Hinata una pintora con peligrosas visiones que la llevan a pintar escenas de crímenes en las que poco o nada puede intervenir. Tras esas experiencias sufre unos estados de shock cuyo elemento dominante es el frío. Un frío interior que sólo un hombre...
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Naruto la mandó a casa en taxi. Hinata estaba dispuesta a marcharse a pie ya que la noche anterior no había cogido el bolso y lo único que tenía en el bolsillo del pantalón era un par de dólares y algunas monedas.
Eso le bastaba para tomar el autobús si se cansaba de caminar. Pero cuando lo dijo, Naruto la miró con expresión seria y detuvo un taxi. Pagó al conductor y la metió en el vehículo como si fuera un miembro de la realeza.
Había sido muy agradable no haber tenido que volver caminando, admitió Hinata al entrar en su apartamento. Las rodillas todavía le temblaban peligrosamente y notaba débiles todos los músculos.
Pensó en dormir un rato pero el miedo se lo impidió. No podía afrontar otro episodio de sonambulismo para pintar y el frío terrible que sentía a continuación. No tenía fuerzas físicas ni emocionales para ello. Pensó en el cuadro, en el gran espacio vacío de la cabeza del asesino, y le empezó a doler la cabeza, con unos terribles pinchados que le perforaban las sienes.
Ni siquiera quería ir al estudio para trabajar en otras pinturas porque allí estaba la escena del crimen. No quería pensar en cómo habían matado a Sakura ni en el terror que debió de sentir durante los últimos minutos de su vida.
Quería estar en paz un rato y hacer acopio de fuerzas para lo que había de llegar. Quería pensar en Naruto, recordar su manera de hacer el amor y la increíble noche que habían pasado juntos.
Quería disfrutar del milagro de amarlo y maravillarse ante él.
Amaba por completo y de todo corazón cuando nunca había creído posible poder hacerlo. Con Naruto, no sólo no era inmune sino que había caído como una presa fácil. Pero aun así, esperaba con ganas una nueva oportunidad de de mostrarle lo fácil que era.
Sin embargo, lo que tenía por delante era un día de no hacer nada o, al menos, nada importante. No se atrevía a dormir y no podía trabajar. Estaba demasiado cansada para salir a tomar apuntes.
Por lo tanto, lo único que le quedaba era leer, ver televisión o hacer la colada. Se decidió por la lectura, pero la necesidad de hacer la colada le remordía la conciencia. Se prometió hacerla después de una hora de lectura, se preparó un café y se concentró en un grueso libro sobre la utilización de las pinturas acrílicas.
El timbre de la puerta la sacó de un mundo de colores brillantes. Maldijo por lo bajo porque sabía que no podía ser Naruto y que, por lo tanto, sería alguien que vendría a molestarla. Fue hasta la puerta y se acercó a la mirilla. En el rellano había dos hombres con traje y corbata.
—Los detectives Akimichi y Nara del departamento de policía de Nueva Konoha —respondió el más corpulento de los dos. Sacaron las placas y las acercaron a la mirilla, como si Hinata pudiera leerlas a través de la lente de ojo de pez.
Era imposible que supieran algo del cuadro porque sólo Naruto y ella sabían lo que estaba pintando, pero era evidente que alguien les había contado su relación con Naruto. Suspiró y abrió la puerta. Los policías sólo hacían su trabajo y comprobaban todas las probabilidades, pero aun así, se sintió incómoda.