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A la mañana siguiente, Sakura tomó el primer avión de Nueva Konoha a La capital que era mejor para sus objetivos, por lo que no le importó la incomodidad de tener que viajar

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A la mañana siguiente, Sakura tomó el primer avión de Nueva Konoha a La capital que era mejor para sus objetivos, por lo que no le importó la incomodidad de tener que viajar. Ver a Dan allá era más fácil que en Nueva Konoha, donde rara vez acudía a la oficina. Habría tenido que ir a su casa o telefonearlo para concertar una cita en algún sitio, pero prefirió no hacerlo.

Tsunade quizá sabía algo de su aventura con el senador, o quizá no. Pese a la estupidez que había cometido contándole a Naruto lo del aborto en vez de cerrar la boca, Sakura no quería herir o humillar a nadie innecesariamente. 

A Tsunade podía no importarle cuántas mujeres se acostaban con Dan, pero seguro que prefería que no apareciesen por su casa. Sabiendo todo lo que sabía de él, no le extrañaría incluso que insistiera en follar allí mismo, en la oficina, antes de preguntarle siquiera para qué quería verlo. 

Sakura esbozó una seca sonrisa: primero él la jodería a ella y luego ella lo jodería a él. Le pareció justo.

Aquel día había dedicado tiempo extra a su aspecto, no para atraer la atención sino precisamente para evitarla. Se puso el traje de chaqueta negro, y sus senos escarpines negros con tacón de cuatro centímetros. Sus pendientes eran dos aros lisos de oro, se quitó todos los anillos y se cambió su elegante reloj extraplano de Piaget por un viejo Rolex que su padre le había regalado al cumplir dieciséis años. 

No creía que le hubiera costado más de dos mil dólares. En la capital, en la que el estatus lo era todo, un Rolex no destacaría. Los Rolex eran tan corrientes como los coches con matrículas del cuerpo diplomático.

Se hizo un peinado más serio y utilizó menos maquillaje. No sobresaldría; parecía una de las miles de mujeres de negocios o del mundo de la política que va a la capital. No quería que nadie se fijase en ella. Tal vez era una precaución estúpida, pero nunca había chantajeado a nadie y pensó que necesitaba discreción.

Ese día era el día de la visita semanal de Tsunade a Elizabeth Arden. Como el viaje a Roma se había retrasado, haría lo que solía hacer, ir al instituto de belleza. Además, Tsunade estaba obsesionada con su aspecto. 

Con Tsunade en Nueva Konoha, a Sakura no le importaba que Dan la hubiera citado en su casa de la capital. En realidad, lo prefería, ya que de ese modo se ahorraba la insensatez y la repugnancia de que la follaran sobre una mesa de oficina, con un puñado de ayudantes al otro lado de la puerta.

En el aeropuerto, tomó un taxi y se sentó en silencio en el asiento trasero, evitando los ocasionales intentos de entablar conversación por parte del taxista. Para su sorpresa, empezó a sentir las primeras oleadas de excitación y expectación que normalmente sentía cuando sabía que iba a hacer el amor. 

Hasta entonces, su mente había estado concentrada por completo en lo que diría a continuación, pero en esos momentos comenzaba a pensar en el acto sexual. Dan tenía poca técnica pero mucho vigor, y a veces, cuando ella se ponía cachonda era exactamente lo que quería.

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