XVIII

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Mis manos estaban sudando mientras esperaba, nuevamente, en la entrada del colegio a que Max me buscara. Pero antes de eso, tenía que hablar con Pierre. Estaba nervioso, aterrorizado por la idea de que el francés pudiera rechazarme o, peor aún, mandarme a callar.

Reuní el poco valor que tenía y caminé con timidez hacia donde estaba él. Al acercarme, lo encontré mirando su celular, aparentemente absorto. No me había notado, pero tras unos segundos, levantó la vista y me vio. Su mirada fue dura, y al hacer una mueca, sintió un nudo en el pecho. Me merecía esa reacción.

—Hola, Pierre... —murmuré en voz baja, avergonzado de estar allí con tanta inseguridad—. ¿Podemos hablar unos minutos?

Su mirada seguía siendo de molestia, pero no se negó. Guardó su celular en el bolsillo y me observó, esperando que continuara.

—Yo... bueno... Yo quería pedirte... —balbuceé, incapaz de organizar mis pensamientos. Las palabras se atacaban en mi garganta, mi nerviosismo era evidente—. Lo siento... —dije finalmente, bajando la cabeza, sintiendo una presión insoportable en el pecho—. Solo dije eso porque no quería que mi padre me odiara... pero estuvo mal, porque no pensé en tus sentimientos y yo solo... —mi voz se quebró, y mis manos se apretaron a mis costados. Odiaba ser tan sensible, odiaba llorar por todo, odiaba que mis emociones me controlan así.

—Está bien, Yuki. —La suavidad en su voz me sorprendió, y levantó la mirada, dejando a la vista las lágrimas que caían por mis mejillas.

Pierre me miró con ternura, y aunque su expresión aún mostraba algo de seriedad, había más calidez en su tono.

—No estoy molesto... Bueno, un poco, sí. Pero porque sabía que estabas mintiendo. Sé que no eres alguien que odie a los demás solo porque te lo piden. —Su mano tomó la mía con delicadeza, un gesto que me hizo sentir una tranquilidad inesperada, como si el peso que cargaba se aliviara un poco—. Deja de llorar, no me gusta verte así. Todo está bien, te perdono, ¿sí? No sigas sintiéndote triste.

Aquellas palabras hicieron que mi corazón se desbordara. Era todo lo que necesitaba oír, y aunque las lágrimas continuaban cayendo, esta vez no eran de tristeza, sino de alivio. Pierre me había perdonado.

Pierre me atrajo hacia su cuerpo en un cálido abrazo. Extrañaba esa cercanía, esa forma de demostrar cariño que había estado ausente por tanto tiempo. Dejé mi frente apoyada en su pecho, soltando un suspiro que arrastraba parte del peso que sentía. Levanté el rostro, sintiéndome un poco mejor, dispuesto a hablar, pero el sonido de la bocina de un auto me interrumpió. Me giré y vi que era el coche de Max.

—Oh... ya me tengo que ir —murmuré con tristeza. No quería separarme aún de Pierre, no solo por lo de ayer, sino por todo el tiempo que me había esforzado en alejarme de él por culpa de mi padre, Kamui. Tomando valor, solté rápidamente: —¿Estás libre mañana? Quería... invitarte a mi casa.

Pierre alzó una ceja, sorprendido, pero pronto una sonrisa iluminó su rostro.

—¿Mañana? Claro, siempre estoy libre, pequeño —respondió con esa calidez que hacía que mi corazón se sintiera en paz—. Ahora ve, que te están esperando.

Asentí rápido con la cabeza, despidiéndome con una sonrisa antes de correr hacia el auto estacionado.

— ¿Y esa sonrisa? —Max me miró con una expresión divertida. Me detuve en seco, aún sin subir al auto.

—¿Cuál sonrisa? —pregunté, nervioso.

—Me gusta verte sonreír, Yuki. —El comentario hizo que mi rostro se tiñera de rojo al instante al entender a lo que se refería.

-¡Oh! Vamos, cállate —respondí, escondiendo mi rostro entre las manos mientras me subía al auto apresuradamente—. Solo no digas nada.

—Claro que no diré nada —respondió Max, pero su risa burlona delataba lo contrario.

Me crucé de brazos, intentando ignorarlo, pero entonces agregó:

—Solo puedo decir que yo tenía razón en algo.

Lo miré, confundido, hasta que mi mente conectó lo que había dicho con el comentario del día anterior. Mi cara se calentó aún más al recordar su insinuación.

—¡Eres un idiota! —exclamé, inclinándome hacia él para golpearlo con un puño en el brazo. Su risa solo se intensificó, llenando el auto de una vibra ligera que, a pesar de mi vergüenza, me hizo sonreír también.

—Le diré a papá Checo que no te deje entrar hoy a casa —murmuré, intentando sonar amenazante, aunque sabía que Max no se lo tomaría en serio.

—Dale, inténtalo. Ya verás cómo termino cenando en tu casa de todas las formas —respondió, aún riendo.

Era imposible enojarse realmente con Max, especialmente cuando lograba transformar cualquier situación incómoda en un momento divertido.

¡Yuki!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora