Capítulo 37

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La gente de King's Landing se encontraba en aprietos. La guerra entre parientes estaba causando una escasez de alimentos, ya que el acceso por mar estaba bloqueado. Aunque la comida llegaba por tierra, toda iba destinada a la realeza y sus dragones. La gente, cada vez más irritada, permanecía callada, atemorizada. De repente, el sonido de las trompetas resonó en la ciudad, anunciando la llegada del ejército de Criston Cole. Una voz fuerte, llena de autoridad, comenzó a hablar, revelando algo que sorprendió a todos los que la escucharon.

La gente abandonó sus tareas y se congregó para presenciar el anuncio de Criston Cole. Sus miradas se posaron en un espectáculo aterrador: la cabeza de Meyles, exhibida en una carreta, era paseada por las calles. La cabeza del dragón, presentada como un trofeo, era un símbolo de brutalidad y estupidez. Un murmullo de inquietud recorrió la multitud, mientras la gente observaba la cabeza decapitada y escuchaba las palabras del Mano del Rey. La escena, llena de violencia y oscuridad, auguraba un futuro incierto y sombrío. La gente de King's Landing comenzó a temer lo peor.

—¡Ven la obra del gran rey Aegon! —gritó Criston, con voz resonante, mientras observaba a la multitud— ¡Ven lo que el rey Aegon ha hecho! ¡Él ha derrotado a la gran reina roja Meyles y asesinado a la traidora de la princesa Rhaenys Targaryen!.

—Gwayne, que está a su lado, observó cómo la gente murmuraba, con rostros llenos de incertidumbre y miedo— Esto no es bueno —susurró, sintiendo un nudo en el estómago.

—Claro que lo es —replicó Criston con tranquilidad— La gente verá que el rey Aegon es fuerte.

—No, lo verán como un mal presagio —replicó Gwayne, con una profunda sensación de que algo terrible se avecinaba.

—Los dioses van a castigarnos —murmuró una mujer, con el rostro pálido.

—No puede ser. Estamos muertos. Esta es nuestra perdición —susurró un hombre, con la voz temblorosa.

—Esto está mal —dice Gwayne, observando la inquietud que se apoderaba del pueblo— Muy mal.

En ese instante, Gwayne notó una figura familiar entre la multitud. Sus ojos se posaron en su hermana, Clarisa, quien observaba con horror la cabeza de Meyles mientras la llevaban al castillo. Gwayne sintió un nudo en el estómago al ver la expresión de preocupación y miedo en el rostro de su hermana. Observó cómo Clarisa se alejaba de la multitud, desapareciendo entre la gente. Gwayne sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Con el ceño fruncido, volvió a mirar al frente, donde la entrada del castillo se acercaba rápidamente.

Mientras Criston continuaba proclamando la victoria de Aegon, la gente solo sentía un profundo temor. La cabeza de Meyles, símbolo de una derrota sangrienta, era un presagio funesto para el pueblo de King's Landing. Alicent, desde la entrada del castillo, observaba la escena con una mezcla de horror y tristeza. No estaba de acuerdo con lo que había sucedido. En ese momento, Aemond se colocó a su lado. La omega vio la daga que alguna vez usó Viserys, ahora en poder de su hijo.

—Logramos una gran victoria, madre —dice Aemond, con una leve sonrisa.

—Pero a qué costo —respondió ella, con la voz llena de preocupación— ¿Qué costo tuvo esta victoria?.

—La cabeza de Meyles y la pérdida de la reina que nunca fue, solo eso —responde Aemond con frialdad, observando cómo la cabeza del dragón era retirada de la carreta.

—Costó la vida de tu hermano Aegon —dice Alicent, notando cómo los cuatro caballeros que traían a su hijo Aegon en una caja de metal entraban al castillo— Eso fue lo que pasó.

—Una pérdida no tan importante —respondió Aemond con frialdad— Y por cierto, capturé a Daeron.

Alicent escuchó las palabras de Aemond, su corazón se encogió al notar la frialdad con la que su hijo hablaba de la captura de Daeron. Lo vio alejarse, su mirada llena de una determinación inquietante. Su preocupación se intensificó cuando escuchó la voz de Daeron, un grito lleno de desesperación y furia, que resonó por las calles. La omega observó cómo traían a su último hijo al castillo, contra su voluntad, rodeado de guardias.

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