de mi lugar.

—No. ¿Qué quieres hablar con mi papá? —pregunté, plantándome frente a él—. No apareciste en un mes y medio, y ahora vuelves a tratarme mal otra vez —dije, alzando la voz, molesto. Tenía una mala imagen de Kamui como padre, pero aun así no dejaba de verlo como tal—. ¿Qué necesitas de mi papá Checo?

—¡Maldita sea! ¿Te puedes callar? Son temas de adultos, Yuki; no te metas, niño.

Solté un bufido y me dirigí a la cocina para buscarle ese vaso de agua que había pedido hace unos segundos. Lo dejé sobre la pequeña mesa que estaba en el centro de la sala y me senté en el otro sofá, sin apartar la vista de Kamui.

—¿Dónde estuviste? —pregunté, cruzándome de brazos—. Pregunto porque debe haber sido algo muy importante para que no quisieras verme más.

—¿No te dije que te quedaras callado? —respondió Kamui con irritación—. Tengo una nueva vida, ¿feliz? ¿O vas a seguir con tus preguntas sin sentido?

Aguanté mi molestia y me quedé en silencio, mirándolo con dureza hasta que, finalmente, volvió a hablar.

—¿Cuándo llega Sergio? ¿Siempre tarda tanto este... a qué hora llega? —preguntó, cambiando su tono antes de soltar un insulto sobre el mexicano.

—Llega a las cinco —murmuré, molesto. Me sentía tenso; aunque en el fondo lo había extrañado, recordé por qué le había pedido a papá Checo, hace meses, que dejara a Kamui. Una mueca se dibujó en mi rostro; lo último que quería era revivir aquellos malos momentos de mi infancia, en los que pasaba los días llorando.

Luego de unos largos minutos, al fin escuché el sonido de la puerta abriéndose, y pude ver a Pérez entrando, con el rostro visiblemente cansado. Al vernos a Kamui y a mí en la sala, se quedó estático, sin entender la situación.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó el mexicano, visiblemente confundido al ver a su ex pareja en la sala de su casa.

—Por fin apareces —dijo Kamui con desdén—. Quería hablar contigo de un tema, Sergio.

Papá lo miró, claramente confundido. Normalmente, cada vez que necesitaban hablar se mandaban mensajes antes, pero esta vez Kamui había aparecido sin previo aviso, y Checo no estaba preparado para una conversación como esa.

—¿De qué quieres hablar? No me avisaste absolutamente nada de esto, Kobayashi —soltó Checo, su tono de voz mostrando una molestia que raramente dejaba ver.

—En serio, ustedes dos solo saben cómo estresarme... Quiero la custodia de Yuki, Sergio —dijo Kamui sin rodeos.

Al escuchar esas palabras, sentí como si el aire se me escapara de los pulmones.

—¡No! ¡Yo no quiero vivir contigo! —exclamé desesperado, levantándome del sofá y acercándome a papá Checo—. ¡Dile algo, papá!

Sergio, que había permanecido en silencio hasta ese momento, me miró con un rostro en el que se dibujaba una mezcla de ira y dolor. Giró hacia la puerta, la abrió, y sin dirigir la mirada a Kamui, habló con firmeza.

—Quiero que salgas de mi casa ahora mismo —dijo, su voz helada y controlada—. Vete, Kobayashi.

Kamui no hizo más que esbozar una sonrisa burlona, pero obedeció. Antes de salir, se acercó a Sergio, inclinándose lo suficiente para susurrarle en tono amenazante:

—No voy a permitir que ese piloto de mierda sea el padre de mi hijo.

¡Yuki!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora