Hinata una pintora con peligrosas visiones que la llevan a pintar escenas de crímenes en las que poco o nada puede intervenir. Tras esas experiencias sufre unos estados de shock cuyo elemento dominante es el frío. Un frío interior que sólo un hombre...
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Inquieta, Hinata anduvo de un lado a otro de su estudio, mirando los cuadros pero sin verlos en realidad. Tampoco importaba demasiado. Al parecer, había perdido la capacidad de juzgar su propia obra aunque Sakura se había mostrado entusiasta, por lo que no podía hacer otra cosa que coger las obras terminadas, llevarlas a la galería y seguir adelante.
Buscó la dirección de los hijos abogados de Hiruzen, y les envió el dibujo de su padre, junto con una nota de condolencia. Luego se pasó el resto del día trabajando, sólo trabajando, aplicando automáticamente pintura a la tela sin fijarse siquiera en lo que hacía.
En el último año le habían ocurrido muchas cosas inquietantes y creía haberlas manejado casi todas con auténtica compostura. Aunque no encontró ninguna explicación lógica al hecho de empezar a ver fantasmas, como tampoco la tenían las experiencias de casi muerte, al menos sabía que muchas otras personas afirmaban poseer la misma capacidad.
Tenía que creer a esas personas ya que ¿por qué alguien iba a decir que veía fantasmas si no era cierto? No era precisamente esa habilidad lo que uno necesitaba para solicitar un empleo.
Pero en todos los libros sobre fenómenos paranormales que se leyó, no había encontrado nada que explicase la escena de muerte que había pintado. No recordaba haberlo hecho, por lo que tuvo que suponer que se había levantado dormida y pintado sonámbula.
Al salir para mandar el dibujo por correo, se detuvo en la biblioteca y tomó prestados algunos libros sobre sonambulismo que todavía no había leído. Sin embargo, hojeando uno de ellos, supo que los sonámbulos solían ser personas estresadas.
Sí, claro, como si ver fantasmas relajara mucho... Pero ella hacía un año que veía fantasmas y la noche de la muerte del vendedor fue la primera vez que anduvo dormida. En esos libros no se hablaba de personas que hicieran cosas así.
Sin embargo, no era eso lo que más le preocupaba. Adivinar las preguntas de un programa de televisión, antes de saber siquiera las categorías era un poco preocupante pero no alarmante. Cualquiera que hubiese visto el programa durante años, como ella, y estuviese familiarizado con las categorías y las preguntas, podría acertar de vez en cuando. Su índice de aciertos era muy alto, del ciento por ciento, pero eso todavía podía racionalizarlo.
Lo que no podía racionalizar era lo de pintar dormida, sobre todo la escena de la muerte de un hombre que ni siquiera sabía que había muerto. Eso no era casualidad, sino algo misterioso, extraño y terrorífico.
¿A quién quería engañar? Sabía cuál era la palabra que definía lo ocurrido. La había visto muchas veces escrita en los libros que había leído sobre fantasmas.
Clarividencia.
Siguió combatiendo una creciente sensación de pánico. Eso era lo que más la asustaba de todo lo que le había ocurrido nunca. En un principio, pensó que su situación era estática; en cambio, se estaba intensificando, con nuevas situaciones que le llegaban justo cuando empezaba a controlar las viejas.