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El maldito cuadro no cesaba de llamarla

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El maldito cuadro no cesaba de llamarla. No la llamaba abiertamente por su nombre, «Hinata, Hinata, Hinata», pero no podía sacárselo de la cabeza.

Había pasado una tarde maravillosa. El desayuno con Naruto fue tan relajante que pudo apartar de su mente la desagradable escena que les montó Sakura. Como no era estúpida, advertía que esa había sido precisamente la intención de Naruto. 

Era casi misterioso el modo en que él captaba todos sus estados de ánimo y sabía de antemano qué necesitaba exactamente, pero Hinata no podía dejar de recrearse en aquellas atenciones. Que alguien la cuidase de esa manera era tan nuevo para ella que quería disfrutarlo todo el tiempo.

Al salir del restaurante, Naruto la había llevado a casa y se habían despedido a la puerta del edificio con un rápido y familiar beso en los labios. Habían quedado para desayunar juntos al día siguiente. 

Hinata subió canturreando hasta su apartamento. La escena con Sakura, pese a lo desagradable y dramática que había sido, le había supuesto un alivio. Después de eso, romper sus relaciones con ella y con la galería sería mucho más fácil, podría hacerlo sin lamentos.

Tomó nota mentalmente de llamar a la galería y concertar una cita para pasar a recoger los cuadros nuevos que había dejado allí, así como los que quedasen de los anteriores.

Luego se puso a pintar.

Por primera vez en mucho tiempo, disfrutó de verdad. No le preocupó si los colores eran demasiado exuberantes para ser reales y se limitó a dejarse llevar por el instinto. Después de hacer un rápido dibujo al carbón sobre un lienzo y borrarlo todo, dejando sólo el contorno, se entregó a la creación del bebé regordete con su cabello de diente de león y su rostro asombrado mientras miraba el globo rojo.

Jugó con la técnica, mitigando y fusionando los colores utilizados para el bebé al tiempo que suavizaba el contorno para que el niño alcanzara el realismo de una fotografía. Alrededor de él, sin embargo, todo era una explosión de color y de movimiento, intensificado, ligeramente exagerado, de modo que el mundo exterior del bebé fuese un lugar fantástico que pedía a gritos ser explorado.

Fue la técnica utilizada con el bebé lo que le recordó el cuadro de los zapatos. En él había empleado la misma técnica realista. Perdió la concentración y se secó las manos en un trapo al tiempo que miraba el otro lienzo. No quería pensar en él, pero en ese momento todas las sensaciones que le producía la pintura se desbordaron como un torrente.

La mujer a quien pertenecían las piernas y los zapatos estaba muerta o pronto lo estaría. Hinata lo sabía con todas las células de su cuerpo. Su teoría de que hacía esos cuadros cuando moría alguien conocido no era demasiado firme, ya que sólo tenía una prueba en que basarse, pero instintivamente supo que estaba en lo cierto. 

Conocía a esa mujer, pero tal vez no había muerto todavía. Quizá era precisamente por eso por lo que no había terminado el cuadro, ni pintado el rostro de la mujer. Si podía terminarlo y prever el futuro, tal vez podría hacer algo por evitar la muerte de esa mujer. 

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